Maria Teresa Aláez García

Inmensidades

La inmensidad de la tierra es el desierto.

 

Un mar de arena aparentemente sin vida pero con un gran valor interno.  Dicen que bajo ese enorme y ardiente manto hay mineral. Posiblemente, bajo la parte rocosa o escondido bajo capas y capas de distintos mantos de diferentes materiales. Incluso puede que haya geodas enormes de gemas preciosas que se acabarán destruyendo bajo el fuego de la ambición y el poder desmesurado, a golpe de antorcha, para que el resto de mortales no puedan coger una pieza.

 

El desierto que es intrigante. A base de no tener nada, contiene todo. Espera, latente, que alguien lo descubra. Eso lo saben los moradores del Sáhara. Ellos saben que el desierto ha de hablar porque ellos lo escuchan en su silencio, lo entienden en la lejanía… Conocen cada movimiento de la arena. Las posiciones de las dunas. El brillo del sol. Los ramos de rosas cristalizadas que pueden regarse con la sangre de sus plantas. Saben encontrar a los pequeños animales que se ocultan bajo las arenas y que buscan agua y plantas perdidas o resecas.  Saben salir a milla perdida y volver a regresar porque entienden el mensaje del aire, el olor del mar a kilómetros de distancia, el sabor del vacío y la ausencia de la espesura. Conocen los colores de la arena, las vestiduras de distintos ocres, rojos, amarillos. La temperatura y dónde el sol ataca con más fiereza.

 

Pensábamos que era difícil dominar el desierto. Quizás lo difícil sea dominar a los moradores del desierto que respetan sus arenas como el tesoro más grande jamás encontrado. El miedo huye de estas personas que saben vivir ante él durante cada minuto de su principio y fin.

 

Hay otra inmensidad para la tierra: los bosques.

 

Los lugares ricos en vegetación y en agua, en animales de distintas especies y en flora variada. Los árboles, los arbustos, los matorrales, los helechos, distintas especies de matas y matojos que viven a expensa de los árboles más altos dificultan el paso de los seres humanos aunque las fieras y las alimañas no suelen tener problema para moverse. Ni tampoco los seres humanos que ya, hechos, según nuestra civilización, unas fieras incivilizadas o alimañas también, saben mantenerse vivos con la caza, la pesca, incluso con la migración en época de lluvias. Increíble que en pleno siglo XXI todavía se descubran tribus de seres humanos que viven como en la edad de piedra. La lástima será que su descubrimiento sólo servirá para extinguirlos, para hacerles perder la virginidad de sus creencias, para hacerles trabajar de modo inhumano pagándoles una miseria y violar a sus mujeres y a sus hijos y para que engrosen el ya bastante amplio número de seres humanos pobres y que viven en condiciones infrahumanas cuando en realidad ellos son los verdaderos seres ricos en este mundo porque son totalmente libres y suman a la naturaleza de su entorno la suya propia.  No necesitan dinero ni medios modernos ni nada para subsistir. Siguen ahí sin nada de lo que a nosotros nos parece imprescindible. Bastante tienen con jugarse la vida luchando contra cocodrilos, pirañas, anacondas, insectos diversos y defenderse con un arco, una flecha y pintando sus pieles de colores.  

 

¿Qué harán los científicos que les han encontrado? Si tienen suerte, intentarán trabar amistad con ellos, conocerles, estudiarles y entenderles para entender un poco más el misterio de la vida, de la humanidad, del mundo, del individuo y luego… luego… ya no podrán volver a ser los mismos. Ya vieron a los aviones, vieron al resto de los seres humanos… Los aniquiladores de la selva amazónica que sólo buscan enriquecerse con la tierra y la madera no dejarán títere con cabeza y acabarán con todos. Primero les harán cortar los árboles que les han servido de refugio, de protección, que les han dado alimento, que les han enseñado a ser ellos durante todos estos… ¿siglos? Y después… sin su hábitat, o se adaptan o qué será de ellos. Acabarán como tantas etnias americanas – del norte, centro o sur – desaparecidas.  O como tantas tribus del mundo. Los seres humanos no se detienen a la hora de aniquilar a sus semejantes. Son capaces de enterrar en inmensas tumbas a más de diez o cien mil muertos de una guerra. En Alemania, se encontró un enterramiento de seis mil hunos. En Stalingrado… A nosotros no hará falta que venga un meteorito a aniquilarnos ni que falle el gran colisionador de hadrones – que también ha construido el ser humano, por cierto -. Nos aniquilamos nosotros solos y si el colisionador tiene una fuga y en lugar de abrir un agujero negro en otro universo para acabar con la vida de otros seres a los que ni siquiera conocemos, se le escapa y lo abre en el nuestro, seguro que lo cierran para que nos matemos sufriendo, poco a poco, que el sufrimiento es inherente al ser humano.

 

Claro que como luego nos entierran en tumbas con cajas y sepulturas de mármol, muy a lo protestante, pues no dejaremos reservas de petróleo para los seres del futuro. A fin de cuentas en este planeta nuestro todo se recicla y el petróleo no era más que un resto de lo que antiguamente vivía aquí.

sig 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 29.09.2008.

 
 

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