Hice lo que tu me dijiste. Te regalé el mundo poco a poco mediante
pétalos perfumados de rosa. Te regalé poco a poco cada pedacito de mi alma
hasta quedarme seca, sin nada.
Te seguí siempre.
Tú.
Tú me destruiste poco a poco.
Lentamente.
Aún recuerdo mis ojos que mirándose en el espejo, te recordaban, y como unos
tontos, brillaban.
Esos ojos entrañables, ojos de niña, llenos de vida. Vida que ahora no
tienen. Ahora, difícilmente se iluminan, nadan en un mar de tiburones y a
penas abren sus delicados parpados.
Mis labios piden consuelo, pues también los destruiste. Labios rojizos que
ahora son grises. Mis mejillas negras. Mejillas que lastimaste mil veces sin
pensarlo.
Mi cara pálida, que acariciaste muchas veces y abandonaste en cuanto
pudiste…
Mi cabeza te aleja, mi corazón te acerca. Mis sentidos se pierden.
Te pido que no me recuerdes, que no me busques.
Te amo.
Te odio.
La miras y le sonríes. Ella, victima de tus miradas no se da cuenta de que
su vida a tu lado es pérdida.
Ódiame por detener mi muerte junto a ti. Pero no me odies.
Ámame por la confianza que me tuviste. Pero no me ames.
Quisiera poder decirte;
Ámame y ódiame a la vez.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Estefanía Olivo Medina.
Publicado en e-Stories.org el 21.06.2010.
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