Javier González Vega

EL DUENDE QUE PERDIÓ LA CABEZA

¡Cuéntame el cuento del duende que perdió la cabeza! Dijo el pequeño duende risueño por ochenteava vez. Está bien, pequeño truhan majadero y juguetón, te la contaré sin demora.
Érase una vez un  duende risueño, uno especialmente juguetón y molestoso llamado Yipi Yop. Tenía su cabeza entera y verdadera, con orejas y demás complementos sensitivos, como es normal en los duendes risueños, y no tanto en los gnomos mocosos, que a veces pierden la cabeza por las graciosas duendas mocosas.
Yipi Yop no hacía caso a sus padres risueños, y si a las Peras Ladronas y a las Vacas de Leche Ácida que delinquían en su país. Siempre que sus padres le decían que se fuera a la cama, Yipi Yop permanecía horas despierto hablando con los Demonios Chillones y jugando al corre demonio, corre y apaga el fuego, por lo que los incendios en su cama eran abundantes y persistentes. Sus padres risueños gastaban muchas setas moneda en comprar sábanas nuevas cada tres por quinientos.
A veces Yipi Yop metía animales en su casa sin que sus padres se enteraran. Un día metió en la bañera a un Hipopótamo Dragón especialmente majadero. Hicieron falta diez trasgos sensibles y cincuenta duendes forzudos para sacarlo de la bañera, ya que el hipopótamo dragón se estaba dando un baño de sales picantes y no quería salir por las buenas, y a duras penas por las malas.
Yipi Yop se portaba mal en el colegio. A menudo le robaba los emparedados empaquetados a sus compañeros y se los comía de glotón delante de sus víctimas, que pasaban mucha hambre y no podían evitar hacer ruidos lastimeros con sus vacíos y tristes estómagos. Además, cuando todos jugaban, Yipi Yop se colaba como un huracán pernicioso en medio del juego y les metía el dedo en la nariz, y a veces incluso en las orejas, a sus compañeros de seta, lo que molestaba mucho a éstos, ya que a los duendes risueños no les gusta que les toquen las narices, ni tampoco las orejas, claro.
Llegó a ser tan antipático y parecerse tanto a un troll que al cabo del tiempo ningún ser del país de los duendes risueños quería ya jugar con él, ni siquiera los demonios chillones, que hasta dejaron de chillar y huían llorando cuando veían aparecer a Yipi Yop.
Pero Yipi Yop, absorto en su propio mundo,  no se enteraba de nada. Él pensaba que todos eran bobos y aburridos,  y que él era el duende risueño más divertido del lugar, así que seguía molestando molestosamente y con alevosía a todos cuantos se cruzaban en su camino, con un jujee, y a veces un jojana.
Sucedió  un día que Yipi Yop se miró en el espejo y vio que su cabeza era más difusa, como si estuviera perdiendo sustancia, pero era tan zoquetudo que no le dio importancia y recibió tan peculiar fenómeno con un jocoso birijí.
Así continuaba Yipi Yop sus peculiares y mezquindozas andanzas. Hasta que un día se miró en el espejo y su cabeza había desaparecido completamente desde los hombros hasta la punta de su sombrero de duende. Ups, ¿dónde está mi cabeza?, se preguntó Yipi Yop entre asustado y asombrado, por no decir patidifuso. Yipi Yop empezó a llorar desconsoladamente, y sus padres, que eran unos duendes bien risueños, lo llevaron al curandero del país de los curanderos arregla cabezas. Pero los curanderos arregla cabezas no pudieron ayudar a Yipi Yop, ya que no había ninguna cabeza que arreglar. ¿Y qué hacemos ahora doctor? Pues cómprenle una cabeza nueva, dijo el doctor con un movimiento de hombros más bien indiferente.
Pero los padres de Yipi Yop no sabían dónde comprarle una cabeza, así fue que Yipi Yop tuvo que andar por todos lados sin su ovalada melonera. En el colegio todos huían de él. Los demonios chillones ya no lloraban, sino que hacían burla de su ausencia encefálica. Incluso todos los demás duendes del país de los duendes, que por costumbre son bastante bondadosos y amables, empezaron a darle de lado como si de un bicho raro se tratara, y decían con cordura y cierto reproche en su tono, todo hay que decirlo: es indecente ir por ahí sin cabeza, ¡Vaya que sí!
Yipi Yop ya no reía tanto como antes y ya nada le parecía una broma. Ahora andaba más triste que los zombis vampiros, que siempre se ha dicho que sufren porque no saben si son más zombis que vampiros, o viceversa, lógicamente.
Una noche en la que Yipi Yop lloraba como sauce llorón en luto, se le apareció un nene brillante, que son nenes que brillan y a veces son los encargados de conceder deseos a los duendes (ya que estos son los que conceden deseos a todos los demás seres, menos a ellos mismos, lo que sería muy pernicioso). Yipi Yop le suplicó que le concediera un deseo, a lo que el nene respondió: Nanai julai. Para conseguir tu cabeza debes ir al lugar donde nace el respeto, y solo allí la recuperarás. ¿Y como llego al lugar donde nace el respeto?, preguntó Yipi Yop de muy mal talante. Te dejo este mapa mágico con el que podrás llegar, pero una advertencia te hago, para llegar al lugar donde nace el respeto los atajos no te servirán de nada.
Así fue que Yipi Yop se puso en marcha, siempre pensando para sí mismo cortésmente en ir directo al grano por el camino más corto cortamente, ya que el nene brillante, aunque le hubiera dado un mapa mágico, y no mágicamente, y por descontado brillara como luna llena en noche sin estrellas, no le había concedido su deseo, y esto a Yipi Yop, que siempre se salía con la suya, vaya que sí, no le hacía ni pizca de gracia.
Yipi Yop llegó al primer cruce de caminos. En él había dos letreros, uno señalando a la derecha y en el que se podía leer “país del respeto hacia uno mismo”; mientras que en el letrero que cruzaba a la izquierda se podía leer “camino fácil”. Yipi Yop miró el mapa y vio que el “camino fácil “era mucho más corto y sencillo, mientras que el camino que recorría el país del respeto hacia uno mismo estaba lleno de peligros y cruzaba lugares de mucha dificultad. Así fue, como era de esperar, que Yipi Yop se aventuró en el camino fácil, dándose la vuelta nada más comenzar su andanza y sacándole la lengua a un nene brillante que ya no se encontraba, supuestamente, allí.
Yipi Yop caminó sin descanso y recorrió infinidad de países. Mientras más caminaba más largo le parecía el camino. Lo que no entendía era que el nene brillante había cambiado los letreros, por un lado, por qué no le molaba nada que Yipi Yop le hubiera sacado la lengua, y por otro lado, y lo que es aún más importante y trascendente, por qué el trabajo de los nenes brillantes es así de toca membrillos.
De este modo Yipi Yop, sin saberlo, había cogido el camino más largo. El lugar donde nace el respeto es un camino tortuoso y lleno de experiencias, y no existe atajo posible para llegar a él, dijo una vez un ser sabio que nadie sabe quién es.
Un día Yipi Yop llegó al país del autoengaño, que estaba a medio camino del país de la verdad y del país del cansancio. Como estaba exhausto y afligido le pareció buena idea pararse un rato a refrigerarse, o sea, ñangar y drinker. Una vez entro en el país todo le pareció muy raro. Este país estaba compuesto de infinidad de calles que se cruzaban y se retorcían en direcciones inusuales e insolentes por miles y millones de kilómetros y aun incluso por algún centímetro, pero no había ninguna casa. Días estuvo perdido y confuso Yipi Yop recorriendo este petulante país. Mientras más avanzaba por él, más patidifuso y turbado se encontraba. ¿Dónde está la gente?, se decía sin miramientos, y ¿dónde las casas?, se repetía ensimismado.
 Un día llegó a una plaza en la que se encontraba una única y solitaria casa con tejado de tejas y construida en madera de maderos, que Yipi Yop decidió debía ser el centro de tan inhóspito y aburrido lugar. Hola, le saludó un señor con sombrero de copa y una barba que le llegaba por los pies, que acababa de salir por la puerta. Bienvenido al país del autoengaño, ensimismado y alegre amigo. ¿Quién eres tú?, pregunto Yipi Yop, pues el alcalde del país de la verdad, I promise,  contestó el señor del sombrero de copa y barba que le llegaba por los pies. Pero ¿cómo vas a ser el alcalde si aquí no vive nadie?, bueno, aquí no vive nadie porque nadie aguanta mucho tiempo en el autoengaño, I promise. ¿Y como puedo salir de aquí extraño y barbudo señor? Pues tienes que hacerme tres preguntas, a las que yo contestaré, pero te prometo, I promise, que las respuestas no te van a gustar. Solo entonces encontrarás la salida sin demora y prontitud, I promise.
Jummm, dijo Yipi Yop no muy convencido. No me queda más remedio, pensó, que seguirle la corriente a este viejo loco. Está bien señor con sombrero de copa y barba por los pies. Llámame alcalde. Está bien alcalde, ahí voy con todo y que sea lo que Gandalf quiera. Primera pregunta: ¿Recuperaré mi cabeza en el lugar donde nace el respeto? No, ni de lejos, contesto el viejo con…el alcalde, pero solo allí obtendrás las herramientas para conseguirla, I promise. Pues menudo chasco de mago, protestó Yipi Yop. Segunda pregunta: ¿Perdí la cabeza por una enfermedad o un embrujo que me echó alguna bruja fea y envidiosa? ¿No es cierto? No, volvió a contestar el curioso alcalde, tú sabes la respuesta a esa pregunta, pero no quieres verla, por eso todavía te queda un largo camino que recorrer, I promise. Pues no me ha dicho nada este alcalde solitario y sinvergüenza, pensó después del primer pensamiento nuestro joven amigo. Y última pregunta: ¿No es muy cierto que soy el duende más gracioso y simpático del país de los duendes? No, repitió por tercera vez el alcalde barbullarlo, eres, sin duda, el duende más triste de todos los que he conocido concienzuda y profusamente, I promise, repitió el alegre alcalde alegremente. Yipi Yop se quedó, con mucho asombro, asombrado ante tal aseveración. Este viejo miente, yo no soy un duende triste, menudo trolero, en fin, que se habrá creído. Ahora cumple tu palabra y muéstrame la salida, dijo Yipi Yop en un tono que indicaba que no quería perder más el tiempo en tan aburrido lugar y con tan turbadora compañía.
Así fue como el alcalde acompañó a Yipi Yop a la salida del país del autoengaño, que curiosamente, se encontraba a escasos metros de la plaza, y por esto Yipi Yop se quedó, aún más si cabe, furioso por haber sido engañado por el viejo. El alcalde se despidió con cortesía y con un deje de melancolía en su cara, como si perdiera a un amigo que encuentra después de mucho tiempo y que luego se marcha de nuevo. Pero lo que pasaba en realidad por la cabeza de tan sabio y venerable anciano era la pena que sentía por tan desubicado muchacho, I promise.
Yipi Yop siguió avanzando por leguas y más leguas, hasta que ya no tenía ni fuerzas de sacar su invisible lengua. Al cabo arribó al país del respeto por uno mismo, no sin poco sufrimiento y habiendo escapado a duras penas del país del cansancio, la recuperación del gandul, y las bromas de los trolls del país de los troll bromistas. Estos querían gastarle una broma que consistía en comérselo enterito, que como es lógico a Yipi Yop no le hizo ni pizca de gracia. Menudos zoqueteros, se dijo para sus más interiores adentros, no le veo la gracia a sus bromas, es que no tienen sentido común estos trolls, reflexionó Yipi Yop. Parece que no saben que sus bromas no las entiende nadie, se repitió para sus adentros profundos, visiblemente indignado. Por último llegó al país de la madurez temprana, y fue como si una venda se le quitara de los ojos momentáneamente. Y si mi pérdida de cabeza fuera….no, no, menuda majadería, reflexionó, no puede ser, esto es un hechizo de una bruja envidiosa y borracha, pero y si…no, no, no, no puede ser, se decía interrumpiendo sus propios pensamientos durante todo el trayecto que atravesaba el país de la madurez temprana.
En fin, habíamos dicho que Yipi Yop había llegado al país de, a ver, ¡sí!, al país del respeto por uno mismo. Se sintió bien en este país Yipi Yop, sin duda. Había algo en el ambiente que le hacía sentirse orgulloso de todo lo que había recorrido. No estaba feliz, ni mucho menos, por no tener su cabeza, pero sentía de algún modo que quizás el camino más largo, no había sido una pérdida de tiempo.
En este país existía un hotel hecho entero de verdades y mentiras. Allí se hospedó una noche Yipi Yop sin saber dónde se metía. Buenas noches noble posadera, quiero cama y cena. Está bien joven cliente. Tenemos una cama de sueños mágicos y reparadores, pero que dejan el cuerpo al día siguiente hecho puré, para que mentirte, y otra cama dura, dolorosa y llena de bichos que deja el cuerpo como flor en un jardín mágico de hadas florales cuando despiertas al día siguiente. Jum, dijo Yipi Yop, que dilema, la de dulces sueños escojo, mañana será otro día, pero hoy necesito descansar, decidió muy convencido. De cenar tenemos verdad verdadera o mentira bañada en salsa de falsedad. Menudo hotel extraño, pensó Yipi Yop con bastante acierto. Quiero la verdad verdadera, por supuesto, que se habrá pensado.
Como era de esperar la cena de verdad verdadera le sentó muy mal a Yipi Yop, y al poco se quedó lleno de tanta verdad y dejó el plato a medias. Un tanto molesto e incómodo con tan indigesta verdad se fue  a dormir. Y fue este un placentero sueño, en el que volvía tener su cabeza en el sitio en el que siempre la había tenido, y se burlaba de sus padres, y de sus compañeros de colegio, y molestaba a los gnomos, e incluso a las brujas feas y a los duendes chillones como siempre había hecho. Fue ésta una noche maravillosa en la que Yipi Yop volvió a ser el mismo duende ruin y majadero que había sido siempre, y esto lo hizo feliz. Pero al despertar al día siguiente Yipi Yop se sintió como si una manada de estrellitas de mar fugaces hubiera estado toda la noche estrellándose contra su cuerpo. Éste le dolía sin piedad, y sentía como si hubiera envejecido dos mil y un años, y aún más, reconozcámoslo.
Yipi Yop huyó triste y descorazonado del hotel, ¿porque me pasa esto a mí?, será que, no, no, no, y salió tan pronto como pudo de tan ingrato país al que no había hecho daño alguno. Me gusta más el país de los trolls, se dijo no muy convencido. Y es que una indigestión de verdad y un sueño de grandeza del que despiertas para darte un mamporro no son experiencias gratas para nadie, aunque tal vez si productivas, I promise.
Por fin llegó Yipi Yop al lugar de donde nace el respeto, o eso pensó, porque el lugar donde nace el respeto era tan chico, tan chico, tan chico, que si dabas un paso en falso, salías de él. En este lugar había una única piedra, y encima de ésta se encontraba un sobre que ponía: A la atención del duende sin cabeza. Jum, se dijo Yipi Yop, y abrió el sobre con prisa pero sin pausa. Dentro había un papel doblado juguetonamente, que Yipi Yop no tardó en desdoblar y leer: “Vuelve sobre tus pasos, solo así encontrarás tu cabeza”. Demonios y trolls, rayos y centellas, orcos y trasgos, demonios y…en fin, que Yipi Yop rompió la carta en mil pedazos, indignado con tan peculiar y contrariante desenlace.
Así fue como Yipi Yop volvió sobre sus pasos, rendido y triste por el tamaño de tan grande fracaso. Ya no tengo ganas de bromear, se dijo afligido y cabizbajo, y sin duda desganado. Viviré sin cabeza si hace falta. Me da igual que la gente se ría de mí.
Al cabo de un tiempo regresó al país de los duendes risueños. Iba muy sucio, y con su ropa desgastada y raída, y parecía más un rinoceronte vagabundo que un duende de buena familia. Aun así, sus padres risueños, que habían estado buscándolo desesperadamente por todos lados y que, como es lógico y natural, habían estado muy preocupados por la suerte de su hijo, se alegraron enormemente al verlo. Lo abrazaron y lo besaron, y le dijeron palabras duras pero risueñas, y no lo castigaron, sino que lo bañaron y con un jijirijú y un no menos alegre, burujuji, lo metieron en la cama y con un sincero y cariñoso beso le desearon las buenas noches y se sintieron, después de mucho tiempo, risueños de nuevo.
Esto extrañó mucho a Yipi Yop, que pensaba que sus padres le castigarían y le dirían, malvado duende, vete al cuarto oscuro. Pero extrañado y confundido durmió más plácidamente de lo que había dormido en muchas noches luneras, pensando que que bien estar en casa de nuevo, aunque sea sin cabeza.
Más extraño fue lo que pasó al día siguiente cuando volvió al colegio, porque sus compañeros, y en muchas ocasiones victimas de sus molestosas hazañas, lo recibieron muy alegres y nadie se burló de él por no haber recuperado su cabeza. Muy al contrario le dijeron que no volviera a perderse, que todos estaban preocupados y mil cosas más de un desconcierto total para el invisible cerebro de su invisible cabeza.
Yipi Yop notó un cambio en sí, aunque tardó en manifestarse. Después de muchas lunas llenas de no molestar a sus compañeros, y cuando todo volvió a la normalidad, sintió que ya no le importaba haber perdido la cabeza, porque ahora todos ya no le tenían miedo. Ahora pedía permiso a sus compañeros para poder jugar, y no le importaba ganar, perder o empatar, sino el buen rato que pasaba con sus amigos. A veces incluso compartía con éstos sus emparedados empaquetados, y ya no le robaba a nadie. Otras veces era bromista, pero eran bromas amables de las que todos se reían, y no solo él, ya que Yipi Yop tenía un sentido del humor muy saludable, aunque hasta ahora nunca lo hubiera sabido. Esto le producía un inmenso placer, ya que ahora las bromas podía compartirlas sin mezquindad ni alevosía.
Así fue como Yipi Yop recuperó su cabeza, cuando ya había perdido la esperanza, y aún más importante, cuando ya no le importaba, ya que ahora le importaban más otras cosas. Y el nene brillante guiñó un ojo y se dijo para sí, otro deseo más al saco de los deseos concedidos, I promise.
Y colorín colorado, este cuento se ha finiquitado, sin duda.
FIN. I PROMISE.
 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Javier González Vega.
Publicado en e-Stories.org el 19.10.2016.

 
 

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