Diana Aradas Blanco

UNA EXTRAÑA PRESA

Cuando el gato entró por la gatera traía entre los dientes una oreja humana. Corrí tras él por toda la casa, pero el esfuerzo fue en vano. Cuanto más corría yo por lograr alcanzarlo, mayor era su brío al huir de mí. Decidí entonces quedarme quieto un momento y esperar a que el animal se acomodase tranquilamente en algún lugar de la casa a saborear su presa. ¿De dónde habría sacado aquel viejo gato el trozo de carne que llevaba en la boca? Era demasiado viejo para cazar, y en los últimos tiempos ni tan siquiera era capaz ya atrapar ratones.
Intenté tranquilizarme. Me decía a mí mismo que aquello era fruto de mi imaginación, que el cansancio había provocado aquella disparatada visión.
Acababa de sentarme de nuevo en el butacón, con el libro entre las manos para continuar con la lectura, cuando me levanté sumamente alterado y empecé a escudriñar toda la casa.
Busqué y busqué en todas las habitaciones; las revisé una a una: dentro de los armarios, debajo de las camas, detrás de las cortinas. Pero el gato no aparecía. El gato no estaba en ninguna parte dentro de la casa.
Me asustaba pensar en la posibilidad de algún cadáver enterrado en mi jardín o en los alrededores de la vivienda, así que salí al campo e inspeccioné punto por punto hasta los rincones menos transitados: allí no había nada. Sin embargo no contento con el registro de mi propiedad, y pensando que tal vez el muerto se hallase por la parte de afuera de la finca, salí a la carretera y di un paseo alrededor del cierre, poniendo especial atención en la revisión de las cunetas y de los arbustos. Allí no había nada digno de señalar, salvo la serena presencia del gato recostado junto al portal trasero. Parecía estar dormido, aunque al pasar por su lado abrió uno de sus ojos verdosos y me miró con indiferencia. Sentí entonces que todo estaba en orden y me dirigí nuevamente al interior de la casa.
Me preparé un café y me senté de nuevo en la butaca donde me encontraba cuando la llegada del gato me distrajo. Busqué la página, me interné en la historia que estaba leyendo: Los gatos de Ulthar de Lovecraft. De pronto, cuando ya la intriga y el terror se apoderaron de mí al hilo de lo que estaba leyendo, tuve una extraña sensación de afinidad con el argumento de aquella historia. Noté una ligera molestia en el lado izquierdo de la cabeza. Me llevé la mano derecha a la sien y, al bajarla un poco, noté con desconcierto aquella ausencia. Mi oreja izquierda no estaba allí. Creo que grité con todas mis fuerzas aunque tuve la sensación de que nadie me oiría.
Me quedé inconsciente durante algún tiempo y cuando me desperté y abrí los ojos estaba en la sala del hospital, acompañado de mi vecina que había oído mis gritos y asustada acudió en mi ayuda. Lo encontré en el suelo –dijo. Llevé entonces las manos a la cabeza y, con especial prudencia me palpé primero el lado derecho y luego el izquierdo. La oreja estaba en su lugar. Todavía aturdido, suspiré aliviado.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Diana Aradas Blanco.
Publicado en e-Stories.org el 23.08.2013.

 
 

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