Rafael Nugent

Amarga mañana




—Whisky. Doble. Sin hielo.

Todavía no entiendo cómo hay gente que contamina esta perfecta bebida. Tan pura, tan suave, tan pecaminosamente exquisita. Rara ocasión en donde el agua pueda contaminar y no purificar.

—¿Difícil noche? —me pregunta el obeso cantinero—.

Psicólogos frustrados. ¿Por qué demonios preguntan siempre lo mismo? Afortunadamente aprendí hace mucho cómo ponerlos en su sitio: brazos cruzados sobre la barra, cabeza baja y mirada hacia arriba con el ceño fruncido. Y para terminar, un solemne y superficial gracias. No todas las personas en un bar, a las cuatro de la mañana , tienen problemas.

“John Stern. Sacerdote. Alto. Sesenta años. Canoso. Café-Bar Branca. 6:00 a.m.”. Siempre tan secos con las descripciones, nunca imaginé que una mujer pudiera hablar de esa manera, pero las ordenes eran claras y fáciles de recordar.

Por lo general esa descripción es lo único que necesito para realizar mi trabajo, pero que el objetivo sea un sacerdote fue motivo suficiente para despertar mi curiosidad. Dicen que es mejor no conocer al objetivo, hay que verlos como números y no como personas. Que involucrarnos puede costarnos la vida: es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Una búsqueda rápida por internet y John Stern dejó de ser un desconocido. Sacerdote hace más de tres décadas. Querido por sus feligreses y por la comunidad en general. Religioso dedicado y voluntario ejemplar. Amigo cercano del Cardenal. Todo parecía estar en orden, no había razón para verlo como una amenaza.

Faltaban ocho horas para las seis de la mañana y las piezas no encajaban todavía. ¿Por qué lo querían muerto? ¿Qué había hecho? ¿Qué oculta? Entendí en ese momento por qué nos decían que no nos involucremos. Abrumado por la falta de progreso, decidí hacer una última búsqueda. Escribí en el buscador: “Sermones de John Stern” y encontré algunos videos bastante aburridos para mi gusto. Luego de ver unos cuantos, encontré un patrón. Cada vez que hacía referencia a un acontecimiento social que había salido mal, usaba una frase para expresar el caos de dicha situación: “tan sutil como una operación del ejército”.

Luego de darle muchas vueltas en mi cabeza, buscando algún significado oculto, se me ocurrió traducirla a inglés. La frase quedó convertida en: “Army smooth”. Para una persona normal, estas dos palabras no hubieran significado nada más de lo que aparentemente significan, pero yo no soy una persona del todo normal. Una condición llamada dislexia me hace ver, en las palabras escritas, otras palabras escondidas al cambiarle el orden de las letras. Fue así como transformé “Army smooth” en “Thomas Mory”.

Thomas Mory, político de larga, y hasta hace poco, impecable trayectoria. Luego de relacionar a Stern y Mory en las búsquedas, encontré que Mory había sido visto muchas veces en compañía del sacerdote. Y más interesante aún, muchos temas de los sermones involucraban acontecimientos que Mory había supervisado personalmente.

—Café. Negro —primera vez que le dirijo la palabra al cantinero desde que pedí el whisky—. ¿Tienes hora?

—Seis menos veinte minutos —responde tan frío como un glaciar—.

Media taza después, entra John Stern por la puerta principal. Alto, vestido todo de negro y con el collarín blanco característico de los curas. Tiene una tupida cabellera gris, frente amplia y ojos grandes. La nariz complementa el tamaño de las otras facciones y una pequeña sonrisa completa su amable rostro.

—Buenos días, James —saluda sonriendo mientras camina en mi dirección—.

—Buenos días, reverendo. ¿Va a querer lo de siempre? —responde el cantinero—.

—Hoy no, solo café. Ando algo apurado.

—¿Cómo lo desea?

—Con leche y dos de azúcar.

Observo el lugar por enésima vez para constatar que nada ha cambiado: todo sigue igual. Las mesas contra la pared, a espaldas de la barra, siguen desocupadas. El mesero sigue sentado en un rincón tratando de no quedarse dormido, mientras que en la barra mi café se enfría. Habla el sacerdote con el cantinero por unos minutos; yo espero el momento para llevar a cabo mi misión. Por alguna razón vuelvo la mirada al mesero. Algo está fuera de sitio.

Espero a que el cantinero se aleje un poco de nosotros. Bebo lo que resta de café en mi taza y me levanto por primera vez de mi asiento. Me acerco al sacerdote y pongo mi mano derecha sobre su hombro derecho.

—¿Alguna vez viste a un mesero que use zapatos Berluti de mil dólares para trabajar? —le susurro al oído izquierdo—.

Silencio.

—¿Ves al mesero dormido detrás de nosotros? No voltees, míralo por el espejo detrás de la barra.

—Sí, lo veo —responde el reverendo—.

—Él sabe tu secreto, y yo también —continúo en voz baja—.

—¿De qué estás hablando? —pregunta nervioso—.

—Thomas Mory —respondo y siento cómo se tensan los músculos de su cuello y espalda—.

Meto la mano hacia el interior derecho de mi chaqueta y toco el frío contorno metálico de mi pistola. Deshago el broche que cede con facilidad y un pequeño click. Escucho un leve crujido y sé que el mesero se acaba de levantar.

—Sígueme la corriente —susurro—. Es por eso, padre, que necesito que me guíe —digo en voz notoriamente más alta—.

—Bueno hijo… —empieza a decir cuando siento un paso detrás nuestro y aprieto el gatillo—.

Un leve sonido causado por el arma es seguido por otro mas fuerte y seco: un cuerpo desplomándose.

—¿Qué pasó? ¿Quién era él? ¿Quién es usted? —escupe las preguntas sin darme tiempo de responder alguna—.

—Digamos que soy su ángel guardián. Ahora termine su café y escóndase porque créame, vendrán más.

Un disparo más y el cantinero cae al suelo. Veo una mezcla de sorpresa y terror en los ojos del cura.

—No te preocupes, solo duerme. Cuando despierte no recordará nada.

El sacerdote, tan aliviado como puede estar alguien en su lugar, hace una leve seña de despedida, sale por la puerta trasera y se pierde entre la niebla matutina.



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Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Rafael Nugent.
Publicado en e-Stories.org el 30.11.2011.

 
 

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