Karl Wiener

El reloj

 
       El tiempo pasa y  no le devuelvo ninguno. Me acuerdo de un niño, pero me he olvidado de su nombre. Puede ser que se llamaba como tú o yo. Propongo de llamarlo Esteban. Esteban no sabía que todas las cosas tienen su tiempo oportuno. A la mesa no había gana. Entre las comidas pero reclamaba de comer y beber. Por la noche, al tiempo de acostarse, cada excusa parecía apto para lograr una demora. Finalmente en la cama, Esteban permanecía despierto y cada ruido de la sala le hacía creer que los adultos bebieran en secreto la deliciosa gaseosa roja mientras él debía dormir. Por la mañana Esteban era muerto de cansancio, y en la escuela se desvelaba a duras penas. No era tonto, pero no levantaba jamàs la mano antes que otros escolares ya hubieran contestado las preguntas del maestro. Por eso sus amigos lo apodaban el inventor de la lentidud.
       El Niño en el cielo notó el comportamiento de Esteban y reflexionó: “?Porque se deban esforzarse mis ayudantes para distribuir todos los aguinaldos en una noche sólo? En cualquier caso Esteban no sabe el tiempo conveniente”. Por eso Esteban no recibiá sus regalos antes de Pascua. El invierno se confundió de ese retardo. Se creía haber partido antes de su tiempo. Enseguida sopló un viento helado sobre el país y mezcló copos de nieve con las gotas de lluvia primaverale. Las flores que ya habían aventurado de venir a la luz, titiritaban y el gorjeo de los pájaros cesó. El Conejo de Pascua olvidó de su tarea. No escondía dulces y huevos pintados en el jardin. En los años previos el verano había atraido los niños al juego en la naturaleza. Este año Esteban estaba en el cuarto. Fuera, al aire libre, la lluvia inundaba las calles. Pero cuando las vacaciones de los escolares habían  terminado, el sol reía en cielo. Los niños tenían que sudar en la escuela. Se perdía la esperanca, no ocurría nada a su tiempo.
       El abuelo de Esteban era un hombre inteligente y sagaz. Había observado la confusión desde hace tiempo. Finalmente entró pensativamente en su taller. Dentro de poco se oyó un ruido detrás de la puerta cerrada. El abuelo martilló y serró, y a veces se oyó sus monólogos. La cosa que se había propuesto no parecía de ser un asunto simple. No podía completarla durante un solo de día. Esteban estaba lleno de curiosidad por lo que sucedíó en el taller y observó sin parar la puerta. Finalmente el abuelo abrió la puerta, hizo señas a Esteban y le mostró el resultado de su trabajo. En el taller  se hallaba un mecanismo complicado. A la vista de la obra Esteban se asombró con admiración. No sabía interpretar la intención de esa construcción, hecha de ruedas dentadas, péndolas, tubos y embudos. Pero el abuelo lo informó.
       No es posible detallar en este lugar el mecanismo que el abuelo había construido. Eso sería un cuento separado. Pero lo que sé, se hace caer una bola en el embudo superior. Esa bola rueda sin parada por un sistema de tubos, salta abajo las escaleras y pasa puentes, desaparece en pozos y aparece de nuevo en canales instalados por debajo. Cuando la bola cae finalmente en el embudo inferior, una campana toca. Eso es la señal para lanzar la bola siguiente en el embudo superior. Esteban comprendió lo que el abuelo quería mostrar por su construcción. Todas las cosas de la vida tienen que suceder en el momento justo. Si no, el reloj de la vida se confunde.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Karl Wiener.
Publicado en e-Stories.org el 21.12.2007.

 
 

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