Kike Ibeas

ANCIANOS PENSAMIENTOS

 
Todos los días se juntaban en la plaza del pueblo, antes de entrar al bingo. Marcial era sin duda el líder de todos aquellos jubilados. Nadie sabe como fueron  en su juventud, que aventuras o desventuras vivieron. No nos paramos a pensar en que un viejo haya sido también joven y corre-caminos. Nos da la sensación de que siempre han estado arrugados y cansados.
Marcial ordena cómo deben sentarse en el banco, quién lía los cigarros y quién tiene el turno de hablar.
- ¡Mirad que jaca, chicos!
Marcial advierte a sus compañeros sobre la chica joven que viene andando por la calle. Las alumnas del "Puteza de María", como Marcial lo llama, se pasean, día sí y día también, por delante del banco, y todos jurarían que lo hacen, en cierto modo, para excitar a los abuelos.
- Si tuviese veinte años menos, la llevaría gorda - dice Marcial.
- ¡Si tuviera veinte años menos sería un embrión!
- ¡Joder!, ¡Eres como tonto, Fermín!. ¡Me refiero a  mí! - dijo clavándose el índice en el pecho. ! ¡Si YO tuviera veinte años menos! Capiscas?.
¿Que va a tener gordo esa angelical criatura?
La chica oyó el final de la frase, sonrió y se irguió sobre su columna.
Los días eran todos iguales para los jubilados: Banco, bingo, banco, casa., y vuelta a empezar. Marcial, Fermín, Zacarías y Julián  esperaban a la muerte en pantalones de pana, fumando picadura y hablando mal. Y esa chica..., esa chica venía otra vez por la calle.

Qué contraste. ¿Cómo podía existir tanto contraste? Tanta juventud radiaba que insulta, tanta belleza haciéndose,  tanto futuro... Sí, ya lo dije, tanto contraste.  Un solo cambio en el vuelo de un mosquito, un giro distinto de la aguja del reloj, un adelanto en el programa de las doce, un leve cambio a la postre, en la rutinaria vida de los abuelos, era detectado de inmediato por estos. Y, sin decirse nada, todos sabían que había algo distinto en el caminar de la chica. No movía igual su frágil cuerpo, no llevaba la mirada perdida en el fondo de la calle, no jugueteaba nerviosa con el anillo de su dedo. Miraba fija al banco y su paso decidido y enérgico no parecía de adolescente.
- ¿Quién de vosotros quiere volver a ser joven? - La chica escupió su pregunta a los atónitos ancianos.
- ¡Por cuanto tiempo! - la entró, ¡cómo no, Marcial.
- Eso depende de ti.
-Te aseguro que los cuatro...
- Sólo uno.
- ¿Qué pasa? ¿Es que no te las puedes todas en la boca?
- Uno que no - dijo la chica sin mirarle.
- Te lo tienes merecido Julián. Deberías aprender a hablar con educación y respeto. Sobre todo a una señorita.
- Tú serás el elegido, viejo.
- No me llames viejo... o te arreo una  guantá­.
- ¡Ven!
- ¿Adónde quieres que vayamos?. O me explicas algo, o te vas tu solita.
- Quiero enseñarte algo.
Los abuelos empezaron a golpearse con el codo, los unos a los otros, riendo a hurtadillas.
- ¿Por que no te lo sacas aquí, morena?
La chica se dio la vuelta y empezó a caminar decidida hacia el fondo de la calle.
- Sois unos groseros - dijo Marcial. Y la siguió tan rápido como pudo.
- ¡Claro! ¡Como te lo quiere enseñar a ti, te has vuelto un caballero! ¿No te jode?
Marcial no había corrido tanto desde que era un chaval. Por fin, consiguió darla alcance y agarrándola por el hombro le dijo:
- ¡Para coño, que me muero!
Marcial se apoyó en sus rodillas tratando de recobrar el aliento.
- ¿Te has decidido, abuelo?
- Sí- ¿Dónde?
- Sígueme.
Sin apenas darle tiempo a recuperarse, la chica comenzó de nuevo a andar y Marcial tuvo que seguirla. Enseguida, se metió en un portal y comenzó a subir rauda las escaleras.
- Oye, ¿quieres que me dé un infarto, o qué?. No pienso correr más.
- Lo siento, es a lo que estoy acostumbrada.
La chica bajó el paso, abrió una de las puertas del sucio y mal cuidado  portal e invitó a entrar a Marcial.
- Adelante caballero.
- Vaya, gracias jovencita. A todo esto,...¿cómo te llamas?.
- Es un secreto, como el tuyo también.
- ¿El mío? No, yo me llamo Marcial.
La chica puso los ojos en blanco y cerró la puerta,
- Mira, si quieres ser mi amigo debes jugar con mis reglas. Nada de nombres, nada de relatos de la juventud ni nada de nada. No quiero saber nada de ti, ni de tu vida. ¿Queda claro?. No es que esté enfadada contigo, solo quiero no tenértelo que repetir nunca.
- Vaya, lo siento de veras. Bueno, te llamaré... Bonita,¿qué te parece?.
- Llámame como quieras, abuelo.
La chica buscó un cigarrillo en su bolso y, durante un momento, pareció que iba a ponerse a llorar. Por fin lo encontró, lo encendió y cerró la puerta tras de sí.
Mientras, en la plaza, los abuelos apuraban los últimos rayos de sol. Casi no habían hablado más del tema. Todos tenían la rabia dentro, en especial Julián, que sabía que aquella grosería le había costado más caro que a los demás. Aquella joven quizá le hubiera elegido a él y ahora se la estaría pelando mientras ella bailaba o algo por el estilo.
- ¿Qué creéis que quiso decir la cría esa que se llevó a Marcial?
- Pues..., supongo que se la querría mamar, o algo así  -dijo Fermín.
- Pero ¿quién se la va a querer chupar al Marci, carajo?
Vamos a ser realistas. Esa gachí tiene a su alcance el noventa por ciento de las pollas del reino. Por qué coger la más arrugada y descolgada?
Zacarías se rascaba la barbilla y pasaba. Tenían todo el día para especular, no tenían otra cosa que hacer. Y hasta que Marcial volviese y se lo contase, ellos podrían imaginar miles de historias.
- ¿Y si se trata de una asesina en serie, de esas que fijan un objetivo y, ¡ZAS! a tomar por culo el Marci?. No sé. ¡Imaginaos que le ha dado por matar jubilaos!.  No sé. Hace tiempo que no leo el periódico, pero es fácil que ponga que la policía está buscando una tía de esas que la prensa apoda como el... "ángel compasivo" o alguna mamonada por el estilo.
- ¡Joder Zacarías! ¡eres el peor, coño!  ¿Es que no puedes pensar que a lo mejor la tipa tenga un "lugumento" de marras de la eterna juventud, o algo así, y que si se lo unta al Marci, éste se vuelve joven y entonces la tía le come el pito, ya terso y tieso?
- ¡Una cola, vamos!. ¡Antes prefiero que se lo carguen!... No podría soportar ver al Marci por ahí, joven, y riéndose de nosotros, con esa perica echada a los lomos.
- ¡Eh chicos! ¡ni calvo, ni tres pelucas!
- ¡Eso va por mí, cabrón!
- Bueno..., vamos a mantener la calma. Analicemos las cosas mientras Fermín se lía unos pitos.
- ¡Siempre me toca a mí, copón!
-Yo estoy casi seguro de que se trata de algo paranormal. Es más, yo vi algo raro en la mirada de esa joven. No sé..., como un brillo...
- ¡Tu no ves un carajo, Zaca!
- Bueno, ya lo sé, pero no rompas la magia. Estoy hasta los gayumbos de hablar de "furbol". Para una vez que sale un tema interesante en el que podemos desarrollar y expandir  nuestra psique, vas tú y lo jodes. Que si esto puede ser..., que si esto otro no...
- Bueno, pero una cosa es expandirse y otra cosa alucinar. Un brillo en los ojos... ¡Qué capullo!
- Maldito seas, ¡te tenía que haber volado la cabeza en el 36, cuando te tuve a tiro! - dijo mientras le agitaba, cogiéndole por el cuello del abrigo.
- ¡Vaya, ya saltó el "sindicalista" de mierda, ¿Por qué no lo haces ahora, viejo decrépito?.
- Bueno, bueno... ¡Dejadlo ya!. Siempre estáis igual. Aburrís.
Fermín mantenía a los dos abuelos separados.
- Volvamos a las cábalas.
- ¡Yo voto a que está tieso! - Zacarías dejó de forcejear.
- ¡Yo que la "tipa" le quitó hasta el último cuarto y el peluco!.
- ¡Bueno!, pues yo, que... que la viciosilla se la ha meneado, por morbo o algo por el estilo, y claro, por eso tarda tanto en volver.
Los tres abuelos rompieron a reír a carcajadas. La noche era ya casi cerrada y Marcial no había vuelto aún. Los tres abuelos seguían especulando y discutiendo entre ellos.
Al otro lado de la ciudad, Marcial miraba estupefacto a su alrededor. No sabía muy bien dónde estaba y tenía un profundo dolor de cabeza. Se levantó y como acto reflejo se sujetó la cabeza. Las sienes le bombeaban. Pronto reconoció las afueras de la ciudad; puso rumbo al barrio e intentó  recordar algo de lo sucedido. Vamos a ver..., pensó. Aquella chica, su habitación... Recuerdo que cerró la puerta y sirvió unas copas. Era tan habladora y tan llena  de vida... No puedo recordar nada, me debió drogar, la muy puta. Pero, ¿para qué querría hacerlo? Se tanteó los bolsillos: Todo estaba allí, la cartera, el peluco, la alianza de matrimonio y la picadura de hebra. ¿Qué les digo yo ahora a los chicos? ¿Invento,o soporto sus risas?. El barrio estaba ya cerca. Supongo que hasta mañana no les veré, ya es tarde y los chicos no estarán. Bueno, se habrán estado comiendo el tarro toda la tarde. Al doblar la esquina de la plaza vio que su banco estaba ocupado y lo estaba por sus amigos. Es increíble, pensó. Son mas de las once y los capullos siguen allí.
- Bueno ¡çe là!, aquí estoy.
Los tres ancianos se volvieron hacia él.
- No vas a sacar nada de nosotros, capullo. Mira a ver si atracas a otro.
- Vale Fermín. Tú..., tan despierto como de costumbre.
- ¿Cómo carajo sabes tú mi nombre,  jovencito...?

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Kike Ibeas.
Publicado en e-Stories.org el 08.05.2012.

 
 

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