Abrí un día los ojos al mundo
y en medio de cosas que no comprendía,
contemplé una dulce sonrisa,
era tu sonrisa, Madre.
Cuando a pequeños pasos,
quise recorrer mi limitado universo,
allí estabas tú, vigilante y silenciosa.
De pronto mis pies tropezaban
y caía entre sollozos,
tú cubrías mi carita de besos,
sorbías una a una mis lágrimas.
Crecí de tu mano,
separabas las espinas a mi paso,
bajo tu atenta mirada,
todo se suavizaba.
Hoy quiero ofrecerte, Madre,
la mejor de mis sonrisas...
Porque aunque mi boca no demuestre,
todo lo que tú me inspiras,
eres y serás siempre,
la madre que me sonreía...
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Lourdes Pérez Nëel.
Publicado en e-Stories.org el 03.06.2010.
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