Camila Perea

...Y un día, la electricidad se fué

Los días parecían noches en los interiores de las casas. Las luces de las velas ocupaban cada rincón de la habitación: en la mesa de luz, arriba del ropero, en el piso cerca de la puerta (no vaya a ser cosa de que uno se la choque) y también en el inodoro, la bañera, las mesadas, la mesa, la cocina, arriba de la heladera y sobre las mesas ratoneras; al lado de los sillones, en alfombras y pisos de madera, estantes y alfeizares de ventanas. Las sombras se instalaron en los hogares, siendo muchas veces el simple acto de jugar con ellas el único método de entretenimiento que los niños encontraban a falta de videojuegos, computadoras, tablets, televisores y otro sin fin de aparatos electrónicos que de repente se volvieron inútiles.

Sin celulares con batería dejaron de funcionar muchos despertadores y esto trajo a su vez que otros tantos madrugadores laburantes al cabo de unos pocos meses fueran despedidos de sus empleos por llegar tarde. Algunos vivos se quedaban despiertos todas las noches y asistían al trabajo a tiempo, aunque claro, sus rendimientos durante el día no eran los mismos y terminaban siendo despedidos igualmente.

Hubieron lamentables pérdidas en hospitales y muchas otras organizaciones que quebraron: marcas de lámparas, televisores, computadoras, celulares, aires acondicionados, ventiladores, industrias enteras en las que sus dueños se vieron imposibilitados de retomar sus actividades, viéndose obligados a dedicarse a tareas como la preparación manual de sus propias harinas, leches, quesos, velas (que se hicieron muy populares), jabones, telas, papeles etc. También hubieron otros menos afortunados que otra alternativa no vieron y se dedicaron a la honrada labor de encender faroles en la ciudad o recoger lamparitas de luz tiradas en las calles por los frustrados transeúntes. En cuanto a las empresas que utilizaban energía alternativa, vieron incrementada su producción y sembraron semillas para las ideas advenideras en el mundo entero.

Las comunicaciones impersonales se perdieron. El cara a cara se levantó entre las cenizas cual fénix y las plazas, bares y calles se vieron abombados de gente que se reunía a fin de mantener contacto con sus allegados.

El humor colectivo era abrumador, se observaban diariamente cómo científicos azorados entraban en crisis al ver cómo cientos de años de avances resultaban ahora infructuosos, y también cómo varios tecnólogos y licenciados en informática que con sus carreras arruinadas, hacían charcos de lágrimas que invadían las calles de la ciudad.

Y hubo gritos de rabia y resoplidos de disgusto, insultos al cielo, caras de aburrimiento, desconcierto y exasperación. Pero aún así, muchas mentes abrieron sus puertas a nuevas ideas, nuevos sentidos y significados. Pues los libros se convirtieron nuevamente en protagonistas del entretenimiento de muchas personas que a la luz del día o de una vela se los devoraban para mantener su cabeza ocupada y así ahuyentar la necesidad de internet. Desde ahí sí era visible un atisbo, una minúscula, ínfima chispa de esperanza que subsistía en una sociedad hundida en la depresión.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Camila Perea.
Publicado en e-Stories.org el 19.02.2016.

 
 

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