Francisco Javier Parias Lopez

Emilio

~~Emilio, mi profesor de ciencias sociales, cautivaba mi atención con sus disertaciones muy amenas sobre la historia universal. Muchas veces, saliéndose del programa, nos paseaba durante la clase por aquellos hechos épicos  de la historia en que los oprimidos se levantaron contra sus opresores y así nos llevaba desde Espartaco, un poco antes de Cristo, hasta la revolución de los bolcheviques en los comienzos del siglo veinte. Caminando juntos en las noches, a la salida de clases, él y yo fuimos cultivando una buena amistad, que abonábamos con mis ganas de saber y su pasión por enseñar y también con un mutuo respeto por la independencia de pensamiento de cada uno. Con una decena de años más que yo, Emilio parecía saberlo todo y yo pasaba muchas horas conversando con él, unas veces de política y otras veces de mujeres. Lográbamos entretenernos tanto en el manejo de ambos temas, que el amanecer nos sorprendió más de una vez en su buhardilla emparedada con libros, sin que el hambre o el sueño hubieran logrado retraernos de nuestro coloquio.

Cuando notaba mi angustia en el empeño por conseguir el amor de Candelaria, Emilio me llenaba de valor, reforzaba mi auto-estima y me transmitía con generosidad sus experiencias con el sexo opuesto. Me contaba la triste circunstancia en que el amor de su vida había pasado a ser el amor de otro y por qué él prefería ahora compartirla y no resignarse a no tenerla. Nos asignábamos tareas interesantísimas como leer a Henry Miller o al Marqués de Sade, para luego confrontar nuestro criterio en lo sensual, lo erótico y lo sexual. Todo lo que de ello mi mente pudo digerir, lo uní al inventario que ya tenía en mi haber y dejé que el tiempo hiciera el resto. Así afirmaría años más tarde, que aparte de lo elemental, no hay en el sexo o en el amor, ni en la combinación de ambos, mejor maestro que las propias vivencias de cada uno. El deleite de los sentidos no admite teorías y sólo un paciente y mesurado uso de éstos trae consigo la experiencia que permite aprovecharlos cada vez mejor.

Hablábamos también de nuestra América Latina que hervía a borbotones por esos días. La bulla de la revolución de Cuba aún hacía eco en las mentes de muchos jóvenes que veían un estímulo en gestas como las del Che Guevara y el padre Camilo Torres. El hecho de haber muerto ambos en combate armado, los convertía en mártires y esto motivaba aún más a sus seguidores en vez de desalentarlos. Algunos de ellos optaban por unirse a grupos rebeldes armados que se organizaban en las montañas y las selvas. Recuerdo que más de una vez usamos el receptor Zenith Transoceanic de Emilio para escuchar a Fidel Castro en su arenga proselitista por la clandestina Radio Habana. Cuando veía a mi joven profesor tan emocionado con aquellos candentes mensajes de los discípulos latinos de Marx y de Lenin, me preguntaba si aquello no iba más allá de las “ideas de avanzada” con las que el decía simpatizar. En broma le preguntaba quién iría a cuidar de Glorita, su amor prohibido, si él terminaba un día yéndose a las montañas, para unirse a “la cosa,” como él llamaba a esa lucha por la ecuanimidad social que Fidel pregonaba con firmeza. En igual tono de broma, con una sonrisa generosa que le era característica, me respondía: “Lo que yo no sé es qué harías tú con dos mujeres si eso pasara. Como buen amigo estarías destinado a ocupar mi lugar si yo me fuera.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Francisco Javier Parias Lopez.
Publicado en e-Stories.org el 04.08.2014.

 
 

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