Patricia Pacheco Dominguez

Sin Salida. Conflicto.

-Señor Miller -dijo el ayudante de John Miller entrando por la puerta-.

Miller, el director de la NSA, levantó la mirada de su ordenador un instante y le hizo un gesto a su ayudante para que se acercara.

-Hemos recibido esto esta mañana. Creo que debería echarle un vistazo -dijo acercándole los papeles que llevaba en su mano-.

Miller alargó la mano y, recostándose en su sillón de piel oscura, leyó el documento. A medida que sus ojos leían las palabras allí escritas, sus manos iban aferrando con más fuerza el papel.

-¿Pero qué demonios significa esto?

-No lo sé, Señor, por eso he decidido enseñárselo a usted.

-Está bien, Mike, ya te puedes ir.

Miller giró su sillón hacia el ventanal que tenía a sus espaldas y, con las manos enlazadas en su pecho, con los índices rozando sus labios, observó el paisaje de aquella fría mañana, pensativo. Giró el rostro hacia el papel que había dejado sobre el escritorio, giró de nuevo el sillón y, cogiendo el auricular de su teléfono, marcó unos números.

-Smith -comenzó diciendo-. Soy Miller. Tenemos que hablar. De acuerdo. En media hora estoy allí.

Colgó el auricular y, colocándose la chaqueta, salió por la puerta.

-Mike, voy a salir. No tardaré.

-De acuerdo, Señor.

Mike le observó alejarse con cierta preocupación. Que después de recibir aquella información, su jefe saliera con aquel semblante serio, sólo podía significar malas noticias.

El taxi recorrió las calles de Washington a gran velocidad hasta detenerse frente a un starbucks café, en una de las avenidas cercanas al Instituto Smithsoniano. Miller bajó del coche, pagó al hombre que esperaba paciente al volante, y entró en el establecimiento. En una de las mesas de la planta algo más elevada, se encontraba Smith, uno de los peces gordos de la CIA.

-Buenos días, Miller -dijo tras darle un sorbo a su café-. Pero siéntate, hombre, y tómate un café, que tienes una cara de perro que no veas.

Miller se sacó la chaqueta y se sentó a su lado.

-¿A qué viene este repentino ataque de nostalgia?

-Hemos recibido esta información y necesito que me la verifiques -dijo, con bastante sequedad, acercándole la carpeta con la documentación.

-¿De qué se trata?

Alargó su mano, y cogiendo los papeles, empezó a leer. Su rostro ensombreció.

-Este no es lugar para hablar de esto.

-Así que es cierto...

-No te lo puedo negar, si eso es lo que te interesa saber. Pero este no es el lugar para hablar de ello. Vayamos a mi coche, me esperan cerca de aquí.

Al sentarse en el vehículo, Miller miró a su antiguo compañero con recelo.

-Y bien, ¿qué narices está pasando? Según estos papeles, se ha enviado un pelotón en una misión no autorizada, y, para colmo, no se ha sabido nada de ellos en 12 horas. ¿Me puedes explicar qué significa todo esto?

-Miller, Miller... Sigues siendo un desconfiado...

-No, no soy desconfiado, sólo quiero saber quién ha dado la orden para que ese pelotón se acercara hasta esa maldita ciudad -pasó la mano por el rostro, agotado-. Y sólo habéis podido ser vosotros.

Smith sonrió con orgullo.

-Así somos nosotros, ¿no? Vamos, Miller, a ti qué más te da lo que le pase a un pequeño pelotón...

-¿Por qué les habéis enviado allí?

-Esa guerra se está haciendo demasiado pesada, demasiado costosa. Tenemos que acabar con ella cuanto antes, y se nos ha presentado la oportunidad, eso es todo.

-¿Cómo? -exclamó sorprendido-.

-Hemos conseguido que esa gente se siente a dialogar. Pero, claro, en esta vida nada es gratis. Y ya se sabe, en toda guerra hay que hacer sacrificios...

-¿¡Pero de qué diantres estás hablando!? ¡¿Sacrificios?!

-A cambio de firmar la paz, querían la cabeza del jefe de la resistencia, y eso les hemos dado.

-Pero...

-Con la excusa de necesitar ayuda médica, les hemos enviado a aquel que buscan envuelto para regalo en el furgón médico. Por supuesto, es altamente confidencial, por lo que los que custodian el furgón, no saben nada al respecto. Y es mejor así.

-¿Y qué pasará con los soldados encargados de la misión? -preguntó Miller mirando a través de la ventana-.

-Bueno, cómo entenderás, no estamos en situación de poder enviar refuerzos a aquella zona, al fin y al cabo, sólo van a llevar medicamentos. Lo que pase a partir de ahora, es cosa de ellos. Seguramente, tendremos un triste accidente, dónde por las maldades del destino, el furgón estalla por alguna bomba abandonada.

-¡¿Pero tú te estás oyendo?! -gritó fuera de sí cogiendo a Smith por el cuello de la camisa-. ¡¿Y si alcanzan también a los soldados?! Por dios... ¡Van a una muerte casi segura!

-Lo siento, Miller, pero así son las cosas. Ya he hablado demasiado. Y sólo porque eres el director de la NSA, y no puedo esconderte nada, pero es lo que hay. Será mejor que lo olvides, le des carpetazo y te vayas a tomar unas cervezas con los compañeros de trabajo.

Miller le miró desconcertado. ¿De verdad le estaba pidiendo que lo olvidara? Dejó caer los brazos, abatido, y salió del coche en silencio. Smith bajó la ventanilla del vehículo y dijo:

-Miller, en serio, olvídalo.

Y el coche arrancó perdiéndose entre el tráfico de aquella mañana.

Sentado de nuevo en su despacho, Miller no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Las palabras de Smith, frías cómo el hielo, pidiéndole que olvidara lo que sabía, se le estaban atragantando. Un flash cruzó su mente. Un flash de cuando él fue soldado. ¿Cómo se habría sentido si le hubieran abandonado a su suerte cómo estaban haciendo ellos con aquellos pobres soldados? Se reclinó sobre el sillón y elevó la mirada al cielo.

-Miller, Miller, en qué lío te vas a meter ahora... -pensó cerrando los ojos, mientras un amago de sonrisa aparecía en sus labios, una sonrisa amarga que dejaba entrever lo que estaba dispuesto a pagar por sus futuras acciones-.

 

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Patricia Pacheco Dominguez.
Publicado en e-Stories.org el 18.02.2014.

 
 

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