- Puto pueblo, pensé. Acá no pasa nunca nada, nada de nada, maldita
idea la mía de abrir una taberna frente a la iglesia de esta aldea.
Me llamo Xistra, pero todos me conocen y me dicen la colorada,
obviamente porque soy pelirroja, la única en las inmediaciones del
pueblo. Por lo menos en algo soy especial, bueno después de todo
tampoco estoy mal, a mis casi 35 años, tengo todo en su sitio y los
hombres siguen mirándome con esa cara de tontitos salvajes, mitad “soy
un hombre bueno” y mitad “si te pillo, te mato”. Pobrecitos.
Antes
de perderme acá, vivía en Barcelona donde compartía la vida, mejor
dicho, la cama, con el último idiota que soporté. Un viajante de
comercio que creía que por dos noches a la semana que venía a casa
tenía derecho a ser el rey, sí, el rey de los vagos y de los
acomodados. Antes dije “la casa”, demasiado sustantivo como para
definir un cuarto inmundo en el casco viejo. Allá trabajaba también de
camarera para un jefe muy tacaño. Un francés gordo que solo le
obsesionaba el dinero y nunca tiraba nada de comida, no me refiero a
que la comida del menú del día anterior sirviera para las tapas del día
siguiente, sino aún era peor; Para él, por ejemplo, todos los quesos
pasados y mohosos se convertían después de un tiempo en roquefort y los
empleaba (muy especiado) como salsa o como relleno de otras cosas
recicladas. Es más, casi toda su comida se basaba en platos con salsas
extrañas que opacaban un poco el sabor de carnes algo pasadas. Con el
vino era igual, no solo rellenaba todas las botellas con un vino pobre
de bidón de 5 litros, sino que después, en el escondrijo de la cocina,
también utilizaba los fondos de los vasos. El muy asqueroso decía que
si estaba todavía en el vaso, era porque nadie lo había tocado y que le
pertenecía. Menudo cerdo!.
Mi vida por esas épocas era rutinaria y
cuando no estaba trabajando en el restaurante, me quedaba en mi
cuartucho leyendo. No tenía ni radio ni televisión, a decir verdad solo
había una bombilla y un enchufe, pero me las arreglaba bastante bien
casi sola –salvo los dos días cuando venía el “rey”-, sola con la
compañía fiel de mis libros. En Barcelona había una biblioteca grande
donde todo lo que quería lo conseguía, pero aquí, en esta aldea, los
libros que leo son los que me presta mi amigo Fermín.
Fermín es el
cura de la iglesia, es muy buena persona y no me anda con sermones ni
tonterías. Es una lástima que un hombre bueno sea cura. Yo noto que le
gusto por su mirada algo cohibida y distraída, pero con intensión y a
decir verdad, él también me gusta, o quizá solo me de morbo, realmente
no estoy segura.
Nunca lo he visto como un “hombre” sino solo como
amigo, alguien con quien puedo hablar de cualquier cosa, Fermín es
bastante educado y culto, todo lo contrario que los paletos del pueblo.
Nunca estuve con un sacerdote, todavía no está en mi lista de
equivocaciones, hubo marineros, golpeadores, vividores, idiotas y otros
con dos o tres características juntas. Pero Fermín es distinto al
resto, es joven, podría decirse que buen mozo y es muy amable conmigo
pero (siempre hay un pero en mi vida) es el cura de Los Ancares. Hoy
prometió venir a verme por la tarde para traerme unos libros que le
habían donado a la iglesia, y que salvo nosotros dos, nadie lee.
Esperándolo,
recordé cómo se me había ocurrido llegar aquí. Ya cansada de mi vida
miserable y rutinaria en la ciudad, pensé en como dejarlo todo e ir a
un lugar tranquilo donde todo funcionara más despacio y que no se
necesitara tanto dinero para sobrevivir, así que después de darle
muchas vueltas, tomé la decisión. El viajante, con quien estuve, no
confiaba en los bancos, así que llevó una gran cantidad de dinero, que
había cobrado, a la casa y lo dejo escondido en el cajón de los
calcetines. Pero por supuesto, como él nunca fregaba, lavaba, cocinaba
ni hacía nada, tardé solo un día, durante mis quehaceres, en encontrar
mi oportunidad de irme junto a los calcetines descoloridos. Nunca me
había sentido tan recompensada por el trabajo de la casa, así que el
idiota, no solo ya no confía en los bancos, seguramente ahora tampoco
en las mujeres y menos en las coloradas.
“Ya debe estar por llegar” pensé, mientras miraba el reloj de Coca Cola.
Eran
las seis de la tarde cuando la puerta se abrió. Del otro lado estaba el
padre Fermín, blanco como un difunto, con una mirada distinta a otras
veces. Avanzó hacia mi y saludó:
- Hola Xistra -él nunca me llama colorada-.
- Hola Fermín, estás raro, ¿te pasa algo? ¿Y los libros?
- ¿Qué libros?
- Los libros que me prometiste, le recordé
- No hay
- No hay, qué?
- No hay nada, ni libros ni hostias! Me contestó de mala manera.
- ¿Qué te pasa Fermín, por qué me tratas así? -Nunca me había hablado de esa manera-.
- Perdona Xistra, vengo de Vetusta donde enterraron a mi tío.
- Ay,!, lo siento! Lo siento mucho!
- No lo sientas, yo no lo siento, creo que por fin se ha ido siendo más humano que cuando estaba vivo.
- Bueno, ya pasará. No estés tan mal, ¿quieres un té?
- No estoy mal por lo de mi tío.
- ¿Entonces que te pasa?
- ¿Alguna vez tuviste la impresión, mejor dicho, la certeza, de que los sucesos de un día te pueden cambiar toda la vida?
Me
contesté afirmativamente para mis adentros, claro que lo sabía, y mi
último hombre también. Sonreí levemente imaginando su cara
- ¿Quieres contármelo de una vez?, ¿quieres el maldito té?, le pregunté sirviéndoselo.
Fermín tomo aire y mirándome fijamente –con una variación rara de su mirada- me dijo:
- Me echan del pueblo y me destinan a una pequeña capilla en la costa. ¿Quieres venirte conmigo?
- ¿Cómo?, le pregunté sorprendida pero habiendo escuchado perfectamente.
- Si quieres venirte conmigo.
- ¿Estas loco? Como me voy a ir contigo si eres cura. ¿Comenzaste a beber?, le pregunté mordazmente.
- No voy a aceptarlo.
- ¿Qué no vas a aceptar qué?. ¡Te has vuelto loco!
- No voy a aceptar el traslado, voy a renunciar como cura.
Esperaba
libros y ahora tenía a un amigo ex cura frente a mí preguntándome si me
quería escapar con él. Sí, los sucesos de un día nos pueden cambiar la
vida, sin lugar a dudas.
- ¿Y a donde piensas ir?
- Lejos de
esta mierda, me dijo y traté de recordar si alguna vez había dicho un
taco. – lejos de aquí, mi padre, que en paz descanse, era pescador y
tiene o tenía una casita en la costa murciana. ¿Quieres venir o no?
- ¿Por qué te han echado del pueblo?
- No me parece importante
-
A mí sí, acabas de invitarme a escaparme contigo a la casa de tu padre
pescador, ¿no te parece que merezco una explicación?. En realidad la
necesito.
- ¿Quieres que sea sincero?
- Claro, todavía sigues siendo sacerdote…
- Bueno… después de la ceremonia de mi tío, probé la carne del pecado
-
A ver Fermín… tampoco me hables como un apóstol, ¿de qué carne me
hablas? ¿Estuviste con alguien? Pregunté con una curiosidad morbosa.
- ¿Conoces a Ana?
- ¿Quién?, ¿la buscona?, ¿has estado con esa?. Ya me sentía morbosa y alterada.
- Si, pero no le digas así.
-
¿Que no le diga así? ¿Y cómo quieres que le diga? Si todos saben y se
dan cuenta que a ti siempre te ha mirado no solo como el cura del
pueblo. ¿Cómo pudiste?. ¿Y por qué ahora me invitas a irme contigo?, de
cura pasas a cabrón en un segundo, eres igual a todos, ningún hombre
puede tener la picha en paz.
- No digas eso, no pude evitarlo, no sé como sucedió, como me dejé atrapar…
-
Igual que todos pensando con la polla. Me avergoncé de ser tan soez,
pero me sentía totalmente defraudada y algo celosa del único hombre que
todavía no me había fallado. – ¿Cómo pasó?.
- Ayer por la noche, después de lo de mi tío, me invitó a merendar en la cocina del hostal donde estábamos parando.
- ¿Parando?, ¿te fuiste con ella a Vetusta?
- Sí. Pero en habitaciones separadas, me acompañó porque quería rezar conmigo por mi tío…
- Y tu te lo creíste!, esa zorra…
-
No la llames así, me dijo casi sin fuerza ni convencimiento. Ella
estaba allí, yo estaba algo triste y confundido y aunque sea del señor,
el hombre vive reprimido dentro, y ayer no aguantó y salió a comer. Se
rió un poquito de su ocurrencia, como para quitarle algo de seriedad al
tema. No lo consiguió.
- ¿Estás arrepentido?
- No. Para nada. Me gustó.
- ¿Te gustó?
-
Sí, me gustó el sexo-. Y al ver mi cara enseguida agregó: -perdóname,
Xistra, por ser tan irrespetuoso pero quiero hablarte con franqueza.
No
pude evitar sentirme incomoda y al mismo tiempo me gustaba la sensación
que recorría mi cuerpo, una mezcla de sorpresa y leve excitación.
Fermín ya no era Fermín. Era una sombra del cura con una fuerza de
hombre que parecía haber estado luchado desde hace tiempo. Y me
gustaba, aún más que antes.
- ¿Y ahora, qué?, ahora que descubriste que eres un semental ¿quieres dejarlo todo, abandonarlo todo?
-
No me hables así. No es por eso, no quería dejar el pueblo, me obligan
a dejarlo, Ana es la amante del patriarca de Vetusta y tú sabes el
poder que tiene en la zona. Pero ya eso no me importa, pasó y listo.
-
Pero bueno! ¿Y no quieres que la llame zorra?. Seguro que lo hizo a
propósito, seguro que lo anduvo contando por ahí, encima de golfa,
chismosa…
- No, me interrumpió, - no fue ella. Fui yo quien se lo
conté al patriarca, para lavar mis culpas, pero yo no sabía que era su
amante. No me importa lo que piense él y no estoy arrepentido por
descubrir nuevas verdades de esta vida pero sé que no hice lo correcto
ante los ojos de Dios.
Pobre Fermín, sentí un poco de lástima por
él, una vez que prueba algo diferente y se equivoca. Qué mala suerte.
En este momento, frente a él y a sus ojos sinceros y extraños, no pude
evitar pensar que, quizá, ante mí había un hombre de verdad.
- ¿Y
ahora?, ¿te parecería bien que me escapara contigo, cuando ayer te
acostaste con la perra esa?. Te sientes desilusionado contigo mismo
porque eres un clérigo y no por acostarte con esa. Yo no soy una mujer
fácil y menos suplente de una puta. Perdona si te digo la verdad con
tanta crudeza, quiero ser sincera contigo también. Tu me gustas pero
así no se hacen las cosas. Me parece que solo sería una compañera de
aventura para ti, y yo, después de equivocarme miles de veces, busco
algo distinto, algo, no sé, diferente, algo único, alguien tranquilo,
que me respete, yo no quiero ser el segundo plato de nadie. No pude
evitar comenzar a llorisquear, recordando todo el daño que ya me habían
hecho los hombres en el pasado. Entonces Fermín me pone una mano en el
hombro y me dice:
- Xistra, ¿qué prefieres tú, un hombre que haya
vivido entre el pecado de la carne durante mucho tiempo, que haya
estado con muchas mujeres, que sea vicioso y egoísta o un hombre como
yo, que con casi nada de experiencia, puedo aprender de ti?, y no solo
en el sexo sino fundamentalmente en el amor. Esa mujer solo me inició
en el sexo, solo me abrió los ojos, solo hice –que Dios me perdone- lo
que siempre soñé hacer contigo. Tu siempre me atrajiste pero te veía
como una grave ofensa hacia Dios. Ahora ya no.
Otra vez me sentía
confundida. Otra vez tenía la impresión de que me estaban engañando.
Otra vez me insulté a mi misma. Otra vez pensé que lo que viniera no
podía ser peor que mi vida actual. Entonces, traté de hacer a un lado
mis malos recuerdos y le dije:
- Quédate hoy conmigo y mañana vemos.
Su
expresión, cambió radicalmente, se le iluminó la cara gracias a una
sonrisa que nunca le había visto, me miró con unos ojitos también
nuevos para mí, y me dijo:
- Vale colorada, me quedo y mañana durante el desayuno hablamos.
- Fermín…
- ¿Qué?
- Llámame Xistra.