Ciara Martinez Venezolano

Patricia

 

Había dos velos blanquecinos, tras aquellos ojos castaños que nunca más volverían a ver, porque el aliento pálido y frío de la muerte les había arrancado su función y ahora esperaban quietos tras los párpados el cese final de la existencia. La tapa blanca resquebrajó el silencio que cundía a su alrededor, mientras la encerraba lentamente en una creciente oscuridad… si eso podía ser… que ella ya estaba sumida en una, la más larga y duradera. Y después… acabó por comerse la luz que entraba a su rostro demacrado, y con ella la esperanza de volver a ver algún día un resquicio de vida en esos dulces, alegres y ahora cerrados ojos castaños. Ya  quedaría tan solo desvestirse en recuerdo, y permanecer siempre con la misma sonrisa en la mente de los que alguna vez la conocieron.

 

Apenas me quedan borrosas imágenes de lo acontecido en aquel mediodía de Diciembre de 1998. La mente me juega malas pasadas, me engaña, aunque en estos momentos me apetece recordar la verdad. Esa sensación. Abro el segundo cajón justo bajo mi armario. No, no está aquí, pero juraría que… Quizás lo cambié de sitio. Sí, es probable. He ordenado todo hace apenas una semana, y ya parece que un huracán ha arrasado mi habitación. Sigo buscando. Abro el cajón que queda justo encima del anterior. Y por fin, metido en una caja de zapatos vacía, con mil trastos inútiles encima, lo encuentro. Tal y como lo recordaba. Con las tapas azules, blandas, parecen hechas de espuma… El cierre de velcro totalmente arrancado, aún conserva unas buenas marcas de pegamento en los lados, debía tener forma redondeada… En la portada, con varias capas del mismo material, superpuestas para conseguir un efecto de relieve, la cara de un popular personaje de Disney. Y un poco más abajo, con tono verde pistacho, su nombre. Goofy. No me gustaba mucho, como la mayoría de las niñas, prefería a Mickey Mouse, pero era un regalo de cumpleaños, y hasta los niños saben que por educación no se rechaza un regalo. Aunque no te guste. Al menos eso me habían enseñado. Lo abro. No tiene muchas páginas, y más de la mitad están en blanco. La caligrafía es tosca. Las mayúsculas están dibujadas con una pintura bicolor azul, la típica que nos obligaban a usar en primaria para diferenciar bien las letras en los dictados. Paso las páginas despacio. Abundantes faltas de ortografía, signos al revés, viejos nombres de amigos, cumpleaños, anécdotas sin importancia que para entonces me parecían dignas de ser mencionadas en un diario. Me detengo de pronto. Debo haber pasado ocho o nueve páginas. Diciembre de 1998. El encabezado lo explica muy claramente, una idea, un suceso que por aquel entonces no estaba TAN CLARO.

“Que pena, se a muerto mi prima Patricia y estoy muy triste porque antes de ayer la pusieron en una caja y hoy la an enterrado en el cementerio…”

Una película de mala calidad discurre por mi cabeza. Es Enero, y hace frío. Llevo un jersey de lana, y estamos en la alcoba de mis abuelos, en la vieja casa del pueblo. Mi tía está cambiando de ropa a mi prima pequeña. Nos llevamos tres años de diferencia. En esos instantes, yo tengo siete y ella tres. Me encuentro apoyada sobre el radiador pegado a la pared, y ellas están apenas a dos pasos de mí, en una de las dos camas que hay en la habitación. No recuerdo bien el color de la colcha. Tampoco importa. Mi tía le está quitando la ropa elegante de los domingos. Se que es domingo, porque es el único día de la semana que subimos al pueblo. Es como una especie de tradición. Le quita el vestido y la camiseta interior, y deja a la vista una horrible marca que va desde su axila izquierda hasta su cadera, en vertical. Me quedo sobrecogida, aunque no aparto la mirada como ahora comprendo que sería cortés. Mi prima lo nota y se la señala.

-          Es gorda ¿eh?

Asiento aún embobada. Madre mía, sí que es grande. No me explica nada más, pero yo se que se la han hecho en el hospital porque está enferma. Mis padres me lo han dicho. Como también me advirtieron que a partir de ahora vería a mi prima cambiada, que empezaría a usar gorritos, y que ya no tendría ese pelo castaño claro y suave que tanto le había costado crecer después de nacer. En esos momentos solo pensé… ala… el pelo… debe estar feísima. Pero ya me he acostumbrado a verla más delgada y sin pelo, porque no le ha cambiado la expresión, ni el carácter, ni la sonrisa. Sigue siendo mi prima. Seguimos jugando a las mismas cosas y sigo siendo su adorada prima mayor. Su ídolo. Seguimos peleándonos  por tonterías y por muñecos que más adelante acabarían encerrados en el trastero.

“… y estoy muy triste de que aya pasado esto, algun dia le pondre flores y creo que con los Anjeles no sufrirá tanto como en el hospital. Con Dios no le pasara nada de nada y estara recordándome sin parar…”

No se que día es hoy, pero es por la mañana, y hay sol. Estamos en el salón de una casa muy bonita, en Barcelona. En el sofá hay un perro de peluche, un huskie gris y blanco, que siempre me ha encantado. Hemos ido a ver a mi prima, que se ha marchado allí unos días porque hay un médico que puede curarla. Estoy enfadada porque estos días a Patricia le están regalando muchos juguetes, y a mí nadie me hace caso. Me gusta mucho ese perro, pero mis padres no quieren comprármelo. Les digo que porqué no me pongo yo enferma también, para que me regalen cosas, y se enfadan mucho.

… y me acuerdo como nos divertiamos en casa y jugavamos con: Pipo, Rufo y Joselin y pintabamos gatos y aciamos carreras. Todo a pasado ya y si no ubiera ocurrido no tendría lagrimas en los ojos, pobre patri, no se porque Dios se la quiso llevar al mundo de los muertos”

Son alrededor de las dos de la tarde. Estoy en el cuarto de estar de mi casa, sentada en el suelo con la espalda apoyada en el sofá, viendo la tele con mis padres y mis abuelos. Suena el teléfono y mi madre lo coge. Yo sigo viendo los dibujos animados. Está unos segundos callada, y al cabo del rato cuelga.

-          Que ya se ha muerto  Patricia.

Me quedo callada y la miro. Está llorando. No entiendo porqué llora.

-          ¿Y por qué lloras? Yo no estoy llorando.

No me responde. Se va con mi padre al hospital y yo me quedo con mis abuelos. Ese día vuelven tarde, pero los espero despierta hasta que oigo la puerta del ascensor y el tintineo de llaves.

Mi mama me a dicho que algun dia le pondre flores y que cuando yo me valla al cielo se pondra muy contenta”

Me despierto de pronto en la cama de mis padres. Es por la mañana, y estoy sola. Empiezo a llorar y mi abuela viene a preguntarme qué me pasa. Apenas consigo contestarle. Ya no podremos jugar más, ni podré verla nunca más. Ya no iremos a los columpios ni nos dejaremos los juguetes. Ya no voy a verla más.

Patri, en berdad la quiero, que resucite y que juegue conmigo y que vaje al parque. Estoy segura de que desde el cielo me estaras biendo y si me ves quiero que un dia que rece en el cole me lo digas, el dia que quieras, bueno pero dimelo, tranquila si no puedes porque yo te perdonare una y otra vez porque no me cansare”

Vuelvo a estar en el cuarto de estar. Esta vez estoy sentada en una de las sillas del fondo de la habitación, junto a la mesa redonda de madera. Veo muchas piernas con medias y tacones negros. Hay muchas tías mías de pie, hablando entre ellas, vestidas de negro. Ninguna me presta demasiada atención. Tampoco quiero que lo hagan. Hoy entierran a mi prima en una caja blanca. Mis padres me han dicho que está tapada y que no se puede ver. No estoy segura de entender lo que eso significa. Lo que sí se es que vuelvo a estar sola, que mi prima se ha ido, y que no va a volver.

La luz de la pantalla me quema los ojos. Paso a la siguiente página, pero ya está en blanco. Dejo el diario sobre la mesa, y se queda abierto por la tapa, en la primera página. Mayo de 1998. No tenía ni idea de todo lo que iba a pasar en mi vida por aquel entonces. Han pasado ya 9 años desde entonces, y sí, mi vida ha cambiado. Mucha más gente se ha ido, gente a la que sigo recordando y de la que no me olvidaré jamás. Pero hay algo que guardo con especial ilusión. Y es todos los momentos que he vivido contigo. Gracias por compartir conmigo esos cuatro años de tu vida. Me hiciste muy feliz.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Ciara Martinez Venezolano.
Publicado en e-Stories.org el 27.10.2009.

 
 

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