Maria Teresa Aláez García

La maté

La maté.

Es que no podía ya con ella. No sé cómo la he soportado tanto tiempo. No señor.

Era una pesada insostenible. Entre ya su peso físico, que era enorme y el peso psicológico que era peor aún…

Menuda plasta.

Mejor dicho: menudo plastón.

Si bien es cierto que todos en el mundo somos plastas, esta se llevaba la palma.  Ya sabemos que todos necesitamos contar nuestras cuitas para sacarlas de dentro. Algunos no las sacan, las dejan dentro, se aguantan y se dedican a escuchar a los demás y solventar problemas ajenos. Dicen que de ese modo solucionan los propios.  Así que tenemos a los que escuchan como plastas por defecto y a los que hablan, como plastorros.

Pero esta tía… eso era un emplaste.

En su familia no la podían ver ni en directo ni en diferido. Una o dos tardes con ella en su casa bastaba para todo un año.

No sé qué se había creído.

Si no tenía nada. Nada. Ni cultura ni belleza ni educación ni moral ni nada. Si es que era el antídoto contra cualquier mal deseo. Si es que entre el mal carácter, el retorcimiento de su mente y su  corazón, los gusanos de su cerebro y de su alma, su total ineptitud, su sordera, su lengua viperina. Porque además era mala y criticona, pero mala hasta la saciedad, mala e idiota que mira que es complicado, pero así era.

Y yo engañándome, pensando en que era la reina de mi destino, pasando por alto prejuicios y demás obsesiones. Si eran la defensa que la sociedad me había puesto ante elementos como ella. ¡¡Menos mal que tengo prejuicios y soy elitista!!. Así me podré buscar a alguien a mi altura y llegar al éxito y al reconocimiento social  y laboral que me merezco. De buena me he librado y mis amigos que me abrieron los ojos ante semejante alma cérdida, han sido los mejores que he conocido hasta ahora. Tengo mucho que compensarles. En cualquier momento lo haré.

Mientras tanto, debo esconder el cuerpo del delito y las aberraciones que forjé con ella. A partir de ahora todo será realizado de modo científico y competente, con referencias en los mejores autores, en las mejores eminencias, observando el método cuidadosamente y armonizando con todo lo que pueda ser frívolo y superfluo aumentando de este modo mi vanidad. Adiós a los sentimientos, a las limitaciones del alma. Tengo un campo abierto a la psicopatía impresionante, a la  crítica destructiva y al gamberrismo. Haré de la película de Bardem, Calle Mayor, mi bandera y no cederé ante las súplicas de cualquier bicharraca que se me ponga delante. A disfrutar de la vida. A beber, a fornicar, a tener hijos por lo social de los cuales se ocupará su madre  y a mantener un status de privilegio que igual no me conviene pero que me ganaré de modo sórdido, como me merezco y como se hace ahora. Esta cara de alma cándida, esta manera de ser de no haber roto un plato en mi vida, este carácter malcriado me harán ser de lo mejorcito de la sociedad, la crème de la crème sea cual sea mi color político, sea religioso o no o sea lo que sea en cuanto a otros aspectos.

Pero al fin me la cargué y me los cargué. A la cerda y a sus cerditos.

Acabé con esta maldita inspiración que lo único que hacía era provocarme y llevarme por caminos que no me convienen.

A vivir que son dos días y quiero un pedazo de pastel. Aunque se lo saque de la boca a mis retoños. Que se busquen la vida.

 

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 03.01.2009.

 
 

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