Sergio Silvera

Caminando bajo la lluvia - Cap. 1

Estoy en mi casa, sentado en el sofá mirando la televisión. Es de noche y está lloviendo. Mi corazón está herido porque el amor de mi vida me engañó con mi mejor amigo, y ya no hablo más con él, aunque él me llame por teléfono para pedirme perdón… yo le corto la llamada.
Si no mal recuerdo, he desconectado al teléfono; pero eso lo he hecho hace dos días. Y aún así sin oír sonar el teléfono… me encuentro mal con el amor.
- ¿Sabes qué…?- me dije yo mismo y me respondo.
- Voy a salir a caminar, aunque tenga la lluvia sobre mí; me importa un comino. Porque quiero olvidar mis penas de una vez por todas.
Ya ahí salté del sofá y apagué el televisor, luego tomé un abrigo y salí. Al cerrar la puerta vi lo hermoso que sería salir a caminar en ese estado de tiempo para olvidar estas penas que hieren demasiado, hiere como si me hubiera caído en el infierno. Cierro la puerta con llave, doy un paso hacia delante y entro en la lluvia. Me quedé unos minutos contemplando sus gotas rápidas que caen sobre mí, me hacen sentir que soy el único que está sufriendo en esta noche. Ahí estoy con los ojos cerrados y la cabeza hacia arriba, siento las gotas caer sobre mi rostro.
Esos malos momentos que he sufrido como un maldito hombre que lo han dañado sin querer. Me despierto de esas pesadillas, miro hacia delante y empiezo a avanzar unos siete pasos para llegar a la calle. Estoy a unos veinte metros de la playa. Caminando bajo la lluvia por las calles de Punta del Este, tan iluminadas, tan vacía de gente, aunque hayan turistas por ahí no veo que tengan ganas de salir en esta noche; me encuentro solo en estas calles. No es como mirar al cielo y ver las estrellas, ver que allí arriba las estrellas están acompañadas una con la otra, mientras yo aquí abajo sin compañía y tan destrozado; ¡qué mal, no?
Y me pregunto: ¿cómo es estar enamorado realmente de una persona que sea tu alma gemela?, siempre me he hecho esa pregunta un millón de veces. Mirando hacia mi derecha veo la playa, creo que con la lluvia junto a ella: la playa, se sentirá estar un poco acompañado por la soledad de mi alma. Voy hacia ella y voy bajando la montaña de arena que está mojada, gotas que caen desde el cielo gris. No es una locura caminar sobre la arena junto a las olas de esta hermosa playa de Punta del Este mientras está lloviendo, amo sentir la voz de las olas que me susurran su pasión, mientras yo le cuento mi historia de rencor. Hay que saber que en este mundo todo sucede. Hay guerras, hay accidentes, hay justicias, hay de todo lo menos inesperado.
¿Cómo lograr que eso no ocurra más?, creo que si nos reunimos todos juntos, hablo de diferentes regiones; si olvidamos los rencores podemos estar en paz y en amor. Y así nuestros días de horrores acabarían pronto. Mientras le voy contando esto a las olas de lejos y con las luces de las calles caminado encontré a una hermosa figura, a lo lejos se ve una hermosa mujer sobre un banco de la playa y creo que parece estar llorando.
Al ver a esa mujer así, no tuve otra opción que ir corriendo para consolarla. Quería saber si ella estaba llorando o no, quería saber lo que siente su corazón ahora mismo. Es un poco baja para mi altura, creo que tendrá un metro setenta, su piel es alucinante, blanca como la espuma de las olas o tal vez, lo veo así por el resplandor de las luces de las calles. Es morocha de pelo largo hasta la cintura, un cuerpo de una princesa. Dejé de correr a unos metros, me le acerqué con mucho cuidado para no asustarla, me puse las manos en los bolsillos para que sepa que soy un inocente que no tiene por qué hacerle daño. Ella estaba con las manos sobre su cara y los pies sobre el banco, sus brazos abrazaban las rodillas, de repente escuchó a mis pasos acercándose, me miró y dijo…


- ¿Quién eres?
- Me llamo Juan Ezequiel
- ¿Juan Ezequiel… no es un nombre muy común en este país?
- Pues, no. Pero, no lo elegí yo. – le respondí sin dejar de mirar a esos bellos y resplandosos ojitos, luego le hice una pregunta.
- ¿Y tú… cómo te llamas? – mirando a las olas me respondió…
- Me llamo Ángela.
Me quedé a su lado derecho del banco observando toda su mirada que iba anhelando sobre el cristalino de la playa.
. ¡Qué hermoso nombre! – le dije, hasta que me invitó a sentarme junto a su cuerpo. Le pregunté qué hacia una mujer tan hermosa en este banco y a las tres de la noche por la playa bajo esta lluvia; ella contestó.
- Tratando de olvidar a un cruel amor que me ha roto el corazón – pues, ella me preguntó al terminar su respuesta.
- ¿Qué hace un caballero tan solo a estas horas caminando por la playa? – a lo que enseguida le respondí tomándole la mano.
- Lo mismo que tú, tratando de olvidar a un cruel amor.
Al terminar mi frase de lo que sentía que era lo mismo de lo que ella también sentía, me miró a los ojos hasta que de repente, me retiró su mano, se levantó del banco y empezó a caminar sin decir adiós. Me levanté del banco y empecé a perseguirla por detrás, logré alcanzarla. Me sentí un poco mal de haber tomado su mano sin permiso, y fue por eso que fui detrás de ella, la detuve para pedirle disculpas y la tomé del brazo izquierdo, ella miró hacia otro lugar y le dije…
- ¿Discúlpame si hice algo que te haya molestado? – ella me miró y respondió.
- No, es que estoy un poco mal y sentí que algo ibas a hacer para que sea completamente tuya.
Al saber que ella pensaba eso, no podía contarle nada, así que le dije.
- Yo no iba a ser un hombre que te enamoraría, sino un hombre a quien le confiaras como un amigo de secretos.
Ella miró hacia a su derecha y yo le agarré su cara suavemente para que me mirara, y ahí sentí que podríamos ser amigos, unos muy buenos amigos, así que le dije…
- Cerremos esto como una amistad.
- Esta bien, pero… juremos en no enamorarnos de nosotros mismos, ¿hecho?
- Hecho.
Nos quedamos en un trato de por vida, hablamos unos diecisiete minutos, creo. Yo le di mi número de teléfono para contarnos secretos de amor y de rencor, tal como sellamos la amistad. Después de despedirse ella me dio su número telefónico para comunicarla, para que salgamos algunos días o tal vez, algunas noches, pero… como “Amigos”. Yo le dije que para eso fui creado, para ser un buen amigo de confianza. Ella se fue alejando de una manera increíble, sin preocupaciones, y yo debo hacer lo mismo. Pero, aún tengo el alma herida. No ha dejado de llover y no me quiero resfriar, pero… siento que debajo de la lluvia es como que las penas se van solas y que parecen no tener regreso jamás. No tengo otra solución que irme directamente a casa, entonces, camino solo por la arena, voy sintiendo que el alma está destrozada y mi corazón curado de esas malas heridas que mi “ex-novia” me dejó clavadas con mucho rencor.
Le cuento a la playa que conocí a una hermosa mujer la cuál va a ser mi mejor amiga, voy a poder contarle y a la vez desahogaré este nudo que tengo en la garganta. Me despido de la playa…
- ¡Hasta luego, hermosa playa cristalina!
Subo la montaña de arena, ahí están las calles de Punta del Este. Estoy a unas cuadras de mi casa, camino como un hombre perdido, sin nadie que lo amen cuando abra su puerta, ningún beso, ningún abrazo; tan solo como un gato abandonado.
Llego a la calle en la cual está situado mi hogar, en el cuál: duermo, me alimento, me cuido del frío y de la lluvia furiosa, pero no del amor.
Llegué a la puerta, abro y me acordé de Ángela. Esos momentos, esos bellos y resplandecientes ojos, le di mi número de teléfono, pero… ¡no está desconectado? ¡Oh, Dios, debo conectar el teléfono! Lo conecté y a unos veinte minutos alguien golpea la puerta de mi corazón con un timbre telefónico, levanto el tubo y digo…
- Buenas… -y al oír una voz femenina, me quedé pensando: ¿cómo puedo estar sufriendo mientras esa voz me hace olvidar este rencor?
- Hola, Juan Ezequiel. ¿Cómo estás? –y yo le respondí lo que debía ser.
- Bien y a la vez mal. Tú sabes por qué es, ¿verdad? –y Ángela dijo con voz triste en ese momento…
- Claro que lo sé, amigo misterioso.
- ¿Cómo “misterioso”, no soy tu amigo de los secretos?
- Claro que sí. Pues, lo que hiciste en esta noche hizo que me cambiara la vida, ¿entiendes? Juan Ezequiel… ¿estás ahí?
Quedé mudo al escuchar tan semejante frase que me haga quedar pasmado en el teléfono, y en el tubo sobre mi oído derecho escuchaba de fondo una hermosa voz que decía mi nombre…
- Juan Ezequiel… ¿estás ahí… qué te pasa? –y por fin respondí.
- Sí, Ángela; aquí estoy todavía.
- ¿Qué te pasa, andas algo mal; te llamo mañana?, mira que no tengo problemas en hacerlo, ¿eh?
- Sí, creo que eso será mejor. Gracias por comprender. –luego Ángela me contestó con sinceridad...
- No necesitamos de los demás para que nos den consejos sobre el amor, si ellos son adictos al desamor. Para que te des cuenta de cómo soy.
- Sí, ya veo –luego, terminó diciéndome una despedida muy hermosa.
- Sobre todo lo bueno está lo malo. En donde miras es donde te quedas. Y en esta lluvia no existe el rencor, porque sobre ella existe el amor. Nos hablamos mañana.
- Hasta mañana. –le dije sorprendido de esas frases.
- Adiós. –me despidió de su tubo y colgó.
Al colgar el mío veo que dejé la puerta abierta, la cierro y la tranco con llave. Voy directo a la cocina por un vaso de Sprite con hielo, voy hacia mi dormitorio, enciendo el televisor y no veo nada bueno, lo apago y buenas noches. Son las 4:15 a.m., no tengo nada que hacer, hoy es Sábado. Me acuesto y mi cabeza está loca. En ella anda rondando una voz, una voz familiar. Me pongo a pensar a ver si la reconozco y ¡Zás!... es la voz de Ángela. No puedo dormir, doy vueltas en la cama como que no está muy cómoda esta noche. Es porque no dejo de pensar en lo que hice, en lo que sucedió hace una hora. Me pongo a razonar: ¿qué he hecho yo para merecer tanto dolor?, sin respuestas. No entiendo porque la vida es así, ¿por qué no puedo seguir siendo feliz como antes? Mi corazón está tranquilo pero no hay solución en combinar a un alma que se perdió en el horizonte de este rencoroso mundo, donde las personas cambian cuando son felices, no cuando son infelices. Al ver la hora en mi reloj pulsera, bostezo, me doy vuelta hacia la derecha y veo unas imágenes en mi mente que es lo que viví esta noche, es aquella figura que vi desde lejos. No sé qué es lo que me hace pensar en ella, tal vez… ¿estoy enamorado de Ángela? No, no puedo estar enamorado de ella, hicimos un trato y ya está sellado, no puedo enamorarme. Es muy extraño este sentimiento del que estoy sintiendo. ¿Creo estar enamorado de alguien o qué?

A minutos quedé dormido y me despierto a las 10:00 a.m. me siento tranquilo y relajado de no pensar en lo que pasó anoche, y aún así tengo en mente a Ángela. Tan sólo de saber que no puedo tenerla en mi corazón como amante, que debo tenerla como amiga. Siento que desde anoche la extraño más que a mi mejor amigo.

Ahora por la luz solar me levanto de la cama, voy directo al baño a darme un a ducha. Me llevo la ropa al baño porque me gusta salir vestido luego de ducharme y así no paso frío. Termino de ducharme, me visto, salgo del baño y escucho que golpean la puerta del frente. Voy hacia allí, miro por la ventana que tengo al lado de la puerta para ver quienes tocan y justo hoy tiene que tocar el amigo traicionero, después de cuatro meses vuelve. Abro la puerta y me dice muy alegre…
- ¿Qué tal, amigo?
- ¿“Qué tal”, me preguntas? ¿Después de sacarme a mi novia vienes a que te perdone? –y arrodillándose a mis pies, no lo noto muy feliz de estar con ella.
- Amigo, es que…
- ¿Qué pasó… no me digas que ya te abandonó? Porque no te lo creeré –se lo dije porque ella me abandonó por él.
- Sí, amigo. Y no quiero volver a Montevideo por ella, me quiero quedar aquí en Punta del Este contigo por unos días, nada más. Después alquilaré un apartamento y buscaré un empleo. –me dijo levantándose del suelo arrodillado.
No tuve otra opción, es mi mejor amigo aún. Y no importa nuestros amoríos en el pasado, él va a vivir aquí en esta casa conmigo. Además, no tiene a dónde ir. Ya que tengo un dormitorio vacío, se lo daré sin ningún compromiso, al darle esta noticia y vi como cambiaba su rostro, de preocupado a despreocupado, noté que era la felicidad. Y le dije…
- Carlos, te dejaré quedar en esta casa. Pero debes prometerme de que el Lunes irás en busca de empleo.
- Lo juro por nuestra amistad que así será.
- Entra y desayunemos juntos como lo hacíamos en los viejos tiempos, ¿te acuerdas, amigo?
- Como no acordarse de esos momentos que nos contábamos todos nuestros secretos, jamás me he olvidado de eso. –me dijo mirándome con una sonrisa de oreja a oreja y esas cosas que hace con los ojos que me hacen reír todo el tiempo.
Entonces, fue ahí donde le cuento que conocí a una hermosa princesa en la playa a las tres de la mañana…
- Me estás mintiendo, Juanki.
- ¿Por qué habría de hacerlo?, si eres mi mejor amigo.
- ¿Y cómo se llama esa “Princesa de la playa”?
- Si que eres chusma, “Caramelo de prenda”. Ella se llama Ángela.
- ¿Por qué me llamas así? –me preguntó sorprendido de su nuevo sobrenombre. Pues, tampoco dudé en decírselo.
- Porque siempre estás preguntando el nombre de las chicas que conozco, y el sobrenombre es porque vives pegado a eso y no te desprendes. Es por eso que te llamaré: Caramelo de prenda.
- Suena bien. Tengo que conocerla, ella va a ser mía.
- Eso no. Jamás será tuya, amigo mío.
- ¿Por qué? Tú dijiste que eran sólo amigos, nada más.
- Sí, pero… no me gustaría que estuvieras besándola mientras que ella y yo parecemos “Almas gemelas”.
Carlos se apartó de mí con una mirada bajoneada, yo le dije que se la iba a presentar pero que fueran solamente amigos tal como lo somos ella y yo.
Él aceptó, no es que yo sea celoso, es que no quiero que vuelva a sufrir una vez más por mi culpa, lo llamo “mi culpa” porque tengo un presentimiento de que algo pueda ocurrir entre Ángela y Carlos. Sabiendo perfectamente como es él, ya me robó mi novia, y sé lo que es capaz de provocar. Mientras terminamos el desayuno, me acordé de que tenía algo pendiente desde el Jueves, terminar de escribir mi novela o agregar algunos párrafos. Soy un escritor y me gustan mucho las novelas y siempre quise escribir una.
Mientras yo escribía partes de la novela en mi estudio, escuchando música tranquila para lograr algo bueno en la novela. Al terminar unos de los capítulos, me voy directo a alimentar a mi hermoso gatito negro que se llama “Black”, justo cuando le sirvo su cereal favorito y lo llamo, el no aparece. Se me notaba que algo raro estaba sucediendo aquí, no viene, ¿qué le pasa?
Nunca me había hecho esto. Espera un minuto, me dije a mí mismo.
- Aquí ocurre esto cuando… -dije en voz alta.
Me dirijo al living y veo que Black está en los brazos de Carlos, a Black le fascina que Carlos lo mime. Él siempre fue su favorito mimador en vez de su propio dueño que le encanta mimarlo, bueno, cada uno tiene a su persona ideal, ¿no lo creen?
Viendo que Carlos está fijamente mirando el televisor muy cómodamente en el sofá, trataré de asustarlo pero acercándome muy despacio. Y le digo en voz alta…
- Aún no ha perdido las mañas contigo. –Carlos se pegó un susto que hasta el gato salió corriendo.
- Ay, Juanki. ¡Qué susto! No ha perdido las mañas, todavía. ¿Eso es bueno o malo?
- Olvídalo, hombre.
Carlos se levanta del sofá y me pregunta si hay un Supermercado cerca de aquí, yo le digo que a dos cuadras hacia abajo y media a la izquierda va a encontrar uno. Y él me responde…
- Ok, ya vuelvo enseguida.
- No te preocupes, estaré en la cochera.
- Está bien. –me dijo.
Dejé a Black encima del sofá, pues se nota que como cualquier ser humano o animal, tiene hambre. Y fue directo a su desayuno de cereales, mientras que Carlos cerraba la puerta. De pronto, se me cruzó por la mente una voz que me decía: Llama a Ángela. Pues, como no me acuerdo del número, me puse a buscarlo en el bolsillo del pantalón de esa noche. Disco el número telefónico y está fuera de servicio, vuelvo a intentarlo y me da un silencio, luego tonos de número equivocado. Todo por no haber discado bien, me faltó un número. Los nervios me ponen así. Lo vuelvo a intentar y me da tono, suena diez veces y Ángela no atiende, cuelgo el tubo y he decidido llamar más tarde.
A unos cinco minutos o tal vez a los nueve minutos aparece Carlos, lo noto feliz, muy contento en la llegada del Supermercado. Y como él es una chusma, pues si yo le pregunto algo no creo que sospeche de mí, ¿no?

- Carlos, ¿te puedo hacer una pregunta?
- Dime…
- ¿Por qué llegaste sonriendo del Súper así…? No, no puede ser…
Con tan sólo saber que esa sonrisa me es conocida desde hace tiempo.
- Amigo, no me digas qué…
- Sí, amigo. ¡Sí! –me dice haciendo con las manos unas curvas de 90 - 60 - 90, que eso significa que ha conocido a una chica.
- ¿Y sabes cómo se llama esa chica de 90 - 60 - 90?
- No… pero sé que me enamoré de ella. Su voz es muy hermosa y quedó grabada en mi mente. Si pudiera hacer que la escucharas, tal vez, no lo haga. No quiero que te enamores y me la quites. Já, una broma, amigo. Una broma.
- No te preocupes, no creo que me vuelva a enamorar por un largo tiempo. Pero esa chica talvez sea como Deborah (nuestra ex-novia).
- No, no lo creo. –me dice Carlos mientras se arregla el cabello mirándose en el espejo del pasillo.
- No sé.
Eso fue lo único que se me ocurrió decirle en ese momento, hasta que no la conozca no sabré cómo es esa persona por dentro. Pues, me quedé pensando en qué tipo de chica se ha enamorado mi amigo Carlos. Ya que por aquí te rompen el corazón en un segundo de vida, no son difíciles de conquistar, pero si te enamoras profundamente, te rompen el corazón en mil pedazos y así vivirás recordando de cómo es la vida en el amor. Pero a la vez, razonas que eso no es así, que la vida es una alegría hermosa que vuelve y se vá. Pues, me puse a pensar: ¿para qué vivir con el Diablo si ya existen en estas chicas? Y la respuesta… sólo ellas lo saben explicar.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Sergio Silvera.
Publicado en e-Stories.org el 29.05.2012.

 
 

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