Jose Manuel Quintana Vega

El murciélago

-¿No te cansas de esto?- me dijo con una voz de ultratumba el asombroso murciélago que se me planto en el hombro sin que me diera cuenta.

Horrorizado por aquella extraña visión me quede sin habla, las garras del murciélago se clavaron aún más en mi hombro devolviéndome a la realidad tan fuerte como si me hubieran tirado un cubo de agua helada en la cara.

-no se de qué me estás hablando- le conteste

Entonces el enorme murciélago salió volando, dejándome solo en la calle, pensando en lo que acababa de pasar, eran las 7:15 de la mañana y me dirigía caminando a la escuela, como cualquier otro día totalmente normal, sin nada asombroso ni genial, solo otra caminata más, con la cara fría y las manos entumecidas, solo otro día mas de la rutina.

Llegue a la puerta de la escuela en la cual el policía de siempre estaba plantado ahí, siempre con su cara de enojado, pase al lado de el pero me detuvo con una mano

-¿nombre?- me pregunto con su voz autoritaria

-… eh si claro, David Arenas- le respondí yo titubeando un poco

El policía reviso su lista y con una vieja pluma negra anoto una x al lado de mi nombre.

-Un retardo más y se va para su casa joven- Me reprocho el guardia y me dejo seguir mi camino

Resignado avance y proseguí mi camino hacia el aula de artes, pero de pronto sentí unas enromes garras aferrándose a mi hombro

-¿no te cansas de esto?- pregunto de nuevo el feo y gigante murciélago.

-no sé de qué me estás hablando bestia horrible- le conteste y avance más rápido a la vez que el murciélago desaparecía sin decir otra palabra.

Al instante una sensación de profundo vacío me invadió llenando hasta el más mínimo espacio en mi cuerpo, no tenía ganas de hacer nada ni de hablar con nadie, era una sensación que me consumía poco a poco.

Las clases se veían aburridas, los profesores enseñaban sin ganas y los alumnos estaban ahí por obligación, ninguno mostraba las más mínima gota de interés sobre todos los discursos monótonos de los profesores, parecía que cada quien tenía su propio murciélago haciendo que se preguntasen si estar ahí valía la pena.

En la sexta clase del día que era matemáticas la profesora explicaba todo sin ganas y los demás alumnos andaban con sus teléfonos, yo, ya me había perdido desde el comienzo de la clase, solo andaba observando como las ramas de los árboles se agitaban por la brisa del viento en el patio trasero de la escuela, solo que esta vez no sentí las garras clavándose en mi hombro, si no que note como la sensación de vacío aumentaba justo cuando vi aparecer volando a aquel anormal murciélago, planeo arriba del árbol y descendió hasta posarse del revés en una de las ramas torcidas del árbol, observe como el murciélago movía su boca articulando unas palabras, y aun estando lejos de mí me llego claramente hasta mis oídos una sola frase.

-¿no te cansas de todo esto?-

Solo que por raro que parezca su voz sonó compasiva, con pena, eso no me agrado para nada, así que simplemente me di media vuelta e intente con todas mis fuerzas entender lo que explicaba la profesora pero no para prestar atención a la clase si no para intentar olvidarme de una vez por todas del horrendo murciélago.

Por el resto del día no pude dejar de pensar en aquel murciélago negro, de un negro tan profundo, recordé como se escuchaba su voz, un sonido de ultratumba, nunca había escuchado semejante ruido. No quería volver a escuchar ni ver a ese murciélago nunca más, simplemente no lo soportaría, cada vez que lo veía sentía esa profunda sensación de vacío más fuerte que nunca, y era horrible.

Finalizo las horas de clase y todo el mundo se fue lo más rápido posible, yo salí caminando para mi casa, la lluvia se desato por segunda vez en el día y yo no llevaba paraguas así que me resigne a seguir caminando mientras me quedaba absorto en mis propios pensamientos, hasta que algo me despertó de golpe, sentí que algo muy fuerte me apretaba el hombro, pero no fue por eso que me di cuenta de que el murciélago negro había llegado de nuevo si no porque volví a sentir que ya nada importaba, sentí que nada valía la pena, y fue entonces cuando él me pregunto de nuevo

-¿no te cansas de esto?-

Ya no intente contestarle así que quise apartarlo de un manotazo, sin embargo mi mano lo atravesó, y el abrió un poco más sus pequeños ojos inyectados en sangre.

-no eres real… ¿cierto?- le pregunte

Y el simplemente salió volando con un aleteo lento y calmado, dejando en mi hombro las terribles marcas de que él había estado ahí y volvería.

La idea de que el murciélago volviera a hablarme me destrozaba por dentro, mi alma se hace pedazos a cada segundo que el murciélago pasa en mi hombro, cada vez iba sintiendo más que ya nada valía la pena, ¿paran que levantarme todas las mañanas para ir a estar sentado 7 horas escuchando charlas sin sentido de personas que solo están ahí por trabajo y no por motivación?, ¿para que esforzarme en ser una buena persona si a nadie le importa?, ¿Qué sentido tenía todo esto?, tal vez el murciélago tuviera razón, tal vez… no, no puedo ni si quiera considerarlo.

Cuando llegue a mi casa no había nadie, solo la soledad habitual que me acompañaba, mi madre ni siquiera se molestó en dejarme un poco de comida preparada, así que como cada día me dispuse a prepárame unos huevos fritos, abrí el refrigerador y como ya estoy acostumbrado no me sorprendió ver que casi no había nada.

Teniendo que aguantarme el hambre hasta la hora de cenar me encerré en mi cuarto ya que debía hacer tarea y estudiar para el examen de sociales del día siguiente, pero, ¿para qué estudiar?, ¿para que esforzarme en sacar buenas notas?, para entrar a una buena universidad pensé, pero ¿para qué entrar a una buena universidad?, si al fin y al cabo los trabajos buenos se los dan a los que están enchufados, puede que yo tenga una carrera y un master y nadie me dará nada bueno, ¿para que esforzarme?. Pensando en esto deje todas mis cosas ahí y salí de mi casa, ¿A dónde?, ni siquiera yo lo sabía.

Ya en la calle me detuve a pensar a donde podría ir, y de repente me vino a la cabeza un sitio especial, el bosque de Hilera, donde el iba con su padre de paseo muchos años atrás, años donde todo era bueno, tiempos perfectos de la infancia.

Caminando por las rutas del bosque, sin dirección especifica me encontraba yo, estaba atardeciendo, sin embrago a mí no me preocupaba que se hiciera de noche, no sé porque, tal vez por la sensación de vacío o por el murciélago

Seguía absorto en mis pensamientos cuando los arboles desaparecieron y me encontré en frente de un barranco, un abismo de una caída interminable, me pareció hermoso, en ese momento desee quedarme ahí para siempre, tan solo el abismo y yo, la soledad tranquila e iluminadora, me acerque lentamente al barranco hasta que llegue al límite, entonces fue cuando paso, el gran murciélago negro y feo llego volando y se posó esta vez en el suelo y simplemente se quedó quieto como una planta en primavera mirando fijamente con sus pequeños ojos bañados en sangre al profundo abismo al igual que yo .

Esta vez fui yo quien lo invito a subir a mi hombro, le puse el brazo para que subiera y luego lo deje que se apoyara como de costumbre en mi hombro, solo que esta vez sus garras se sentían calientes y no me lastimaron, me reconfortaron. El mucilago continuo sin decir nada y la sensación de vacío se hizo más fuerte, sin embargo no me importo nada en absoluto.

A fin de cuentas puede que el murciélago tenga razón, ahora esta opción no me parece tan descabellada, yo creo que si, será lo mejor. Así que el murciélago y yo juntos avanzamos, sin miedo, tan solo con una profunda calma,… si, puede que el murciélago si tenga la razón.
 

Fin.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jose Manuel Quintana Vega.
Publicado en e-Stories.org el 03.12.2018.

 
 

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