Fermín Vidales Martínez

EN ESTE MUNDO TRAIDOR

 

 

 

El doctor Gil Milán entró en el ambulatorio cargado de escepticismo. En otros tiempos anhelaba toparse con la zarpa de algún mal considerable en la sala de espera, pero bajo las capas de hipocondría nunca halló más que achaques insultantemente comunes. Con el discurso de los años fue extraviando la soberbia de los hombros y los pleonasmos y las perífrasis del idioma, y ganando resignación, de manera que poco o nada quedaba ya del joven que había agarrado la licenciatura en medicina con los dedos entusiasmados. Curar catarros es fundamental, se decía constantemente.

El primero de sus pacientes aquella mañana fue un cuerpo griposo. El segundo paciente fue un brazo reumático. El tercero una presión sanguínea caprichosa. Y el cuarto era Antonio el Trapero.

Al doctor Gil Milán se le encabritó el alma después de estudiar los síntomas.

- Qué me pasa, don Francisco- preguntó el paciente.

- Cuarenta de fiebre, fatiga, escalofríos y vómitos, muchas ganas de beber y una buba como un repollo debajo del sobaco izquierdo. Blanco y en botella. Yersinia pestis.

- Y eso es malo, ¿verdad?

- Te diré- informó el médico con los ojillos brillantes.- La mitad de Villa Oruga va a morirse por tu culpa.

 

Al principio los villaorugueños habían desconfiado de don Francisco. Le veían corretear radiante de una casa a la otra, con la corbata torcida, la camisa por fuera del pantalón y el maletín de cuero repleto de fonendoscopios, termómetros, algodones, jeringas y tarros de medicamentos.

- ¿Cómo estamos todos?- preguntaba en el umbral con voz de barítono.

A los villanos les resultaba poco saludable aquella actitud tan impetuosa, y don Jacinto Flores, el director del colegio, aseguró que basta con que alguien desee un mal para que se revele.

- La mente universal se enturbia y el mundo circundante acaba padeciendo la enfermedad sicosomática.

Pocos entendieron aquel galimatías, pero consideraban al director una eminencia e intuían que tampoco le gustaba el comportamiento del doctor Gil Milán, así que memorizaron la frase y la fueron repitiendo por doquier. Don Francisco montó en cólera cuando las palabras llegaron a sus oídos.

- En este pueblo no hay otra cosa que no sea una cuadrilla de borregos- dijo recuperando su habla perifrástica.- ¿Así que os resulta una molestia la preocupación que manifiesto por vuestra salud? Si no tuvierais la suerte de que exista el juramento hipocrático os dejaría caer como moscas. Ya vendríais a mí entonces.

A mediados de diciembre las calles de Villa Oruga ofrecían una estampa desoladora. Habían muerto doscientos cincuenta y tres villanos, y el resto de la población se refugiaba en sus casas. Don Francisco iba ahora de un lado para otro con menos alegría pero más arrogancia.

- Tienes la misma mirada de Dios después de lo del becerro de oro- le dijo el director del colegio en su lecho de muerte.

- Yo tenía razón, Jacinto.

- Y yo también. Pero ahora me marcho y ahí te quedas sólo.

Don Tomás Agüera, el alcalde, había creado un gabinete de crisis, integrado por lo que quedaba del Pleno del Ayuntamiento y el médico. Las actas de las reuniones recogían todas las indicaciones de don Francisco, quien además de un aislamiento antibiótico, había prescrito otras prevenciones como evitar el contacto con los animales, embadurnarse la piel en vinagre para disminuir la fiebre y repeler las pulgas infectadas, o la creación de un cuerpo funcionarial que retiraría los muertos de las casas. A los que ya no tenían remedio se les aconsejaría que rezasen a San Sebastián -patrón de Villa Oruga- y a San Roque. Transcribimos un fragmento de una de las actas: Y aclárese al respecto, a fin de establecerlo como definitivamente descartado, que no existen las ratas en nuestra inmaculada villa, por lo que se rechaza la propuesta del Concejal de Cultura, don Salvador Bernal, de contratar flautistas o fumigadores.

Los villaorugueños esperaron en vano un milagro para el veinticinco de diciembre, y luego para la llegada del año nuevo y para la noche de Reyes. La Navidad se llevó los retazos de esperanza que quedaban, pero el ser humano ha inventado al ave Fénix mirándose en el espejo, así que a finales de febrero el ánimo de Villa Oruga se recuperó. Llevaban cuatro días sin muertos y algunos desafiaron a las autoridades y salieron a la calle para celebrarlo. Don Francisco sabía de los vaivenes caprichosos de la peste, así que instó a los miembros del cuerpo de seguridad para que no relajasen la guardia.

- Es el canto del cisne de la vida, una ligera tregua antes de la aniquilación.

Si alguna dudaba quedaba respecto a la sapiencia de don Francisco se disipó contundentemente el día dos de marzo. Murieron dieciocho personas de sopetón.

El médico, alimentado por una energía como interminable, desfilaba por las calles con las mejillas enrojecidas y dando grandes voces.

- La rendición no debe tener cabida en el código genético de los villaorugueños. Debemos conservar la fe en la ciencia porque es la ciencia la que nos ha conducido hasta aquí. Sin ella nos habríamos consumido en el drama darwiniano. Sin ella el ser humano habría desaparecido de la faz de la Tierra hace muchísimos años.

El señor alcalde , como el resto de sus administrados, ya no se atrevía a llevarle la contraria, pero tampoco era capaz de levantar el ánimo frente a la gráfica de la muerte.

- A este paso no va a quedar ni el apuntador.

Después de un mes devastador la enfermedad fue remitiendo desapercibidamente. Sólo el doctor Gil Milán se daba cuenta de la desaparición de los síntomas, pero trató de ocultar su desánimo bajo un muestrario impetuoso de ademanes y muecas. Tuvieron que transcurrir varias semanas sin muertes para que los villaorugueños cobraran conciencia de lo sucedido.

- Ahora sí que nos hemos librado de la peste definitivamente.

- Nunca se sabe- advertía don Francisco poco convencido.- Es mejor no cantar victoria frente a la peste. Es como provocarla.

Sin embargo, las palabras del médico fueron perdiendo credibilidad igual que antes la habían ganado. Cuando llegó el verano el doctor Gil Milán regresó al ambulatorio para ocuparse de los catarros.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Fermín Vidales Martínez.
Publicado en e-Stories.org el 23.10.2009.

 
 

Comentarios de nuestros lectores (0)


Tu comentario

¡A nuestros autores y a e-Stories.org les gustaría saber tu opinión! ¡Pero por favor, te pedimos que comentes el relato corto o poema sin insultar personalmente a nuestros autores!

Por favor elige

Post anterior Post siguiente

Más de esta categoría "Sátira" (Relatos Cortos en español)

Otras obras de Fermín Vidales Martínez

¿Le ha gustado este artículo? Entonces eche un vistazo a los siguientes:

LA VIDA DIAPOSITIVA DE IGNACIO COMTE - Fermín Vidales Martínez (Vida)
El Tercer Secreto - Mercedes Torija Maíllo (Ciencia-Ficción)