Maria Teresa Aláez García

20.1 20.2

La segunda parte se ha tomado como respuesta para un cuento colectivo en el foro Escorados.

Saludos cordiales.

201 202

Antes de permitir que el oro destroce los sentidos que desconozco en mi cuerpo y de que  el bronce destilado me vuelva estatua, deseo decirte adiós.

Un adiós que repito de nuevo, una despedida que siempre ha estado latente y que no deseo que ocurra pero que ha de establecerse rompiendo la última liana que sostenía este delgado puente de energía y de enlaces.

Y la melancolía y la soledad, pintor y pincel de los desvarios me trajeron tu recuerdo sobre la marca desquiciada de la luna. Y fue ternura, todo fue ternura. Todo se volvió seda, todo amaneció en el silencio y un pigmento irisado llenó mi corazón. Mis manos recorrieron el deseo de una caricia, de sentir tus pensamientos latir sobre la piel, de dejar que tus cabellos tuvieran un apoyo, de cerrar la puerta a los jardines y abrir las ventanas a los vientos del cariño, de abrir la jaula solamente a un roce y dejar que la electricidad fluya grandemente por un punto electrónico de contacto. El magma magnético lleno el mundo de ambrosías, los problemas tuvieron solución, las horas dejaron de correr y el espacio guardó en una rosa el pequeño e invisible tacto que surgió, sólo el deseo de un roce liviano, casi imperceptible, sólo el intento de acercar dos mundos sumergidos en esferas contrarias. Sólo eso.

Se rompió. A veces viene solo pero se rompe. No hay modo ya de unir esa liana; ya ambos caminamos al borde del abismo. Pero yo me entrego a mi fronda. No hay ya nada que hacer

Vi dibujar al corazón las estructuras de un nuevo universo donde tu piel era todo lo necesario. Me vi desaparecer entre los poros que irradiaban suavidad, luz, descanso, paz, amabilidad, un cenáculo de dones inigualable, de colores, inmenso, un cenador secreto que yo sólo disfrutaba con un punto de tacto desconocido. Un roce imaginario, un doblar la cabeza, un dejarse llevar por la invisibilidad del aire que separa ambas pieles, una protección en quien permite el reposo de la conciencia. Todos los enamorados vibraron con el estremecimiento de una piel que no llegó a tomar contacto, todos sintieron una congoja liviana y tranquila en su pecho y una feliz sucesión de sentimientos porque sólo llegó a ser una pequeña coincidencia entre dos electrones que volvieron a desencadenar un universo sin anclajes.

La cebada no rompe. La malta no pesa. La reina de ajedrez deja a las arañas ocultar su juego. Da paso a su contraria, le da igual que no se juegue mientras su peón no determine moverse. Es una reina caritativa, se preocupa por nadie puesto que sabe que hasta él tiene un lugar importante en el juego.

No sé por dónde vuelan mis palabras, mis letras, mis deseos pero me da igual a quién lleguen. Algo llevarán, algo harán, algo que espero que equilibre en pro de ese amago de un encuentro que llevó a provocar un caos y un universo.

Ahora si. Adiós. Y suerte.
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Desde mi lugar, aquí, situada entre los límites de los universos, vigilando los recorridos de los seres, cuidando del equilibrio del paisaje, recitando los verbos distintos que no se escuchan, acariciando las energías que viajan buscando cuerpos que equilibrar.  

Desde mi abismo donde escuché el vacío de una existencia, el reprimir de un golpe, el mutismo del grito, sentí un impulso golpear mi cráneo y una existencia que reclamaba no perderse en el olvido de los puentes, caer al fondo de lo que nunca hubo y lo que nunca fue.

Pedí a mi guardián permiso para poder moverme en su derredor. Como siempre, permaneció impasible, cimitarra en mano, camisa blanca en movimiento sin aire alguno que impulsara el detalle de su dibujo, que hiciera vacilar su textura, que provocara oleajes de hilos y de fibras. Tan sólo el pensamiento interior, el agua de su sufrimiento, el fuego de su agonía detallaban algo de existencia en aquel ser desconocido para mi y que en realidad debía su permanecer allí a un recurso de mi mente que necesitaba no sentirse sola.

No pude, no quería resistirme a aquel padecer sin fin, no quise dar pie a que la imposibilidad del no ser justificara el acabar de un tajo con tanto esfuerzo y tomarlo como inútil.

Alcé mi mano. Extendí la palma Deseé y soplé.

Una pequeñísima vibración entre los puentes. Luego todo… o casi todo, volvió a su lugar.
 
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Rompo, rompo el aire con mis dedos. Mis yemas corren, aturden, se desesperan y abren grietas en la densidad que me rodea y me abarca, me protege.

No quiero dejar de correr, no quiero. No deseo mirar atrás porque sé que es doloroso pero el pecho no deja de quejarse, de gritar, de recordar en amarillos alaridos y en gritos de bermellón que quebré mis espejos con mis gritos y me rompí las venas con mis lágrimas

Y sigo corriendo, cada vez a mayor velocidad. Pretendo volar, sólo volar. Acercarme al abismo y tirarme sin un paracaídas, sin una protección pero dejar que mi alma descanse por fin, se desprenda de mis necesidades.

Me partiste en dos y no volviste. Me dejaste tirada, anulada, derrumbada, víctima de mí misma que es el peor ataque que puede recibir una persona, el hacerse daño con sus expectativas.

Caminando, me volví cemento, asfalto, gris, Fui fundiéndome con la carretera y el camino, con las paredes que rozaba a través del aire destrozado, fui tomando conciencia corporal de mi entorno y mi paso se fue haciendo más pesado, más conforme, más sosegado. Fui muriendo, fui convirtiéndome en piedra, granito, en bloque deforme y descuidado, en oquedad cegada por espejos, en puente truncado en sus riberas que no en su centro. Fui dándome cuenta de que me daba igual ser pisoteada. Me daba lo mismo ser ensuciada, maltratada, desposeída, desprestigiada, insultada. No era mi problema, no era el quid más importante de mi existencia. Ni la misma existencia era motivo para poder ser.

Los gorriones se perfilaron en mis aurículas. Sus extremidades arañaron y se clavaron en la suavidad y ternura de la pared cardiaca y picotearon en las sendas que descubrieron sobre mi parque de materia gris. Intentaron abrir nuevos caminos pero no profundizar. Da miedo entrar en las alcantarillas de nuestra inmensidad interior. Se limitaron a abrir un pequeño y limpio camino.

Me consta que de cuando en cuando es necesario limpiar los pozos ciegos Y una de dos, o se canalizan o se ciegan para siempre si no tienen nada que sacar en claro de dentro: sea una corriente subterránea, sea mineral en bruto. Me alegraré de repararlo e introducir en él materia o mejor, darle apertura, investigar o permitir que lo externo entre pero no que lo haga lugar de residencia.

Y mientras tanto volver la cabeza y seguir, con mi mirada rebelde y contraria, el manar de los tiempos y el discurso de lo que no será ahora pero existió y busca su oportunidad, latente, en otros papeles o en otros desconciertos.


Pernelle. (Mayte Alaez)

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 27.02.2008.

 
 

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