Luis Vicente

El hombre de negro

La frontera es una tenue división mental, una línea difuminada que separa imperceptiblemente el bien del mal, la locura de la cordura, la ética de la inmoralidad, lo posible de lo imposible. La pregunta es: ¿En que lado de la frontera estás?...



" El hombre de negro"

El hombre vestido impecablemente con un traje negro se acercó al espejo y con un gesto mecánico se ajustó la corbata; Con aire de aprobación salió del dormitorio y se dirigió a la cocina.
Su mujer estaba preparando el desayuno, el hombre se acercó a ella y la besó con ternura.
-Buenos días cariño. Dijo la mujer.
Él rodeó con sus manos su cintura y la volvió a besar en la mejilla.
-Buenos días mi amor- contestó-Y volvió la vista hacia la mesa donde sus dos hijos pequeños, un niño y una niña desayunaban y discutían sin parar.
-Vamos niños, dejar de discutir y terminar el desayuno que tenemos prisa. En cinco minutos nos vamos-
Después de un breve y milagroso silencio.....
-Ayer llamaron del banco diciendo no sé qué... sobre un descubierto en la cuenta.- Dijo ella con aire de preocupación-
-No te preocupes mi vida, hoy la empresa me hará un ingreso importante y todo estará solucionado.- Contestó Él. - ¡ Venga chavales! Darle un beso a mamá que nos vamos al cole.- Añadió-
Ya en la puerta del piso la mujer dijo:
-Que paseís un buen día-
-Tú también mami- Contestaron todos a la vez.
En el coche y camino del colegio los críos seguían incansables como el conejito de Duracell, discutiendo y peleándose. El hombre de negro los miró a través del espejo retrovisor y sonrió. Esos niños eran su vida.
Cuando llegaron al cole los acompañó hasta la verja de entrada y se despidió de ellos besándolos cariñosamente.- ¡Potaros bien!- Dijo-
Y esperó pacientemente hasta verlos desaparecer entre una multitud de escolares que se movían eléctricamente.
Ya de nuevo en el coche abrió la guantera y sacó un libro, de entre sus hojas extrajo la fotografía de una mujer, no era exáctamente una jovencita pero era excepcionalmente bella. Se quedó absorto durante unos instantes en que pareció detenerse el tiempo. Con la mirada fija en la imagen de la mujer al fin murmuró: -Pronto nos veremos preciosa- y notó con una sensación agradable que un escalofrío le recorría el cuerpo.
La hora del encuentro con la mujer de la fotografía se acercaba, y el hombre de negro notaba que sus pulsaciones aumentaban.
Había cambiado de coche. La discrección era sumamente importante. Esperaba pacientemente en el parking de un inmenso bloque de oficinas, y había aparcado estratégicamente justo al lado del coche de la mujer. Sabía que ella era puntual, solo era cuestión de esperar.
Al fin se abrió la puerta de entrada al garaje y apareció una mujer elegantemente vestida y enormemente atractiva, llevaba un maletín en la mano y se dirigía con pasos rápidos hacia su vehículo. Era la mujer de la fotografía.
El hombre la vió y salió a su encuentro. Su pulso estaba a tope y la sangre golpeaba sus sienes.
Cuando ambos estaban apenas a dos metros de distancia todo se aceleró como en una antigua película de cine mudo. El hombre en su mano izquierda llevaba un periódico doblado por la mitad,
de entre el periódico sacó una pístola automática con silenciador, apuntó directamente a la cabeza de la mujer y disparó. La mujer voló hacia atrás por la fuerza del impacto, y cayó como un pesado fardo salpicando de sangre y sesos un diametro de dos metros.
El hombre de negro se acercó a su víctima que yacía en el suelo como una muñeca rota, y sin inmutarse le descerrajó otros dos tiros. Sin prisa sacó de su bolsillo un pañuelo de papel, se agachó y se limpió con pulcritud unas gotitas de sangre en los zapatos.
Durante unos instantes se quedó contemplando el cadáver de la mujer, era la obra de un artista se dijo.
Con calma y sangre fría se dirigó lentamente hacia su vehículo, lo puso en marcha, salió del parking y desapareció.
Mientras tanto la noche caía lentamente sobre la ciudad, las farolas encendidas prematuramente con su luz anaranjada eran estúpidamente ineficaces.
El hombre de negro abrió la puerta de su casa, y en un momento dos críos gritones le besaban y colgaban de su cuello.
Su mujer se acercó a él y también lo besó.
-Ha vuelto a llamar hoy el del banco, ha dicho que todo está solucionado- Dijo ella.
- Ves mi vida, te dije que hoy todo estaría arreglado-Dijo él- y ambos se fundieron en un largo abrazo.


Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Luis Vicente.
Publicado en e-Stories.org el 17.07.2012.

 
 

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