Maria Teresa Aláez García

Duermes

Vivo en una constante oscuridad. Es mi realidad esa oscuridad. Es la ausencia de luz. Es la realidad que existe en la noche, la cual no es más que un estado tangible, presencial de las cosas. El universo permanece a oscuras en sus fragmentos no iluminados por la combustión constante de las estrellas, de los cometas, de distintos astros. El universo vive, nace, crece, se expande, no sé si morirá. Los elementos que existen en el universo hacen lo propio.  En este planeta, no veo en la noche más que el estado vivo de los planetas no iluminados por las estrellas, de los satélites. La luz estelar sólo me recuerda el motivo de la existencia. Sin el calor y la luz de una estrella no existirían seres vivos. Y no existirían el resto de los objetos y situaciones si yo no le doy sentido. Para qué sirve o es factible la existencia de algo que no puede ser pensado, medido, estudiado, documentado, saboreado, experimentado, cuidado, acariciado o incluso maltratado o ultrajado. De eso se encargan las criaturas vivas.
 
Mientras tanto, vivo en una oscuridad constante que me hace dar constantes palos de ciego. No hago más que dormir, despertar, darme cuenta de que sigo durmiendo, volver a despertar, seguir siendo consciente de mi estado onírico, seguir despertando y así sucesivamente.
 
Conociendo la desesperación que le produce al cerebro el carecer de elementos que le son necesarios  - como alimentación, descanso, oxigenación, limpieza, abastecimiento y equilibrio – y que cualquier desequilibrio en el cuerpo causa un error en su funcionamiento, el cerebro intenta compensar cualquier carencia para poder seguir sobreviviendo. La supervivencia es instintiva
 
E inventa. Sobre todo la carencia de afecto la suple inventando. Es capaz de inventar una pareja que no existe, de tomar referencia en cualquier gesto haciendo entender que dicho gesto llenará parte de esa carencia necesaria. Forma espejismos, imágenes similares a las conocidas para poder compensar con algunos de los sentidos la ausencia del material necesario. Pero el tacto y el gusto son difíciles de contentar y la señal que el estómago envía también.
 
En cuanto a la necesidad de afecto, inventa relaciones, señales donde parece que se es correspondido, se es amado, idolatrado. Pero es mentira. Normalmente la mayoría de elementos creados por el hombre para su satisfacción personal son placebos y mentiras para dejar al cuerpo tranquilo, exhausto.
 
Me estoy destrozando por dentro y el espíritu, unido a la angustia, pone mi alma en carne viva. Mi alma es un velo blanco que cubre las partes dañadas con un bálsamo de esperanza, de cariño, de misericordia y el espíritu rasga el velo y me muestra la realidad pura y dura que he de aceptar. Cada mirada en el espejo es una puñalada que me ciega. Detenerme ante él y ver el destrozo físico y psíquico, la dejadez, la negligencia, la huella de la vida y de los genes mostrando su violencia y su desagrado intenta provocar mi huida ante la evidencia pero no le dejo. Quiero aceptar la realidad y permito que una sangre invisible e incolora mane abundantemente a cada minuto por los carámbanos de mi piel.
 
Y respondo a lo que percibo. Me engaño percibiendo lo que no existe. Me engaño sintiendo dentro de mí una llamada, una atención, un pensamiento, un consuelo, un cariño, una escucha, una espera de algo que puedo dar, una compensación. Leo otras palabras en los versos de otros amigos y las adapto a mi conveniencia.
 
Como en el poema de “samudras”: “Hoy tengo ganas de pecar contigo”. Y ni me conoce. De hecho le disgusto. De hecho, ni siquiera me dirige la palabra. Bueno, en dos ocasiones y con mucha distancia y cortesía como para alejarme.
 
Le respondí – mal hecho por mi parte – pero le respondí.

 
“Hoy tengo ganas de pecar contigo
 
y de mezclar los caminos de mis huellas con los de tu rostro
 
dirigir tu mirada con mis dedos y sellar con mi vista tus palabras…”
 
Y me quedé cortada. Me callé. Iban a nadie esas palabras. Eran un simple contento hacia mí misma.
 
Dejé de discurrir. Acudí a mi trabajo. Coloqué un video para entretener el cansancio y la soledad. Mientras el fío y la noche me embargaban, sentí la soledad de otros seres y la mía propia. Volví a engañarme. Pensé:
 
“Duermes.
 
Estoy contigo en un punto de la línea.
 
Recta.

 
Posiblemente curva, zigzagueante, sin delimitar. Unas veces sumergida, otras veces emergida. Derecha, torcida, da igual. Un punto de conexión. Un cable de red. Un cable óptico reforzado que permite que por medio de unos cuantos píxeles o pulsaciones, el calor de mis manos que tocan mi teclado y envían señales, pase a través de mi ordenador hacia tus manos.
 
Puedo sentirlas. Puedo sentir tu piel. Fina. Trabajada pero no áspera. Tus manos finas  y suaves pero no poco formadas. Puedo sentir las líneas de las palmas de tus manos. Igual que cuando nos llenamos las manos de arena o de harina y parece que todos los poros, las células, los átomos, se ponen de relieve, así siento yo las líneas de tus manos.
 
Me retraigo. No sé qué me ha dado miedo. O vergüenza. No te gusto. Sé que no te gusto. Pero no somos una realidad, somos una ficción, una interpretación, una imagen en la memoria, en la mente o en la imaginación. Podemos dar otra visión u otra explicación a esa imagen. Incluso la imagen fotográfica falla. Suele fallar. Suele conceder otro tipo de habilidades o dotes a la persona a la que fotografía. De ahí que se diga de una persona que es querida o no por la cámara, que es o no fotogénica. De ahí que debemos aprender que lo último que debemos hacer es dejarnos llevar por las apariencias.
 
Y de repente el cerebro quiere seguir adelante. E incluso me hace sentirlo, como el náufrago llega a ver la tierra salvadora. Llego a sentir el calor, el ánimo, lleno a escuchar unas palabras que hace mucho tiempo que deseo escuchar y que nunca pude oír de esa manera. Las escuché de muchas otras: por salir del paso, por ser el momento, por ligarme para conseguir algo y luego dejarme tirada, por consolarme.  Por hacerme disfrutar de ciertas falsedades, por lástima, por clemencia, por mentiras. Pero se nota, se nota cuándo se dicen en verdad. Y a mí no me toca escucharlas. Creo que ni en esta vida ni en ninguna. Al menos no de ese modo.
 
Y siento también tu vacío en mi vacío, tu desconsuelo en mi tristeza, tu frío en mi ambiente, tu desesperación en mis palabras, tus ruegos en mi ausencia, tus cuervos en mis ojos, tus palomas en mi espalda, en mi rostro, tu risa en las estrellas. Tu mirada a lo lejos, muy a lo lejos.
 
Quiero dibujar tu rostro, tus ojos, tu pelo sobre ellos, sobre tu frente, la línea de la piel, el pabellón auditivo en una línea insinuante y sinuosa y soplar, decir cosas sobre él.
 
Quería mirar un rostro. Quería, mientras hablaba, sentirme distante pero cercano. Quería pedir que unos ojos temerosos, desconfiados, se cerraran e intentaran no ver lo de fuera, si no lo de dentro y que se dejaran llevar en un lindo viaje. Un viaje de dedos, besos y caricias castos que recorren el cabello, que lo revuelven, lo alisan, lo desbaratan  y lo vuelven a conciliar, que provocan el paso de los jinetes del Apocalipsis salvaje y tranquilo.
 
Yo quiero enviar mi energía. No tocar, no aproximar. Simplemente. Hablar. Confidencias. Risas, Bromas. Hablar, hablar y mucho. Hablar, reír, bromear, comentar. Sin un cigarrillo. Sobra. Sin una copa de vino que ayude a que entre la conversación porque se ha de estar algo drogado para soportar al interlocutor. Quiero vivir un imposible. Sucedió una vez con alguien desconocido que no tenía nada que perder conmigo ni yo con él. Y ya no volvió a ocurrir nunca más. A las feas se nos deja probar las cosas pero con eso ya nos podemos conformar. Y no es justo vivir de sueños.
 
No puedo seguir. Sé que no gusta y que no va a suceder. No sé ni para lo que vale ni para qué me engaño.
 
Me engañaba de un bello modo. Me engañaba pensando en ofrecer una muestra de amor que no implicaba nada. No implica contrato, no implica un conocimiento implícito, no implica una amistad continua ni implica una dependencia. La libertad absoluta. El vivir por vivir una situación sin miedo a lo que venga después. En mi caso, el aspecto físico es un añadido lamentable. Es algo que duele pero que da igual. El aspecto físico me da a entender el haber pactado, permitido y practicado la crueldad con alguien como yo. O no, o haber puesto las cosas en su sitio pero ya se sabe, que pagan justos por pecadores.
 
Ahora he desbloqueado algo. Un túnel gris con pareces de cemento, un túnel hecho por las manos del hombre, de líneas curvas y reguladas, regulares.  Ahora siento que no me sientes, que no me necesitas, que no me quieres. Eso es bueno. Es eliminar un engaño en el que la soledad me sumerge, al estilo que cuenta el poema sobre la soledad de mi amiga querida, Estela.  Me alegro de poder ser fiel a mí misma y de no molestar más a quien no desea recibir algo que no le corresponde o que le asquea tener. Es horrible que a uno le obliguen a recibir algo de alguien a quien no puede ver, a quien no puede soportar. Más horrible es que a una le quieran por lo que da y no por lo que es, por lo que lleva dentro, porque ya nadie la soporta, porque nadie la puede mirar sin sentir asco ni miseria, porque no importa lo que emane del interior, sigue importando lo frívolo y superficial: el dinero, la belleza, la ropa, el status. Y eso conlleva una soledad tiranizadora.
 
Quizás deba de ir preparando la gruta para esconderme. Porque visto como está el tema entre la gente de hoy en dia, desde mi edad hacia un poco más abajo. Mejor que me prepare para mi lanzamiento desde el monte olimpo o para mi cruxifición.
 
Cierras la ventana a la lluvia y a las lágrimas y abres por fin la puerta al sol, al campo  a la belleza y a la libertad. Sin darte cuenta de que es el mismo paisaje y de que no pueden vivir unas sin otras.
 
Me estoy matando pero no es más que lo que me merezco por mi insolencia y por no ser consecuente y realista. Siento cómo amas a otra, cómo hablas con otra, cómo deseas a otra, cómo eres feliz con otra y la realidad es que querría esas palabras, esos sentimientos, esos detalles, para mí y no los tengo. Te regalo mis minutos, mi energía, mis posibilidades para que disfrutes con otra persona de las esperanzas que tenía sobre ti para mí. Espero que seas feliz y que lo disfrutes pero a mí me está matando, me atosiga, me ahoga, me entristece, me cohíbe, me frustra, me deja imbatida, me asesina. Me arrancas el alma para regalarla a otra persona. Quédatela, no la quiero. Tengo bastante con las grasas de mi cuerpo.
 
Qué hacer cuando llora el corazón, el alma sonríe y el tiempo acecha. El rostro se avejenta, el cuerpo se desfonda y se derrumba y se ha de mantener la conciencia alta.
 
Y mientras duermes pienso. Soy enorme, soy un enorme caldero de cosas, de cosas buenas tapadas con un mantel viejo y feo. Un arcón antiguo y raído lleno de sedas, de tapices, de cosas que los demás sacan, usan, donde los demás pueden desahogarse. Y luego se van. A veces algunos me arreglan me reparan porque les sabe mal, les da pena, se sienten culpables y viven su propia vida. Por ser arcón, el corazón no tiene con quien compartir y se limita a agradecer al árbol la naturaleza de su existencia. Pero al final queda tan vacío, frío, intensamente frío y vacío para llenar a otros. Y no acaba de llenarse porque de aquello con lo que se llena, se vacía para llenar a otros. Y el vacío, no llena. O se llena de las cosas que los otros no quieren. Las penas, los traumas, las conciencias depauperadas, las inestabilidades. Recoge esos trapos rotos, los deshace, vuelve a formar ovillos y vuelve a tejer telas maravillosas, encajes de silencios, sedas de flores aromáticas, percales de hierbas sencillas.
 
 Qué duro es aceptar la verdad aunque sea lo que hay. Yo me lo corto, me lo cocino, me lo guiso y me lo como. Más vale que yo revele mi propia realidad porque es más duro escucharla de otros labios o de las palabras de otros emails, de un privado o un chat ajeno. Pero sabiendo que están cargados de razón es más doloroso aunque el pecho diga que no.
 
Aún así, deseo felicidad. No sé de qué o de quién siento la energía, no sé quién se siente solo o sola en esta noche, quien llora con desesperación mordiendo un pañuelo, su almohada o abrazado a sus hijos y acariciando sus rostros con sus lágrimas. No sé quién es la persona que mira el gris y lo ve tan real y sincero como yo y que encuentra el padecimiento de sus ojos en el exceso de luz o de sonido. Quién busca un apoyo  y lo encuentra en mis palabras de pajaritas de papel o de confeti. Quién sabe que, tal y como es mi nick, Pernelle, soy una piedra pero con corazón. Una piedra acolchada que tiene sentimientos aunque no los muestra en los momentos de las expectativas pero sí cuando la gravedad lo requiere y actúa de inmediato.
 
Las piedras, con grasas y mollas, con obesidad mórbida, con cara de perro y con mal genio, con pocas perspectivas y muchas deudas, con gritos y silencio, con riqueza y con pan y cebolla, también tenemos sentimientos.
 
Que me apresuraré a matar convenientemente.
 
Tranquilo.
 
Todo murió en su momento, a su hora y cuando le estaba destinado.
 
Agonizó el dia que entré en la habitación detrás de tí y escuché como, a través del teléfono, tu voz era agua para otra sed y le dabas tu aire, diciéndole "mi vida".
 
Y acabó definitivamente cuando me dejaste claro que entre tú y yo el abismo quedaba marcado, que tenía que acostumbrarme y que era lo que había que aceptar.
 
Ahora puedo jugar, puedo fingir, puedo  compartir, puedo actuar. Pero para mí murió el amor, murió la ilusión, murieron las esperanzas y sigo mi avance por la segunda milla verde hacia mi destino. La primera, la que me lleve hacia mi segundo lugar de residencia, será azul. Y rosas azules me acompañarán en mi camino.
 
Eres. Es. Sois.
 
Libres. 
 
 
 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 27.04.2008.

 
 

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