Álvaro Luengo

El Secreto de Lucifer (cuento para mi nieta Yasmina)

 

 

Por fin me llegó la noticia que llevaba más de media vida esperando: ¡me habían concedido todos los permisos necesarios para hacerle una entrevista a Dios! ¡Al mismísimo Dios!... Nunca había entendido porqué pasaban tantas cosas malas en el mundo siendo él tan bueno como dicen y ahora tendría la ocasión de resolver mis dudas, ya ves tú.

Me encontré con su Enviado en el sitio y hora acordados. Llevaba un cartel con mi nombre y era un hombre mayor, de pelo cano, que tenía un aire que me recordaba a Arturo Fernández, ya sabes…


-Abuelo, no tengo ni idea de quién es Arturo Fernández. ¿Es un futbolista?

-No, mi niña, no. Es un antiguo un galán de cine que a mí me resultaba muy empalagoso,  siempre muy repeinado y pulcro, enfundado en su batín de seda o en su impecable traje azul… ¿No le has visto nunca en la tele? Pues si quieres lo buscas en Google –arturo fernandez actor- y lo ves, que su imagen lo dice todo. Me da repeluco, lo siento mucho.

Bueno, y el caso es que yo tenía mil preguntas que hacerle, pero la emoción no me dejaba tragar saliva, y me aturullaba y no sabía qué decirle, así que le di la mano y me soltó un calambrazo de hielo que…

-¿Un calambrazo de hielo, abuelo? Qué cosa tan rara…

-Pues así fue, chiquitina, porque cuando juntamos las manos me pegó un escalofrío que me subió por el brazo y me llegó hasta la nuca, que me dejó tiritando… ¡Tenía la mano helada, pero de ese frío que duele!  

Separé la mano dando un respingo, por miedo a quedarme pegado, y le miré con extrañeza, pero él no me hizo ni caso y se puso a comprobar que yo cumplía con todo lo acordado para hacer la entrevista, es decir, nada de bolígrafos, cuadernos, cámaras, móviles ni artilugios electrónicos de ningún tipo.

Y yo pensé que sería mejor no poner malas caras a ese tipo y darme por contento por haber sido seleccionado para protagonizar tan extraordinario evento.

-¡Qué extraordinario evento, sí señor! ¿Tanto te emocionó que el Enviado mirara en tus bolsillos, abuelo?

-Brrr… Me refiero a que me seleccionaran para la entrevista con Dios, membrilla, que has de saber que para conseguirla tuve que superar a muchos otros candidatos que querían hacerla, entre ellos el papa, y no me refiero al padre de los churumbeles sino al representante de Dios en la tierra, no te vayas a creer.

-¿En serio, abuelo? ¡Ja! ¿Ganaste al papa?

-¡Pues claro! Le envié un mail diciendo que la selección se había aplazado porque un cura se había puesto malo y no se presentó, así que le gané limpiamente.

-¡Qué bomba, abuelo! Qué limpio estuviste ahí, jjjj, pero sigue con tu historia, ¿qué es lo que pasó?

-¿A dónde vamos?- no me pude contener -¿A qué hora será la entrevista? ¡Dígame algo, por favor!

Me lanzó una mirada de desprecio y me dijo:

-Tranquilícese. Es muy probable que Él haya comenzado la entrevista algo antes que usted, pero pronto se verán cara a cara.

-¿Que él comenzara la entrevista algo antes que yo?... ¡Pero si habíamos quedado en que seríamos él y yo a solas, ¿qué me estaba contando este hombre?!... ¿Sería posible que Dios me hubiera elegido en plan Moisés para revelarme algún secreto, o algo así?- empecé a desvariar.

Y el viaje, preciosa, pues fue lo más, porque subimos al avión en tiempo récord, saltándonos todos los controles sin que nadie nos dijera nada, fue como si nadie nos viera, y una vez sentados en el avión intenté charlar con él de algo, pero el muy canalla se hacía el dormido cada vez que me giraba para hablar con él, te lo prometo, oye, que le pillé dos veces. Así que decidí echar un vistazo a los pasajeros para entretenerme un rato.

El avión iba bastante lleno de gente, y aunque parecían los típicos pasajeros de avión me llamó la atención la palidez que tenían en sus caras.

-¿Quiénes son?- le pregunté a mi acompañante, apoyando mi mano en su brazo -¡Dígamelo! ¿Vienen con nosotros hasta el final? 

-Ya le he dicho antes que no se preocupe usted de nada- me contestó fríamente.

-No, ya, si no me preocupo, si esto me pasa a mí todos los días… ¿Pero cómo quiere usted que no me preocupe?... Me aseguraron que se trataba de una entrevista en exclusiva con Dios, es decir, que íbamos a estar los dos solos hablando mano a mano. No me irá a decir ahora que todos estos señores también vienen a participar en la entrevista, ¿verdad?... ¡Quiero una explicación!

-Cálmese, cálmese… ¡Qué manera tan ordinaria de expresarse!- chasqueó la lengua en señal de desagrado -¡Qué ausencia de modales!

Le di por imposible y me volví hacia el pasajero más cercano, que se encontraba sentado al otro lado del pasillo.

-Perdone, señor, ¿podría decirme a dónde viaja usted?

El hombre se giró hacia mí lentamente. Extravió su mirada en algún lugar al otro lado de mi cabeza y entreabrió la boca dejando gotear un hilillo de baba por una de sus comisuras… ¡De verdad que se me pusieron los pelos de punta!

-¿Y no te dio otro garrampazo, abuelo? Seguro que sí, je, je, je, je… Pues vaya finde tan chungo que te montaste. ¿Y por qué no te fuiste a Benidorm a pasártelo bien con las personas mayores como tú?

-¡Calla y escucha, bellaca!- porque yo conseguí sobreponerme y le insistí -¿Me puede decir a dónde va?

-No se moleste en hablar con él, que no le va a decir nada- me dijo el Enviado mientras soltaba un bostezo –Pero no tema. Ellos harán el vuelo con nosotros, pero no tomarán parte en la entrevista.

-¿Entonces vamos todos al mismo sitio? ¿De qué se trata esto? ¿Por qué vienen con nosotros? ¿Y por qué no contestan a mis preguntas?

-No pueden contestarle porque están muertos- respondió secamente -¿No lo ve?

Y todos me miraron para que pudiera comprobarlo.

-¡Toma del frasco, Carrasco! Abuelo, debiste bajarte en marcha aunque no hubiera paracaídas… ¿Y qué es lo que hiciste?

-Pues hija, pues qué voy a hacer… quedarme… quedarme…

-¿Quedarte qué?...

-Es que es una palabra malsonante, y como yo soy un cuentista muy finolis no sé si ponerla aquí…

-¿Te quedaste agilipollao? ¿Así como ahora?

-Sí, sí, algo así, pero con miedo, con mucho miedo.

-¿Acojonao?

-Eso también. Las dos cosas a la vez.

-Ah, entonces está claro: te quedaste agilijonao, ¿no?

-¡Exactamente, mi niña! Me quedé agilijonao, pero no sabía si iba a quedar bien aquí.

-De lujo, abuelo, queda de lujo. Pero anda, sigue con tu historia.

-Pues eso, que me quedé como te he dicho mirando al pasajero más cercano, y él esbozó un amago de sonrisa asintiendo lentamente, mientras el hilo de baba oscilaba en su mentón.

-¡Caray, qué gente tan rara!- pensé -¡Habrá que estar bien despierto!

-Será mejor que duerma un poco- me dijo el Enviado con tono autoritario –El viaje será largo y será conveniente que descanse, anse… anse... anseanseanseanse

Total, que después de lo que me pareció un breve sueño me despertó sacudiéndome por los hombros, y yo me sentía como si me estuviera despertando de una borrachera. Y todo se veía envuelto en una extraña luz violeta.

-¡Vamos, despierte usted! Ya hemos llegado.

-¿Y los demás?- pregunté al darme cuenta de que éramos los únicos que quedábamos en el avión.

-Ya están en camino a su destino- me contestó con gesto altivo.

-¿Cuánto tiempo he dormido?- quise saber.

Y chasqueó la lengua como toda respuesta.

Así que me asomé a la puerta abierta del avión para echar un vistazo al sitio. Habíamos aterrizado en el fondo de un valle rodeado de montañas muy verdes sobre las que se dejaban ver dos soles,  uno más pequeño y parecido al nuestro, y otro enorme de color violeta.

-¡La casa de Dios!- exclamé, sin dar crédito a mis ojos -¡Estoy en la casa de Dios!

-¡Qué chulo, ¿no, abuelo?! ¿Y te dio un subidón?

-Pues no te creas que muy del todo, princesita, porque aún me sentía mucha inquietud por todas las cosas del viaje, y no lo podía disfrutar mucho.

-¡Pobre criatura! Pero anda, no te enrolles más con los detalles y cuéntame lo importante: tu entrevista con Dios. ¿Llegaste a hablar con él o no?

-Sí, y vale, pues no te diré nada de la gran cantidad de bestias extrañas que vimos por el camino, ni de los enormes pajarracos negros que peinaban nuestras cabezas, ni de la gruta que conducía hasta un laberinto de oscuros túneles que tuvimos que atravesar alumbrados con unas antorchas hasta que llegamos a una amplia cámara, que por fin contaba con algo de luz propia, pues un extraño resplandor verdoso brotaba de sus paredes. 

-¡Ya hemos llegado!- se plantó el Enviado al entrar en la estancia.

Y yo me detuve a su lado mirando a mi alrededor sin saber qué decir.

-¿Y ese era el cielo, abuelo? ¿Y no había angelitos tocando la gaita? ¿No había ni uno?

-Pues yo al menos no vi ninguno. Y los angelitos lo que tocan es el arpa, no la gaita, payasa.

-Y la trompeta, abuelo, y la trompeta, que en la iglesia de abajo hay uno pintado tocando la trompeta.

-Bueno, pues vale, pues también tocan la trompeta, pero la gaita nunca, y déjame contarte, que el Enviado me dijo:

-Aquí es donde vive Dios, ¿no querías verle?- señalando a un oscuro rincón frente a nosotros.

Avancé en la dirección que indicaba hasta que di contra unos barrotes que atravesaban la sala partiéndola en dos, y alzando la antorcha pude distinguir las formas de un anciano sentado en un taburete, a tres metros de donde yo estaba, al otro lado de las rejas.

Tenía que ser Dios, no quedaba otra, porque su larga barba y pelo blancos, la túnica que vestía y las enormes sandalias que enjaulaban sus descomunales pies le delataban.  

-Pues sí, tal como lo describes pudiera ser que fuera él. ¿Hacía milagros?

-¡Ah! Y además tenía el triangulito luminoso flotando sobre su cabeza, que también me fijé.

-¡Jo, abuelo, eres un lince, no se te escapa un detalle, je, je! Entonces era Dios, no hay duda, porque ese triangulito sólo lo lleva él. ¿Tú sabes de  alguien más que lo lleve?

-Pues eso mismo pensé yo, así que le pregunté:

-Perdone, Señor… ¿Es usted Dios? ¿De verdad que es usted Dios?

-¿Es que no me has visto antes en todas partes?- mi pregunta pareció irritarle -¿No me has visto en las pinturas de las iglesias y en los dibujos de los libros, y hasta en el Google? ¿Has venido hasta aquí a entrevistarme y pierdes tu tiempo con esas preguntas ridículas? ¿Quién crees tú que puedo ser si no?

-Lo siento- acompañé mis palabras con una inclinación de cabeza para expresarle mi respeto –Pero comprenda, Señor, que yo me esperaba otra cosa… Quiero decir que me esperaba verle sentado en un trono rodeado de ángeles tocando la gaita, perdón, digo el arpa, y no prisionero en esta oscura mazmorra.

-Pues ya lo ves: las cosas no siempre son como nos gustaría que fueran. ¿Es que no vas a sentarte?- me indicó otro taburete que había a mi lado, junto a la reja -Me resulta molesto tener que levantar tanto la cabeza para hablar contigo… Supongo que quieres saber cómo es que me han degradado hasta llegar a esto, ¿no? ¡Ja! No te olvides de que puedo leer hasta tus más ocultos pensamientos… ¡Y además todos venís con la misma monserga!

-No… Es decir, sí. Perdóneme otra vez, pero es que su imagen no concuerda con la del dios todopoderoso que fue el creador de todo lo existente y que gobierna sobre el cielo y la tierra…

-¿Así que mi imagen no concuerda, eh? ¡No concuerda, dice!... Pues has de saber que Yo soy ese del que tú hablas, porque goberné sobre el universo que creé durante millones de años... ¡Mi universo!... Y también fui el creador de tus primeros padres, Adán y Eva, y los instalé en un jardín de ensueño, pero la necia de ella cayó en la trampa que le tendió Lucifer, ese vil traidor que durante mucho tiempo fue el más querido de mis arcángeles, y lo echó todo a perder… ¡Y todo por culpa de ese desagradecido al que traté como a un hijo!... ¡Ese reptil repugnante de corazón negro como el carbón!... ¡Ese hijo de mala madre!... ¡Ese… 

-Cálmese, Señor Dios, por favor, que le va a dar algo. ¿Y qué es lo que pasó luego?

-La culpa también fue mía, por ser demasiado bueno, como siempre, porque a eso no me ganaba nadie. Como sabrás, hice a Adán y Eva con cabeza, cuerpo, brazos y piernas, a mi imagen y semejanza, que no te vayas a creer que los compré en una pajarería, y les instalé en el Paraíso para que vivieran felices sin que les faltara nada.

No les hice demasiado listos, todo hay que decirlo, porque pensé que así darían menos problemas, y al principio todo funcionó muy bien. Los chicos se pasaban el día jugando al que te pillo y comiendo frutas silvestres, y jamás se peleaban entre ellos, porque eran buenos y se querían mucho, ni tampoco mostraban deseos de reproducirse, pero…

El Enviado apareció en escena ofreciéndonos unas tazas de té que rápidamente aceptamos.

-Gracias, Gabriel- le dijo el Señor –Puedes retirarte.

Y yo aproveché para presentar una duda:

-¿Y no se sentían atraídos físicamente el uno por el otro? Porque eran jóvenes, ¿no? ¡Qué vida tan sosa llevarían allí!

-¡De sosa nada, hijo! Que los dos estaban tan contentos viviendo en la inopia, que yo bajaba casi todos los días a verles y te lo puedo asegurar, que lo único que querían era que les cantara el pollito Pío y nada más.

Pero el caso es que una tarde, el traidor, el pérfido, el más sucio reptil que te puedas imaginar, el que fuera el príncipe de mis ángeles y la niña de mis ojos, el mismísimo Lucifer, o Luzbel, como yo mismo le bauticé por la luz tan bella que emanaba de su persona, se dejó caer por el jardín tomando la forma de una serpiente y lió a Eva, que ya te he dicho antes que no era muy lista:

-Pues si te comes esta manzana tan rica te dejarán de salir pelos en las piernas y se te pondrán las tetas más gordas. Verás cómo mola.

-¿Y por qué no te la comes tú?

-¡Porque no tengo piernas ni tetas, tonta! Anda, cómetela y te enseñaré lo que tienes que hacer para enamorar a Adán y poder mandurruchearle bien a tus anchas…

-¿De verdad?... ¡Voy!

Y comió de la manzana, como bien sabes, y luego la compartió con Adán, y  cuando bajé aquella tarde a verles les pillé besuqueándose en plena faena y me cogí un rebote de tres pares de…

-Sí, lo sé- interrumpí apurando mi taza de té -Algo he oído sobre que les echó una bronca y los expulsó del Paraíso.

-¡Naranjas de la China! ¡Ya quisiera yo que hubiera sido así! Porque nada más empezar a regañarles salió Lucifer de detrás de un árbol con un bate de béisbol y me pegó la paliza de mi vida… Me pegó la del pulpo, vamos, que me sacudió una tunda de palos que me dolía hasta el alma.

Y después me trajo hasta aquí y me encerró en esta sucia mazmorra, así que yo no soy el responsable de nada de lo que ha ocurrido en el mundo desde entonces, porque él se hizo con el poder absoluto y ha sido el que lo ha gobernado a su antojo.

Lucifer es muy listo y poderoso, es un genio del mal, y llevó a cabo un golpe maestro: os hizo creer a todos que yo era el que seguía mandando, y que el mal había sido vencido y rechazado a las tinieblas para siempre, pero no fue así, sino todo lo contrario.

Eliminó a Abel por medio de Caín, para que os fuerais haciendo una idea de quiénes eran sus elegidos, y comenzó a enviaros un sinfín de desgracias: enfermedades crueles, niños que nacían con deformidades monstruosas, guerras, hambre, frío y todo tipo de calamidades… ¿Cómo habéis podido creer que yo, el padre que tanto os ha querido, fuera el autor de todas aquellas barbaridades? ¡Ni el peor padre habría tratado así a sus hijos! ¡Y la culpa es mía por haber creado una raza de idiotas!

Pero él os siguió engañando y os hizo creer que todo aquello eran “pruebas” que os enviaba para que demostrarais vuestra fe y amor por mí… ¡Hala, te voy a enviar la peste para comprobar si de verdad me amas o si vas a renegar ahora de mi!... ¿Eso es forma de querer a alguien? ¿Cómo podíais pensar que era yo, que soy infinitamente bueno, el que hacía esas cosas? ¿Es que no tenéis dos dedos de frente?

-Tiene razón, abuelo, ¿cómo es que nadie se dio cuenta de eso y siguieron todos adorándole durante tanto tiempo?

-Pues todo ese tipo de cosas era lo que a mí me habían hecho dudar de su existencia y precisamente por eso me había empeñado tanto en poder hablar con él, ¿me entiendes ahora?

-Y mientras tanto- prosiguió Dios -Lucifer se reía a mandíbula batiente viendo cómo os retorcíais de dolor cuando os alcanzaba la metralla de alguna bomba, y disfrutaba martirizando a los mejores de vosotros, a los que había seleccionado previamente, y aplaudía las victorias de los malvados sobre los buenos.

Hubo una ocasión en la que conseguí fugarme de aquí aprovechando un descuido de mis carceleros, y me mantuve escondido durante nueve meses en compañía de la virgen María y de san José, para poder enviaros a mi hijo Jesús, a ver si él podía poner un poco de orden en todo ese desastre, ¡pero pobrecito mío!, ya sabes las barbaridades que le hicisteis, ¿no?, así que se me quitaron las ganas de enviaros otro.

Y el resultado de todo esto es que amparados por Lucifer dais rienda suelta  a vuestra codicia y a vuestra crueldad, y eso os está llevando a la autodestrucción, porque si seguís así os vais a matar todos unos a otros.

El caso es que  Lucifer disfruta viniendo por aquí de vez en cuando para burlarse de mí, y humillarme riéndose de mi fallida creación. Me lleva hasta algún ventanuco desde el que se vea el bombardeo de alguna ciudad, y me dice con sorna:

-¡Ahí tienes tu magnífica obra, oh Señor!…

-¡Perdón!- le interrumpí –Siento como si me faltara el aire y me estoy mareando un poco… Creo que necesito salir un a respirar un rato.

-¿Salir?- me preguntó, enarcando las cejas –Eso no te mejorará en absoluto. Lo que sientes son los efectos del té.

Me quise poner en pie, pero las piernas me flaqueaban y la vista se me nublaba.

-¿Del té?- pregunté con voz pastosa -¿Qué le han puesto al té?

-Bueno, el té de los invitados se prepara con dormicus profundum, una hierba que se da muy bien por aquí, y te hará caer en un sueño profundo, así que no te preocupes porque no sentirás ningún dolor cuando Gabriel, mi fiel arcángel, te trocee.

-¿Me trocee?... ¿Me va a cortar en pedacitos?... ¿Por qué?- mi pegajosa lengua apenas me dejaba hablar.

-¡Para cocinarte y comerte, naturalmente! Yo no puedo vivir del aire, y  Lucifer no se ocupa de mí, así que me las tengo que arreglar por mi cuenta para conseguir comida, pero siempre encontramos algún membrillo que quiera hacerse famoso a base de entrevistarme, ¿verdad, Gabriel?

-Así es, mi Señor- contestó él.

Me quedé aterrorizado al escuchar sus palabras.

-¡Nooo!... ¡Déjenme salir de aquí!... ¡No quiero que me coman!- supliqué.

-¿Pero qué dices, hijo mío? ¡Si es el mejor destino que puedes tener! Así pasarás a formar parte de mí, que es lo que siempre os he prometido, y vivirás eternamente en mí… ¡La comunión de los santos!... ¡Será estupendo, ya lo verás!

-¡Nooo!... ¡Nooo!

En mis últimos instantes de vida pude ver a  Gabriel acercándose a mí con un hacha, mientras la voz de Dios se me iba haciendo más lejana.

-Cuida la sal esta vez, ¿eh, Gabriel? ¡Guarda la mano! Y ponle de las hierbitas esas que a mí me gustan tanto, ¿cómo se llaman?... ¿Son tomillo o romero? ¿Tú crees que para las ocho estará?

-A Benidorm, abuelo, a Benidorm. Ya te lo he dicho antes. Ahí es donde tienes que ir. El próximo finde vete a Benidorm y verás qué bien te lo pasas.

 

 

 

 

FIN

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Álvaro Luengo.
Publicado en e-Stories.org el 29.01.2015.

 
 

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