Sobre aquel viejo puente,
testigo de muchos amores,
se halla un hombre de frente,
contemplando las rojas flores.
Aquel hombre espera ansioso
la llegada de su amada,
mientras el reloj, silencioso,
anuncia el comienzo de la madrugada.
Las horas van pasando
y aquella mujer no llega.
Y el hombre triste, esperando,
a la soledad se entrega.
Está cansado de la espera
que abre llagas en su corazón,
e implora por una nueva primavera
en las tristes notas de su canción.
Su alma noble y vencida
siempre da, pero no recibe.
Y no halla consuelo su vida
ni en los versos que escribe.
Su llanto rompe el silencio oscuro
de la soledad que lo acongoja
y una fina lágrima de amor puro
cae, sobre la flor que deshoja.
No puede acabar con el tormento,
que desgarra sin piedad su alma.
Pide verla tan solo un momento,
para recuperar la ansiada calma.
El paisaje es la muda platea
del continuo divagar de su mente,
pero el hombre tan solo desea
a esa mujer, para amarla eternamente.
El hombre triste se arrojó al río,
arrastrado por su destino cruel.
Y en las turbias aguas del hastío,
se ahogaron sus sueños de papel.
La inmutable noche llegó al ocaso
y el Sol descansa sobre el puente,
testigo de un nuevo fracaso,
de otro amor ciego y displicente.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Francisco Manuel Silva.
Publicado en e-Stories.org el 27.01.2012.
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