Sergio Lubel

Yael

I

En dieciséis años, era la primera vez que desobedecía a sus padres

y dejaba a su corazón tomar absoluto control sobre sus emociones.

En dieciséis años era la primera vez que sentía miedo de ser descubierta y casi no había dormido por temor a hablar en sueños…

En dieciséis años, era la primera vez que ni dormir ni arrojar la ropa interior lejos de la casa dentro de un papel de diario le importaba.

 

II

Después de la décima tentativa de leer el mismo párrafo se dio cuenta de que aquello había dado —por lejos— un giro de ciento ochenta grados en su vida.   

No recordaba bien como había empezado todo, los detalles se diluían en una marea sensual que parecía un mar agitado golpeando inclemente e incesantemente los acantilados de su memoria.

Esa mirada que le acariciaba sin necesidad de ningún contacto físico, que erizaba su piel hasta hacerla estremecerse en pleno verano, que la desnudaba suavemente y la volvía a vestir frente a todos los visitantes de la biblioteca, esa mirada que la hacía humedecerse como cuando soñaba y se despertaba sobresaltada en plena noche, rezando con todas sus fuerzas para exorcisar a ese intimo desconocido.

III

Ese día en el colegio le pareció el día más largo del mundo… Era como una obra de teatro que había representado toda su vida, pero ahora era parte del público, y aunque conocía el libreto de principio a fin, sentía que no podría volver al escenario nunca más.

Estaba agotada, mental y físicamente agotada… y feliz, feliz como no sabía que podía estarlo.

Según la monja que enseñaba catecismo, era un pecado, pero Dios era amor, y ella lo había hecho por amor y con amor… Entonces, ¿cómo podía ser pecado?

IV

A los tres meses ya no lo podía ocultar más, inclusive en las duchas trataba de esconderlo, pero la pancita empezaba ya a tomar forma, esa inconfundible y maravillosa forma.

—Leo, tenemos que hablar.

—¿Qué pasa, amor?

—Ya se nota demasiado… ¿Qué hacemos?

—¿Cómo “qué hacemos”? Amor es vida, ¿no?

—Dale, no es tiempo para retórica, tenemos que tomar una decisión.

—Bueno, nunca mató a nadie ponerse una alianza de oro.

V

La hija de Yael y Leo tiene la edad que tenía ella cuando se conocieron  y va a un colegio religioso a pedido de la mamá.

En cuanto a Leo ha adquirido un extraño hábito nocturno: sin que Yael lo sepa, le revisa la ropa sucia a la nena, por las dudas que en cualquier momento los haga abuelos...

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Sergio Lubel.
Publicado en e-Stories.org el 02.07.2015.

 
 

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