Ruben Mecho Sanguesa

PITAGORAS

PITAGORAS
 
“Irene, ¡date prisa!” dijo David, con voz firme a la par que acongojada
“ya voy, pesado” añadió Irene con desdén
“ya sabes que toca mates y no nos deja entrar pasados los cinco minutos una vez ha sonado el timbre, además…”
“vale, papá, vámonos ya” dijo Irene mientras sonreía y lanzaba el pegajoso envase de zumo del cual acababa de beber a la papelera.
El viento soplaba fuerte entre aquellos pinos de color verde oscuro, y el alboroto del recreo iba disipándose lentamente hasta quedar todo en silencio. Un silencio incomodo, lúgubre y gris, como aquella mañana del mes de Diciembre. Irene cogió su bolsa, ya raída por un costado, mientras caminaba de la mano de David. No quedaba nadie en aquel viejo patio de instituto, por lo que la pareja se apresuró a entrar en el edificio principal.
“Corre Irene, seguro que ya no nos deja pasar” dijo David con angustia
“no me agobies más, voy lo más rápido que puedo, no te creas que estás con tu equipo” dijo Irene
David era delantero en un equipo regional de Tres Caminos, el pueblo de su madre, y a la vez hacia natación, por lo que estaba acostumbrado a moverse rápidamente, cosa que Irene no. David era un chico de quince años, muy deportista y de constitución extremadamente fuerte; de pequeño tuvo problemas de sobrepeso, lo cual hizo mella en su carácter y le incitó a dedicar parte de su tiempo al deporte. Eran en realidad como una antigua moneda en la que cada uno representaba una cara. En el caso de ser cierto que los polos opuestos se atraen, éste era sin duda el ejemplo. Irene era una muchacha de dieciséis años, delgada, cuyos ojos eran de un azul muy vivo, a juego siempre con su bolsa ya desgastada que llevaba siempre a clase, tenía el pelo rubio, casi albino, que cuando la luz del sol incidía en él, parecía un ángel , un ser de luz; no obstante, albergaba problemas a causa de su delgadez y la falta de ejercicio.
“venga, a clase, siempre los mismos…” dijo una mujer de aspecto descuidado y con nariz aguileña.
“si, ya vamos Olimpia” replicó Irene
Olimpia era una señora bastante mayor, llevaba casi toda su vida en el IES Miguel de Cervantes y aunque gruñona, se sabía ganar a los alumnos, la mayoría de las veces. Des orígenes Franceses, Olimpia vino en su adolescencia a España, dejando atrás a sus abuelos y su padre en Burdeos. Su madre, después de un matrimonio tormentoso, abandonó tierras galas con su hija y decidió empezar de cero en San Juan, un pequeño pueblo Albaceteño. Olimpia solía llevar faldas anchas muy coloridas y unos tacones que solían hacer un ruido muy peculiar mientras se movía de la conserjería a la sala de profesores, era como un reloj viejo de pared, un tic tac profundo y firme.
“se puede pasar” preguntó David al abrir la chirriante puerta de la clase de cuarto de ESO A
“Lo que se puede es venir mucho antes de lo que lo habéis hecho” dijo una figura horonda y con ropas oscuras sentada al final de la habitación.
“pero Enrique, es que…” continuó Irene
“es que ni nada, no me replique jovencita, no pueden entrar, cierren la puerta y vayan a buscar al profesor de guardia, gracias” contestó el profesor con un tono condescendiente.
Irene dio un portazo y cogió del brazo a David, haciendo que éste perdiera el equilibrio y esbozara una leve sonrisa al tiempo que abrazaba a su novia y se fundía con ella en un profundo beso, un beso que parecía ser interminable a no ser por un escobazo en la pantorrilla que hizo que nuestra pareja de tortolitos se separara de golpe.
“a ver, dejad paso, y esas cosas no se hacen en un instituto, si te viera tu madre Irene…” dijo Miriam al tiempo que apartaba su pelo oscuro y rizado de la cara. Miriam era la encargada de la limpieza del instituto, junto con Esther y Julia, las tres formaban el equipo de limpieza del centro.
Irene se rio irónicamente y salió corriendo por el pasillo de la mano de David, dirección a las escaleras principales. Antes de subirlas, David se dio la vuelta para observar como Miriam se desvanecía en la distancia arrastrando su carrito mugriento y amarillento de la limpieza rebosante  de un sinfín de trapos y productos de limpieza con unos nombres indescriptibles. Miriam era muy joven, rondaba los treinta años, de piel oscura, delgada y muy alta para tratarse de una mujer. Siempre vestía muy moderna y se decía por el pueblo de San Juan que la fama de mujer fácil que tenía era bien ganada.
De camino a la sala de profesores, Irene y David se cruzaron con dos de los profesores de guardia, el “cateator” como era conocido generación tras generación cuyo nombre era Felipe, un hombre de edad avanzada, de ropas descoordinadas entre si y que olía a desinfectante y caramelos de menta y con Rosa, la profesora más atractiva y simpática de todo el instituto, según la opinión de los alumnos. Rosa era una profesora interina de valencia, muy risueña, de cabellos rubios y ojos verdosos, tenía una sonrisa muy cautivadora y era algo que gustaba tanto a profesores como a alumnos.
“¿qué estáis haciendo por aquí?” preguntó Rosa de inmediato
“Rosa, mira, hemos intentado ir a clase de mates y Enrique no nos ha dejado pasar”
“intentar no es ir jovencita” añadió Felipe con una mirada fría como el hielo
“Hemos llegado un poco tarde, Felipe” prosiguió David, bajo la mirada agresiva de su novia.
“de todas formas, tenéis que ir a la sala de expulsados, id hacia allí y enseguida os tomaran los datos, sacad el material y estudiad” dijo Rosa
Nuestros Romeo y Julieta se apresuraron a llegar a la sala de expulsados, al final del estrecho pasillo del primer piso, justo a mano derecha en frente de la sala de profesores. Allí les estaba esperando Carmen, la profesora de religión. Carmen era una bajita y con algo de sobrepeso, hablaba con un tono muy nasal, cosa que los alumnos encontraban gracioso, pero a su vez poseía una calidez en su manera de hablar que no se hallaba en otros profesores del centro.
“pasad chicos, sentaos y sacad un libro” dijo Carmen  sin apartar la mirada por encima de sus gafas de pasta oscuras.
David, dejó la bolsa en el suelo, al lado de la mesa verde color manzana y sacó el libro de matemáticas; Irene hizo lo mismo, aprovechando el descuido de Carmen para acariciarle la mano a David con mucho disimulo, a lo que David le respondió con un guiño de ojo.
No pasaron ni diez minutos cuando se reunieron en la sala, Rosa y Felipe. Los tres se pusieron a hablar en voz baja al final de la sala de expulsados, una conversación que fue subiendo de tono hasta el punto que importunaban a los alumnos allí expulsados.
“¿qué lees?” pregunto en voz baja Irene
“a Pitagoras, dice que  reconocía en los números propiedades tales como «personalidad», «masculinos y femeninos», «perfectos o imperfectos», «bellos y feos»
“tu sí que eres feo” dijo Irene mientras no podía aguantarse la risa.
De repente, entró Don Gregorio, el director del centro, acompañado de un policía, y se dirigió hacia los profesores con la expresión desencajada y mucha preocupación.
Tanto David, como Irene, como el resto de los alumnos allí en la sala dejaron sus menesteres de lado y se centraron en intentar adivinar que era lo que estaban diciendo.
Sin motivo aparente, y solo guiándose por un estimulo, Irene cogió de la mano a David y le incitó a salir corriendo de la habitación, algo había pasado y no quería ser la última en estar al corriente. Nada más abandonar la sala, vieron un gran número de policías en la puerta del baño de chicos, de la primera planta. Con un sigilo digno de una gacela, Irene se acercó a la puerta justo para poder ver en una fracción de segundo, aquella macabra escena antes de ser apartada por uno de aquellos policías. En un gran charco de sangre se hallaba una alumna, con los ojos vaciados, y con algo negro por encima de casi todo su cuerpo, algo que recordaba a la vista como si plumas de ave se tratase, de un color muy oscuro. En el espejo del baño había pintado en sangre un garabato con forma de águila y unos números y un nombre “Juan 13:35”
“aquí no se la he perdido nada, señorita, vaya con sus profesores” gruño el policía más alto que custodiaba la entrada como si en el interior de aquella habitación estuviera el mismo Dorado. Obviamente había algo más valioso, la vida de una alumna, que acababa de ser arrebatada, de la forma más cruenta y vil.
Irene no pudo evitar las lagrimas, y buscó consuelo en los brazos de Rosa, que acababa de ir en su busca al ver que se había ahuyentado de la sala de expulsados.
“no deberías haber visto esto, muchacha” susurró Rosa
“¿pero por que le han hecho eso, por qué? Sollozó Irene
En ese mismo instante llegaron David, Juanjo y Emilia, dos alumnos de tercero de la ESO, que estaban a su vez expulsados en la sala también. No tardaron en sumarse a dicha comitiva Felipe y Carmen, que hicieron todo lo que pudieron para calmar los ánimos.
Don Gregorio, con un semblante serio y a la par tétrico, dictó la orden de que todo alumno debería marcharse a su casa, ordenadamente. Des de la secretaria, Paulina, dio la orden por megafonía de aquel improvisado toque de queda, mientras Olimpia, se abanicaba incesantemente como si intentara apartar el mal que caminaba por el instituto, un mal, con forma presumiblemente humana y que había dejado una obra de arte macabra y oscura en los baños de la primera planta del Miguel de Cervantes.
 
***
 “mamá…” intentó decir Irene al tiempo que estallaba en un mar de lagrimas
“no hables hija, tranquila, se lo que ha pasado, me ha llamado Miriam des de su móvil hace diez minutos”
Belén acariciaba el pelo de su hija, de forma suave y melancólica, intentando calmar a Irene. Seguidamente, después de darle un beso en su mejilla cetrina y desprovista de color, cogió la bolsa azul medio rota de su hija y la depositó en el suelo de la cocina. Irene se sentó en la silla de la cocina esperando que su madre le hiciera una de sus manzanillas famosas con limón.
“Toma Irene, te calmará” dijo Belén
Irene no pronunció palabra, asintió y dio un sorbo a aquel líquido caliente y ácido. El olor a verduras cocidas en la cocina era insoportable, e Irene notaba como si le faltara el aire, por lo que desabrochó su botón de arriba de la chaqueta.
“Mamá, no puedo quitarme de la cabeza, la imagen de…de esa chica” intervino Irene
“¿de Fátima, dices? Añadió su madre
“no sé el nombre, no la conocía” prosiguió Irene
“era una niña de segundo de la ESO, ya sabes que Miriam es una cotilla y lo sabe todo de todos cariño” continuó Belén.
Irene después de tomar su manzanilla, contestó los “whatsapp” atrasados de David y de Ismael, su compañero de las clases particulares de Inglés, y decidió acostarse un rato en el sofá; demasiadas emociones y pensamientos para su frágil mente adolescente. Belén, por el contrario, no podía relajarse, ni se lo podía permitir, recuerdos fatídicos inundaron su cabeza. La muerte de aquella niña revolvió en su baúl interior, en sus más olvidados recuerdos. Iba a hacer diez años del accidente en Gandia, aquel verano sombrío en el que Belén atropelló a una mujer de mediana edad causándole la muerte inmediata. Poco o nada se puso hacer por aquella señora, aun recuerda la mirada de la hija viendo como se llevaban a su madre en una ambulancia para no volverla a ver jamás. El informe policial dictaminó que Belén había cometido imprudencia al volante y no quedó del todo claro si había bebido alcohol o simplemente fue una habladuría del pueblo de San Juan.
Belén, apartó su flequillo canoso de la cara, para secar el sudor que recorría su frente con un paño de cocina. Cogió un diazepán y lo tragó con ayuda de un poco de agua. Los últimos pensamientos fueron para su difunto esposo, José, fallecido a causa de un accidente laboral en la fabrica textil de Iglesuela de los caballeros, un pueblo cercano a San Juan.
“buenas noches José, te quiero” susurró Belen casi en sueños.
***   
 
Tres días de luto fueron declarados en el instituto; al cuarto día, las clases se reanudaron, intentando sobrellevar aquella atrocidad lo mejor posible. La tristeza se podía ver en las caras tanto de alumnado como de profesorado, era como si la alegría hubiera dado paso al decaimiento y la apatía
Todo parecía estar en calma, los alumnos almorzaban en el patio, los profesores algunos estaban con sus cometidos, de guardia, en las aulas o simplemente tomando un café en la sala de profesores. Todo parecía estar calmado, pero simplemente, lo parecía.
David se dirigía a la cantina del instituto, cuando vio a Miriam salir con su carrito de la limpieza del baño donde ocurrió aquella desgracia.
“Hola David” dijo de manera nerviosa Miriam, y prosiguió “¿no vas al patio como los demás?
David asintió y se marchó sin mediar palabra. Algo extraño había en la manera en que Miriam se dirigió a David.
Al poco tiempo, el timbre que daba comienzo para las clases sonó incesante e Irene dio su último bocado al bocadillo de atún que su madre le había preparado junto al ya tradicional envase de zumo. Justo cuando se dirigía a su clase, vio a David sentado en uno de los bancos de la entrada del Hall, inmóvil y de espaldas.
“¿David? ¿no te habías ido a la cantina? ¿David, me oyes? Preguntaba Irene
Al tocar su hombro, David se desplomó hacia detrás, mostrando la atrocidad a la cual había servido. Su rostro estaba parcialmente desfigurado, su nariz arrancada y en su lugar tenia incrustada una pequeña bola negra, en las mejillas tenía surcos, a modo de arañazos y una cicatriz vertical cortaba sus labios. Tenía el semblante como felino, como leonino. En su pecho colgaba una nota con unos números y un nombre, tal como sucedió en el crimen del baño, podía leerse: Marcos, 1, 16:20
Irene dio un grito de terror y de impotencia, un grito que hizo temblar las paredes del Miguel de Cervantes. Rápidamente acudieron tres profesores: Luis, Daniel y “el cateator” que quedaron en estado de shock al presenciar tal atrocidad.
Carmen y Rosa acudieron de inmediato y se llevaron a Irene lejos de allí entre lloros y gritos.
“mucha coincidencia, no crees Rosa?” empezó a hablar Carmen
¿a qué te refieres? Intervino Rosa
“los números y esos nombres, de otra cosa no sabré, pero esto es sin duda mi campo, Juan, Lucas… y los números son versículos de la Biblia.”
“¿cómo que versículos? Preguntó Rosa con interés al tiempo que frotaba su nariz
“son evangelistas, Juan se representa con un águila, de ahí las plumas encontradas en el primer cuerpo, y Lucas se suele representar con un león. ¿Hace falta que te diga a que nos recuerda la cara del pobre David?” dijo Carmen irónicamente
Rosa no pudo contestar, se quedo fría como el hielo, pensativa y aterrada.
“si no me equivoco, y espero equivocarme, esto no ha terminado aquí, quienquiera que esté haciendo esto tiene planeado algo más grande” añadió Carmen.
“Carmen, pero, a ver, lo que yo creo es…” paró Rosa en seco su exposición al escuchar el timbre que marcaba el final e inicio de una de las clases del centro
“¿decías, Rosa? Pregunto inquisitivamente Carmen
Rosa no siguió su argumentación, simplemente se puso su chaqueta de Dolce and Gavanna de color beige, ajustó el botón inferior, recogió su bolso a juego con su chaqueta y sonrió.
“tengo clase Carmen, luego seguimos” añadió Rosa
“vale, yo voy a dar a hacer el “paseíllo” de la guardia guapa” dijo Carmen mientras se marchaba sonriendo.
El silencio de los pasillos del Miguel de Cervantes era escalofriante, incluso podría decirse que aquel invierno que acababa justo de empezar cobraba más fuerza y frialdad entre los muros de las aulas, entre aquellos pasillos largos interminables cuyas paredes mostraban el deterioro de la pintura verde clara debido al paso del tiempo y la poca reforma llevada a cabo. Ni tan solo las risas de los alumnos o los gritos podían escucharse a lo lejos, solo se esbozaba ligeras sombras a través de los cristales de las aulas.
Carmen y Juanjo, profesor de Física y química, firmaron en el registro de guardias y se disponían a ir a hacer de policías por un rato, centinelas del instituto, centinelas de un recinto amurallado no solo por sus puertas cerradas bajo llave sino por unos labios sellados por el miedo, la incertidumbre y el devenir del tiempo.
“Carmen, ¿te parece si voy por la planta baja y el primer piso y tú te encargas del segundo? Asi adelantamos y nos tomamos un cafecito, a ver si entramos en calor.” Sugirió el químico. Juanjo era un profesor de los de antes, de los de maletín en mano, chaqueta de pana, pañuelo en el cuello, pantalones de pinzas y zapatos oscuros.
“perfecto Juanjo, nos vemos abajo” contestó Carmen
Carmen se dispuso a iniciar la vigilancia por el segundo piso, aquello parecía desértico, solo se cruzó con Miriam y otra compañera de la limpieza, Natalia, una muy jovencita mujer que llevaba muy poco tiempo en el centro, reservada y muy introvertida. De repente se escuchó un ruido algo extraño en el departamento de Matemáticas. Carmen dudó si avisar a alguien o simplemente abrir con su llave y ver si sucedía algo. Finalmente se armó de valor, alentándose a sí misma, y abrió la puerta. Nada parecía perturbar la paz de aquel lugar, y decidió salir de allí y bajar a la primera planta de nuevo, donde estaría Juanjo esperándola. De repente la luz se le hizo oscuridad. Carmen cayó en el frio suelo de aquel húmedo y polvoriento departamento de ciencias.
 
***   
“¿Quién estaba con la victima cuando estaban realizando la guardia?” preguntó el agente Gómez
Gregorio tragó saliva, bebió un poco de agua y explico: “creo y según el parte de guardias, iba con Juanjo, pero éste niega saber nada de lo ocurrido, simplemente cada uno fue por un lugar diferente, se dividieron el trabajo”
Las lágrimas inundaron los ojos de Gregorio, al recordar la dantesca escena
El agente Gómez, sacó la foto de su bolsillo, y se la mostró de nuevo al director.
“¿Puede decirme algo más viendo la fotografía?” preguntó el policía con seriedad.
“ya le he dicho que no sabemos nada, solo lo que ustedes, y por favor no me haga ver más la fotografía, Carmen era como una hermana.” Dijo Gregorio entre sollozos
La fotografía mostraba a la profesora de religión en el suelo con un gran charco de sangre, en su cabeza tenía insertadas como a modos de cuernos, unos compases metálico, exactamente en las sienes, no obstante no fue dicha acción lo que le provocó la muerte sino, la herida de arma blanca en el pecho. La escena simulaba como la muerte de un toro. En el suelo con la sangre había también otro nombre: “Mateo,5”
“definitivamente se trata de un asesino, de un psicópata, por los hallazgos hasta la fecha, creemos que se basa en los Evangelios, y si estamos en lo cierto, otra muerte va a tener lugar en breve, si no ha sucedido ya. Creemos que puede ser cualquiera el responsable, des de usted mismo, a cualquier profesor, personal no docente del centro, o algún alumno o alumna; nadie está libre de sospecha”. Dijo en voz baja el agente.
 
***
 
El instituto cerró por dictamen de la Consejería de Educación y las clases se aplazaron hasta previo aviso. Lo paradójico fue que ningún alumno se alegró de la situación, es más, echaban de menos ir a clase y reírse con sus compañeros, en definitiva ser adolescentes y no víctimas de una ruleta de la fortuna muy macabra en la que nadie sabía lo que iba a pasar.
Irene decidió ponerse al día con sus estudios, y aunque no parecía centrarse en absoluto, por la muerte de su novio y de sus amigos, lo intentó. Tampoco podía sacar de su cabeza la noticia del fallecimiento de Carmen. Irene cogió su nueva bolsa de clase, la anterior azul ya la había tirado a la basura; se puso sus guantes y bufanda a juego y decidió salir a la biblioteca no sin antes intentar coger un diazepán de su madre para calmar su ansiedad. Lamentablemente no quedaban ya que Belén solía abusar de los ansiolíticos a raíz de sus fatídicos actos anteriores.
“mamá me voy a la biblioteca, ¿sacas del congelador el lenguado? Cenare en casa” dijo Irene.
Su madre respondió en la distancia y siguió limpiando los mejillones en la cocina.
Se escuchó un portazo y ya solo las manecillas del reloj y el grifo empapando los moluscos fueron los protagonistas de aquel piso viejo de la calle Mayor.
Ya en la biblioteca, Irene sacó sus libros, y empezó a leer en silencio; esta vez tocaba repasar a Pitágoras, lo cual la entristeció al pensar en David. Cada vez su angustia iba en aumento, no podía concentrarse, incluso la respiración del que ocupaba asiento a su lado la molestaba y distraía de su estudio. Decidió salir a la calle a tomar el aire, quizá aquello la ayudaría.
“¿Irene? ¿Qué haces ahí fuera? Preguntó con sorpresa Rosa
“¡Rosa! Qué alegría, que haces tú aquí, creía que te habrías marchado a tu tierra estos días de… bueno, estos días” dijo Irene
“no, cielo, al final decidí quedarme y preparar las clases, ahora me iba a la imprenta a comprar folios, ¿me acompañas?” dijo amablemente Rosa
“no, no puedo, la verdad es que debo estudias, Rosa, pero claro… no hay manera” suspiro Irene mientras las lagrimas corrían por su mejilla rojiza  a causa del frío.
“Toma, un caramelo, la vida con un poco de azúcar, se ve mucho mejor, créeme Irene, todo se arreglará” dijo Rosa con un toque maternal  a pesar de su juventud
“Gracias, Rosa” dijo Irene con una leve sonrisa
Se despidieron e Irene entró de nuevo a la biblioteca, se sentó a subrayar el tema que estaba viendo. Esta vez ya no escuchaba el molesto respirar de su compañero de al lado, es verdad pensó, la vida con un poco de azúcar siempre es mejor.
No pasó ni una hora cuando Irene empezó a sentirse algo indispuesta, la sala le daba vueltas como si en el camarote de un barco estuviese. Debería haber comido más, de eso estaba segura. Se frotó la frente, cerró el libro y marchó a casa; tal vez, la cena y un poco de descanso le vendría bien.
Abrió la puerta con dificultad y se adentró en el piso. Llamó a su madre pero ésta no respondía. El silencio era estremecedor en aquel minúsculo piso.
“¿Mamá? Insistió Irene, mientras se agarraba de las paredes al ya no poder apenas caminar.
“Pasa cariño, estamos aquí dentro, en la cocina” dijo una voz
Irene se estremeció. No era la voz de su madre
Irene abrió la puerta blanquecina y chirriante de la cocina y no pudo mediar palabra, ni gritar, solo abrir los ojos de tal manera que parecía que iba a desmayarse o entrar en shock.
“¿Te gusta lo que he hecho, cariño? Prosiguió aquella figura femenina en medio de la cocina
Irene apenas podía hablar, pero reunió las fuerzas para hablar: “¿qué le has hecho a mi madre? ¡Estás loca!” dijo con dificultad
“¿Loca? No, me temo que no, emocionalmente inestable diría yo, cariño. Sabes, a veces en la vida nos ocurren cosas que nos dejan un poco “fuera de onda” no sé si me entiendes Irene” afirmó Rosa, con una mirada fría y una sonrisa torcida en la cara.
“¿Qué has hecho?, ¿Qué me pasa?” decía entre lagrimas Irene
“tal como te dije, la vida con un poco de azúcar es mucho mejor, la verdad que me has facilitado mucho la tarea, me has venido como anillo al dedo, y a lo que estas pensando, te diré que no, no era un caramelito lo que te di, si no un potente tranquilizante. De los que me tomaba yo cuando me sucedío de pequeña aquello en Gandía. ¿te suena algo referente a Gandia? Sino yo te refresco un poco la memoria, amor. “Loca al volante, alcohólica, mata a mujer en medio de la carretera mientras su hija pequeña contemplaba la escena”. Si, Irene, aquella niña era yo, y hoy se cumplen diez años de aquella situación. Me ha costado encontraros pero créeme que ha valido la pena todo esto. Solo me da pena la pobre Carmen, estaba ya indagando mucho, y metiendo las narices donde no debía.
Irene casi ni podía abrir los ojos, solo lloraba de rabia
“pues bien cariño, abre esos hermoso ojitos que tienes, y contempla mi obra final, ¿has oído hablar de los Evangelistas? ¿no te ha enseñado nada tu profesora Carmen después de tantos años? Pues mira, te presento al ángel, “Mateo, 28”
Delante de ambas mujeres, podía verse el cuerpo sin vida de Berta, el torso estaba desprovisto de ropajes, y sus costados habían sido seccionados. La piel estirada y enganchada a los antebrazos, como a modo de unas alas de ángel.
Irene solo quería dormir y no despertar, apartar esa imagen de su mente, no podía ni tan solo golpear a la autora de tal macabra acción.
“hummm, veamos que hay de cenar, amor” dijo Rosa con un tono maternal “lenguado y mejillones, me encanta, pero antes de nada, creo que voy a encargarme de ti” dijo Rosa con un tono mucho más violento
Se acercó a su bolso, y sacó una pistola de él.
“y ahora cariño, por tu bien no muevas la cabeza, enseguida habremos terminado”
 



queridos lectores, pediros disculpas por algún error
de edición que he encontrado. quería editar el
relato, pero no he podido, quería solo apuntar que al
subirlo a la red, puede haberse movido alguna palabra
de orden, el adjetivo "oronda" va obviamente sin la
"h" y por último decir que el personaje de Belén
sigue siendo Belén, y no Berta que es lo que aparece
al final del relato. gracias y espero que os guste
Comentario del autro

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Ruben Mecho Sanguesa.
Publicado en e-Stories.org el 13.12.2014.

 
 

Comentarios de nuestros lectores (0)


Tu comentario

¡A nuestros autores y a e-Stories.org les gustaría saber tu opinión! ¡Pero por favor, te pedimos que comentes el relato corto o poema sin insultar personalmente a nuestros autores!

Por favor elige

Post anterior Post siguiente

Más de esta categoría "Horror" (Relatos Cortos en español)

Otras obras de Ruben Mecho Sanguesa

¿Le ha gustado este artículo? Entonces eche un vistazo a los siguientes:

THE STUDENT - Ruben Mecho Sanguesa (Horror)
Pushing It - William Vaudrain (General)