MÚSICA CORPÓREA

I

La electricidad de la música. Un conjunto de sensaciones indescriptible.

Escuchar. El cuerpo entero, la piel entera, todo un gran receptor, de ondas musicales, de pequeños corpúsculos envueltos en síncopas, en blancas, en negras, en cadencias. Y por esa escucha, el cerebro envía la respuesta en forma de movimiento corporal.

La música produce efectos contrarios, divergentes. Hay quien se queda parado sin moverse, dejando que toda la obra se vaya extendiendo por la sala en toda su amplitud, llegando hasta las alturas. Hay quien necesita interpretar la obra. Hay quien cierra los ojos para no distraerse y permite que su interior quede inundado por la melodía. Y hay quien se siente tan embriagado por la música que la interpreta con su cuerpo.

De dos maneras. O la canta o la baila.

Sin instrumento alguno que medie. Puede ser de adorno. La interpretación instrumental es otra cuestión.

La interpretación corporal es tan divina como la interpretación vocal. En la interpretación vocal se usa el cuerpo como un instrumento cualquiera de viento. Resonadores que dan eco  a la melodía y las cuerdas vocales que permiten el paso del aire produciendo sonidos.

Pero el baile es una total manifestación. El baile percute el cuerpo. El baile frota el cuerpo. El baile une instrumentos. El baile crea con el cuerpo y hace del cuerpo un hilo conductor entre el magnetismo y el sonido. El baile provoca un cambio de energías o un cambio de frecuencias.

Es difícil de explicar porque hay que sentirlo. A ver si se puede intentar.

El baile recoge las ondas sonoras, las distintas frecuencias. En un momento permite al cuerpo cualquiera que sea su condición, dejar libertad de acción para dar una respuesta a lo escuchado.

El baile es la estrategia para poder fundir al cuerpo con la música.

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