Karen Abril Cáceres

Balcón de Buenos Aires

Las noches en la ciudad jamás son tranquilas. Sobre todo para una persona que está acostumbrada a la paz y soledad del campo. Los cielos abiertos y las millones de estrellas han sido reemplazadas ahora por un millón de carteles luminosos y absurdas luces artificiales. Es detestable, Marcos está en su balcón pensando cuanto odia aquel lugar. Buenos Aires es hermosa, pero nada comparado a su tranquilo Pinedo.

Pensó en Cristina, sentada sola en su pequeña cocina, quizás aún extrañándolo un poco. Ella era sin dudas la mujer más hermosa que había pisado la tierra. Era callada en algunas ocasiones, y alocada en muchas otras. A veces, cuando una mujer de cabellos dorados se atravesaba en su camino, él sentía que se reencontraba con ella. Pero era absurdo, su pueblito estaba a exactamente 985 kilómetros de distancia. Y ella estaba allí, posiblemente sola. O quizás no, quizás otro hombre ya había tomado su lugar.
Y recordó entonces la vieja vida, la dulce Cristina saltando a sus brazos en la primavera del 96. Y su primer hijo, y su sonrisa abrumadora. Todo vuelve a él, como si se tratara del primer día. Aquella tarde de 1994.

Pero Cristina no era ya la dulce niña de aquellos tiempos, Cristina era un rostro amargo y sombrío, llena de moretones, de pedidos de auxilio, de llanto, de dolor. Cristina era una imagen dañada y perturbada. Por él, nadie más que él.
Aún lo perseguía. Sus ojos estaban llenos de miedo, sus manos tapaban su rostro y pedía que se detuviera. Y dolía mucho, a ella le dolía ser dañada. A él le dolía perderla. Porque cada vez que otro hombre se acercaba no podía contenerse, ella debía recordar a quien le pertenecía.

(¡Mira lo que me haces hacerte, mira lo que provocas!)

Cristina dejo de creer en sus perdones luego de quince años de tortura.

(¡Si fueras una mujer decente!)

Cristina dejo de creer en sus palabras y promesas.

(¡Sos una basura!)

Cristina había muerto tras quince puñaladas, quizás más.

(Perdón, no lo vuelvo a hacer)
Marcos había muerto bajo las luces artificiales de Buenos Aires, en el aniversario de su muerte. No dejo testamento ni llantos.

(Te juro que voy a cambiar)

Ella descanso en paz.

(Te amo)

Él... No lo sé, pero aquí en el cielo aun no lo puede encontrar.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Karen Abril Cáceres.
Publicado en e-Stories.org el 18.01.2018.

 
 

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