Álvaro Luengo

COSAS QUE PASAN

La duda

Partiendo de la base de que planear un crimen debe resultar un asunto bastante engorroso, en el caso del viejo Antonio resultaba aún más complicado de lo normal por motivos que ya os iré desvelando, hasta el punto en el que le estaba afectando a la salud, porque se encontraba cada día más  nervioso y crispado, cada vez más fuera de sí, desde que esa negra idea comenzó a hacer presa en él.

-Está fumando mucho, señor- le advertía Tania, su fiel empleada de hogar que llevaba más de diez años trabajando en su casa con impecable currículum –Le he vaciado ya hoy tres veces el cenicero del salón, ¿por qué no sale un rato a ver a los amigos? ¿en qué está pensando, qué es lo que le pasa?

Tania era un modelo de sensatez y siempre que decía algo tenía razón. ¡Qué hubiera sido de él en sus primeros años de viudedad si no hubiera sido por ella - tosió -Aquella mierda de tabaco le iba a acabar matando y él lo sabía, pero no podía evitar seguir fumando como un poseso y le echaba la culpa a las inquietudes que le torturaban: ¿debería matar a esa mujer o no?

El aspecto ético era el que más le agobiaba, claro está, porque el viejo era “una buena persona” y nunca en su vida se había planteado emprender una empresa semejante. La idea en sí misma ya era horrible, ahí no cabía ninguna duda, y sabía que solamente un miserable como él podría tener dudas sobre cometer una maldad de ese calibre, de las que no tienen perdón de dios. ¡Él, que siempre se había guiado por el principio de tratar a los demás como le hubiera gustado que le trataran a él, que amaba a la naturaleza y que consideraba la vida como el valor más sagrado que existe! Tenía muy claro que ninguna idea, ya fuera filosófica, política, religiosa ni de cualquier índole valía lo que vale la vida de un solo ser humano y se horrorizaba viendo las noticias de las matanzas cotidianas en la televisión, ya fueran realizadas en nombre de dios, por motivos étnicos, por dinero, o por mujeres, como la que lió doña Helena de Troya. ¿Qué locura latente existe en el fondo de los seres humanos que nos puede llevar a la guerra, a reunirnos muchos miles de personas en cada bando con el objeto de aniquilar y destruir al contrario, compuesto por seres humanos igual que tú, y a los que ni siquiera conoces, ni sabes nada sobre ellos? Pero eso daba igual porque el caso es matarlos y acabar con ellos antes de que ellos lo hicieran contigo...

La historia de la humanidad estaba repleta de episodios de destrucción y asesinatos en masa planificados, es decir, de guerras. No podía entender cómo había personas capaces de lanzar misiles –lanzas en otros tiempos- sobre poblaciones de civiles en el nombre de la libertad o la democracia, o de la revolución del pueblo, o de la superioridad de los tutsis. Y lo peor de todo es que esa historia se da o se ha dado en todos los países, pueblos y sitios del mundo, ninguno se libra, movidos por su ambición y ansia de aumentar su poderío, porque el crimen y la destrucción masiva –las guerras- resultan inherentes a la condición humana, y forman parte primordial de su historia. Y lo peor es que todos, incluido usted y yo, somos capaces de hacerlo. Y él tenía muy claro que no lucharía por ninguna causa que le pidiera hacer cosas así.

La humanidad en su conjunto- le oí decir una vez -le parecía espantosa, aunque reconocía que cogiéndolos a poquitos se podía llegar a coger cariño a unos cuantos, o incluso amarlos, como cuando te enamoras o quieres a tus mejores amigos. Y seguidamente afirmaba que los humanos, que nos creíamos ya tan cerca de dios, éramos los descendientes de la estirpe de los monos carniceros más crueles que hubiera existido nunca. Y que la crueldad es el pecado original con el que todos nacemos y no nos podemos librar, porque todos nos tenemos que aguantar la risa, cuando un señor gordo resbala y se cae de culo por la calle delante de nosotros, ¿qué ser humano no tiene maldad?, y ese pecado, junto al de la inteligencia, que normalmente es buena pero hay veces que se porta muy mal, son los que nos han llevado a triunfar sobre todas las demás especies.

Eso podría dar lugar a un debate interesante, pero volviendo al tema inicial, al del asesinato: aquello rompía con sus principios más básicos, al fin y al cabo, ¿quién era él para decidir sobre la vida o la muerte de nadie? ¿Existía alguna causa capaz de justificar un crimen?... Bueno, puestos a imaginar, si uno se encontrara en un parque de atracciones norteamericano, repleto de niños, y un niñato loco delante de mí se pusiera a apuntarlos con un Ak-47, y yo tuviera una pistola en mi mano, creo que le pegaría un tiro antes de que disparara él… No sé, la decisión tiene que ser en décimas de segundo, pero pensándolo sí que lo haría, sí. Mato a un culpable pero salvo a inocentes, eso podría ser, no sé. Quizás fuera su cumpleaños y era un fusil de juguete, ¡qué cagada entonces! Si tuvieras la ocasión de matar por la espalda a un dictador capaz de hacer atrocidades reconocidas mundialmente, ¿te sentirías un héroe después de hacerlo?

Por otro lado, ¿no podría ser que se hubiera vuelto loco y aquella idea que revoloteaba en su interior buscando asiento no fuera más que un delirio paranoico?... Los locos no se daban cuenta de cuando se volvían locos, ¿no era así? ¿O sí que notaban algo? ¿Podría haberse vuelto loco sin darse cuenta? ¿Cómo saberlo, en quien confiar?, ¿en algún amigo, en algún médico?... ¡No!... No… Pensó con astucia que no debería hacerlo, porque en el remoto caso de que algún día llevara cabo sus planes, que eso no sería nunca, le podrían delatar. No debía confiar en nadie, absolutamente en nadie, porque al final todos acaban cantando, como en las películas- se decía.

–¡Pero no seas gilipollas, tío, que eso no se puede hacer!- el viejo dialogaba consigo mismo presa de creciente agitación -¿Cómo se te ocurre pensar una cosa así, has perdido la chaveta, o qué?... ¡No se puede matar a nadie porque eso no está bien y ya está!... Esa no es forma de comportarse, muchacho, eso no son modales. Así que quítate esa absurda idea de la cabeza ahora mismo. ¡Eso es!

Y poniéndose duro conseguía que la Idea se alejara a regañadientes durante un rato, pero siempre volvía cual buitre que estrecha sus círculos sabiendo que su ración de carroña ya está al llegar, retornando en los momentos más inoportunos. Y vuelta a empezar.

Y la cosa no acababa ahí, en la difícil decisión de cometer o no el crimen, sino que había que pensar en cómo hacerlo sin que te pillen, que esa es otra. Él  ya tenía sesenta y seis años, y no le gustaría pasarse el resto de su vida pudriéndose en una cárcel, eso había que evitarlo a toda costa porque aún le quedaban algunas cosas que hacer en el mundo, según me dijo.

Llegado el momento habría que apagar el móvil, desplazarse sigilosamente sin que nadie te viera hasta el lugar elegido para cometer la horrible acción, y por cierto, qué arma utilizar: ¿venenos y tóxicos, armas blancas o de fuego?, borrar todas las huellas, cuidar todos los detalles… ¡Como te cojan es un marrón!... ¡Dios mío, que agitación, a mí me va a dar algo!

-Señor, ¿le pasa algo, se encuentra mal?- insistió Tania -Lleva usted más de una hora ahí sentado haciendo gestos crispados ante la televisión…

-¿Y qué tiene eso de raro? ¿Tú no te sientas nunca a ver la tele cuando estás en tu casa?

-Sí, pero es que su televisor está apagado, señor.

 

La presunta víctima

Débora, la presunta víctima, tenía cuarenta años muy bien llevados, hasta el punto que se decía que tenía un pacto con el diablo y que él le habría dado belleza, ingenio y seducción a cambio de su alma, con sus sentimientos y su capacidad para discernir entre el bien y el mal, por lo que nunca sentiría remordimientos por ningún acto que cometiera. Y dicen que aquello le atrajo y pactó.

Fuera verdad o no aquello, lo cierto es que el carácter indómito de Débora había dado lugar a unas cuantas páginas de sucesos y había tenido ocasión de visitar algunas cárceles españolas y francesas por causas diversas.

Se suponía que era una mujer guapa y con experiencia, pero no sabíamos más, así que solicité una entrevista para saber más de ella antes de continuar la historia.  

-Yo, ¿sabe usted?, soy trabajadora del sexo desde los dieciséis años- me soltó para empezar -Y lo soy por vocación, que nunca lo fui por necesidad. Y lo hago porque quiero, porque me gusta más mi trabajo, sin jefes ni horarios rígidos a pasarme ocho horas diarias metida en una oficina por mil euros de mierda al mes, ¿qué pasa?- terminó en tono desafiante.

-Bueno, está usted en su derecho, y si así lo ha elegido no hay nada que objetar por mi parte. ¿Podría contarme algo sobre su vida? Tengo que contar una historia en la que sale usted y no sé cómo hacer su retrato. Le pagaré bien por su tiempo siempre que me hable sobre usted y que no haga preguntas indiscretas, ¿estamos de acuerdo?

Débora me miró con extrañeza pensando que sería otro chalado más de los que pagan por hacer cosas raras, como aquel cliente que le pagaba fortunas por dejarle que le lamiera los pies… ¡Cosas más raras se han visto! Pero a doscientos euros la hora no era cuestión de dejar pasar la oportunidad. Y además tenía que comprar una nevera. Así que aceptó.

-¿Mi vida? ¿Que cómo es mi vida? Muy complicada, muy larga de contar… El resumen de mi vida es que volé muy alto y caí hasta el infierno, donde copulé con Satanás para salir viva de allí…

Y se vanagloriaba de ello… ¿Sería verdad lo del pacto? Entraba pisando fuerte.

Según me dijo vivía con sus tres hijos okupando un piso en la zona sur de Madrid, sin que ninguno de los tres padres pasara habitualmente por allí, y se ganaba la vida ejerciendo en un polígono cercano. El caso es que ella siempre se las había arreglado para vivir razonablemente bien, aunque de un tiempo a esta parte cada vez con menos lujos, pero ahora sí que estaba pasando por una situación apretada.

Ella siempre había podido con todo, hasta extremos sobrehumanos, y no se había echado atrás ante nada, porque le habían sobrado las fuerzas, pero reconocía que últimamente se sentía cansada, cada vez más cansada en su día a día. Era como si la calle por la que andaba se le fuera haciendo cada vez más cuesta arriba y se veía obligada a tirar de su orgullo para seguir adelante. 

-Lujos, dijo antes, ¿no? ¿A qué tipo de lujos se refería?

-Pues ante todo es el pan, ¡que no les falte el pan a mis hijos!- se exaltó sorprendentemente -¡Antes me lo quito yo de la boca para que no les falte a ellos! ¡A mis hijos no les falta de nada, que lo juro yo por mis muertos! ¡Que me muera aquí ahora mismo!

Extendió los brazos súbitamente y le mostró el dorso de sus manos con los dedos extendidos haciendo ver que temblaban.

-Mira cómo me has puesto, ¿lo ves? Temblando me has dejado con lo que has dicho.

-Vale, vale, cálmate, nadie te va a hacer nada. No sé qué es lo que te he dicho para que te pongas así, pero vale, que no os falte nunca el pan, de acuerdo. ¿Pero y de lo demás? ¿Qué otros lujos tenéis además del pan? ¿Tenéis nevera?

-¿Tú eres brujo?- le preguntó con los ojos muy abiertos -¿Cómo sabes que necesito una nevera?... Tú me estás tomando el pelo y te quieres reír de mí y además vendes neveras, ¿verdad?

-Que no, que no- negué yo –Lo de la nevera lo dije a boleo, como ejemplo de una cosa normal que siempre hay en las casas normales, como podía haber dicho televisión.

Silencio y expresión de desilusión por su parte.

-¿De verdad no vendes neveras?

Y me contó que habían tenido nevera pero les cortaron la luz por falta de pago, y en la casa a la que habían ido de okupas sí que había luz, pero no nevera y tenía que conseguir alguna urgentemente. No tenía coche ni carnet de conducir y los traslados eran complicados, teniendo que coger ahora el tren para poder ir al colegio.

-Tengo sueño, mamá, no quiero ir al cole.

-Pues tienes que ir- bostezando -Sarai, así que te aguantas y ya está.

-Pues a mí me gustan las matemáticas. ¡Me han puesto otro diez!

-Tú es que eres tonto, Iván. Ya te he dicho mil veces que en el colegio no enseñan más que tonterías, pero que tenéis que ir para que no se os lleven las asistentes sociales. ¿Para qué te sirve saber matemáticas? ¿Es que vas a lanzar un cohete a la luna o qué?

Eran muchos, demasiados problemas y complicaciones en los que estaba metida, y por primera vez en su vida sentía miedo ante sus circunstancias. Si hubiera estado ella sola aún se hubiera atrevido con todo otra vez, y conseguiría salir adelante y rehacer su vida, ¿por qué no? Pero tres hijos suponen mucho lastre para una sola persona a la hora de remontar partiendo de cero.

De acuerdo con la versión de Débora, la hija mayor, Yaiza, que pronto cumpliría los dieciséis, tenía muy buen carácter pero era una zángana a la que había que estar espoleando todo el día para que hiciera algo que no fuera mirar el puto móvil, que la tenía embobada. La niña solamente servía para ayudar en casa, porque lo suspendía todo en el instituto y no servía para estudiar. Pues al menos que ayudara en casa, ¿no?, que también tendría que pensar en traer algo de dinero, que ella a su edad ya era la niña bonita del Parque de las Tres Gracias.

Oyéndola hablar daba la impresión de que se había metido en una ratonera y se había hecho consciente de ello, pero mantenía sus aires de gran duquesa aparentando que todo aquello no eran más que minucias que no le afectaban en absoluto. Su inmenso orgullo la impedía reconocer alguno de los muchos errores que había cometido en su vida y que le habían llevado hasta allí. Se encontraba muy sola y daría cualquier cosa por tener un hombro fiable sobre el que llorar. Aquella mujer no vivía el día a día, sino el minuto a minuto y me quedo corto.

Mi curiosidad me llevó a indagar sobre las afirmaciones que hacía sobre su hija, y pude averiguar que la niña había pasado los últimos seis meses en casa de su abuela, una casa normal con un ambiente normal en la zona norte de Madrid, durante los cuales la niña aprobó todas las asignaturas de su curso y aún recuperó medio que llevaba pendiente. Y proclamaba a los cuatro vientos que quería seguir estudiando y hacer dos FPs a las que había echado el ojo. Decía que quería mucho a su madre y siempre la querría, pero quería vivir de otra manera diferente a como lo hacía ella, y lo tenía muy claro.

Aquello no concordaba muy bien con lo anterior, así que quise saber la opinión o impresión que tuvieran de aquella mujer las personas de su entorno extra laboral habitual, las personas de su día a día. Puse un anuncio y enseguida se presentaron a informarme veinticinco jóvenes que decían conocerla y hablé individualmente con todos ellos. Todos se mostraban de acuerdo en que Débora era una mujer de las que dejan huella, de las de rompe y rasga, como se decía antes, fuerte como un roble y valiente como una mangosta. Pero ese carácter extremadamente volátil que exhibía hacía muy difícil mantener cualquier relación con ella e imposible hacer cualquier plan sin acabar siendo cornudo y apaleado.

-¿Cornudo y apaleado? ¿A qué os referís con eso?- quise saber.

Y cada uno contaba su caso, que eran distintos, claro está, pero llamaba la atención que todas las declaraciones tenían un fondo común, que venía a ser este:

-Yo había quedado con ella en la puerta de su casa para ayudarla a hacer una mudanza, que se cambiaba de casa con sus hijos, y me ofrecí con mi furgoneta. Y solo le pedí que fuera puntual, le dije que no le cobraba, pero que habíamos quedado un viernes a las cuatro de la tarde y yo no quería perderme mi noche de fiesta. Y el caso es que yo me quedo sin siesta y soy  puntual. Y tuve la suerte de poder aparcar en la mismita puerta de su casa. Y llamo. Y llamo y llamo al portero automático y ahí no hay nadie, y la llamo al móvil y me dice que está desconectado o fuera de cobertura… ¿Te imaginas la cara de gilipollas que se le queda a uno?... Y te fumas medio paquete de tabaco insistiendo con los timbres, sudando bajo un solazo de julio, cuando yo venía duchadito de mi casa… Hasta que pasado un buen rato la veo acercarse sonriente calle abajo con sus tres hijos, todos vestidos de piscina y dándose patadas unos a otros, saludando con la mano y gritando:

-¡Hola, Satur, ¿has comido? Voy a hacer macarrones!

-¡Joder, Débora, que te pedí que fueras puntual, hostias!- dando golpecitos con el índice en el reloj, así como mosqueado.

-¿Puntuaaal? ¡Y que quieres que yo le haga, so imbécil, si se me ha puesto mala la Sarai!- desató la tormenta señalando a la pequeña -¿Se puede saber qué es lo que tienes que hacer tú hoy, eh? Dijiste que podías venir, ¿no?...  ¿Es que no sabes que la niña nació con una hernia en la espalda- se inventó -y que cuando anda deprisa le duele?

Y volviéndose hacia la niña, una preciosa gitanita de cuatro años, la cogía en brazos y decía:

-Ven con mamá, pequeña, no llores tú- la niña la miraba sorprendida y sonriente sin mostrar signo alguno de inquietud, ni mucho menos de llorar –Tú no le hagas caso a este señor tan tonto y malo que quiere que vengas corriendo de la piscina para que te duela la espalda.

-¿Pero qué le dices a la niña? ¡Hay que joderse! Encima de que te hago el favor de venir…

-¿Favooor? ¿Pero cuál es el favor que me haces, si puede saberse? ¡Si tu mujer te ha echado de casa, que no tienes a dónde ir! ¡Pringao, que eres un pringao! Como si no supiera yo lo que quieres tú, zángano.

-¿Pero qué dices? ¡Esto es el colmo!

Ella le miraba de hito en hito y continuaba:

-Te decía si quieres comer, porque esta tarde no va a poder ser la mudanza, que he quedado con Rodrigo.

-¿Rodrigo? ¿Y quién es ese Rodrigo?

-Pues Rodrigo, ¿quién va a ser? ¿Tú eres tonto o qué? El cliente del que te he hablado, el que tiene mucho dinero y se quiere casar conmigo. Se me ha quedado el móvil sin saldo de tanto largar con él y no he podido llamarte para decírtelo. Viene esta tarde de Burgos y tenía que ser hoy, así que… ¡Niños, dejaros de dar patadas que me vais a hacer daño!- exclamó soltando dos precisos pescozones.

-Y es en ese tipo de detalles donde se le veía aflorar un punto de maldad, ¿no es así? Se le veía el plumero- continuaba Saturnino –Yo estaba dispuesto a quedarme sin siesta y hacer la mudanza de buen rollo y gratis, por amistad, ¿pero encima quedar de malo ante la niña y que parezca que es ella la que me está haciendo un favor a mí, y que me deje plantado así, sin avisarme? Eso es humillar al que te ayuda, y ahí ya me toca el orgullo. Y además utiliza a la niña de escudo para que no le puedas mandar a la mierda, porque que no te vas a poner a explicarle a la pequeña que a su mamá le falta un tornillo y por eso dice bobadas de vez en cuando, ¿no? Pues te callas y ya está. Es a este tipo de situaciones en las que ella te mete con frecuencia a las que me refiero cuando digo lo de cornudo y apaleado. ¡Imposible trazar un plan con ella! Nunca saldrá según lo acordado, porque cambia de idea según sopla el viento...

-¿Volabas muy alto cuando empezaste a caer?

Su gesto se relajó y llegó a esbozar una sonrisa.

-Bastante, bastante. Al principio manejaba mucho dinero y podía vivir como me diera la gana y permitirme casi cualquier capricho que quisiera. Mi entrada en el mundo de la noche fue bastante sonada y me caían ofertas por todos lados, estuve con gente muy rica en sitios de lujo. Pero las drogas me hicieron querer cada vez más y más, y me llevaron con ellas hasta el infierno, la vieja historia tantas veces contada. ¡Cualquier cosa por un pico, qué locura! Pero salí viva de allí. Y limpia, que no me pongo de nada y lo puedo demostrar. ¡Hazme un análisis ahora mismo!

-No, Débora, gracias pero no. No tengo la intención de hacerte ningún análisis- aclaré ante su insistencia -¿Por qué estás sola? Sola con tus hijos, quiero decir. ¿Sus padres?

-¿Sus padres? ¿Para qué los quiero? ¿Más bocas que alimentar? ¡No quiero más haraganes ni chulos en mi casa!

Son cosas que pasan, opinaba ella, y donde comen tres, comen cuatro, repetía alegremente. Pero no era así. Sus tiempos estelares hacía tiempo que terminaron y donde malamente habían comido tres, ahora pasaban hambre los cuatro.

 

Algo más sobre Antonio

Antonio vivía solo desde que Teresa, su mujer, amiga y compañera, falleció una noche, ya hacía tres años, de un infarto de miocardio mientras dormían. La pobre se quedó allí como un pajarito sin decir ni pío, lo cual le proporcionó algo de consuelo, porque al menos ella no había sufrido y su carita expresaba placidez sobre su almohada, pero él la seguía echando mucho de menos, y ahora que estaba más tiempo en casa porque llevaba ya un año jubilado, hablaba a menudo con las escasas fotografías que tenía de ella por la casa.

-¿Lo ves, jodía?- le decía a una en la que salía en una tumbona VIP de una espléndida piscina de Marbella –Nunca querías que te hiciera fotos, ¿y ahora qué pasa? Pues que solo tengo cuatro tuyas, eso es lo que pasa: la de la playa, la que estás con los compañeros de trabajo, la del juzgado al casarnos y esta otra de la piscina…

-Y no se olvide usted- Tania acudió puntualmente en su ayuda –de la que se hicieron en el Cadillac descapotable rojo y blanco en Cuba, que salen muy bien los dos, ¡que cielo tan azul!

-Eso, y la del Cadillac de Cuba, como dice Tania, ya la has oído, pero no son suficientes, que yo necesito ver todos los días tu carita guapa y saber tu opinión sobre cosas que me preocupan y quiero consultarte…

-Perdone, señor, pero ya son las seis y usted tiene que ir al médico para que le den los resultados de sus pruebas, y a mí ya me ha timbrado Serguei desde abajo, que me está esperando- la rusa siempre en tono correcto y amable -¿No sería mejor que saliera conmigo, no se vaya a olvidar del médico?

El viejo la miró y asintió, tiró un beso a la foto y se dispuso a bajar a la calle con ella. Además, qué caramba, tampoco había tantas chicas guapas de treinta y cinco años que le pidieran que saliera con ellas… Je, je, je… Saludó Serguei al salir y le pidió a Tania que mantuviera los ojos y los oídos bien abiertos, ya veremos porqué. Aunque el hospital no quedaba lejos cogió un taxi para llegar con tiempo.

El doctor Antojos le explicó en su jerga médica y con voz grave que su cáncer era uno de esos de los de aquí te espero, y que le haría papilla en menos de seis meses a pesar de todas las perrerías médicas que les diera tiempo a hacerle, empezando por operarle el jueves siguiente para darle quimioterapia en cuanto se despertara…

Se inscribió en un Registro de Pacientes Urgentes que había en la planta de Oncología y volvió andando a su casa, acalorado y chocado.

-¡Y una mierda!- pensaba –Ahora mismo no me duele nada, y no me voy a operar de nada ni me voy a dar quimioterapias ni hostias. Viviré lo que tenga que vivir y en cuanto me empiece a doler algo me voy con el coche al garaje, la manguera desde el escape hasta la ventanilla, tres o cuatro Orfidales, y au revoire dijo Voltaire tirando su sombrero al aire… ¡Monóxido de carbono, la muerte dulce!

Él no quería nada de tubos, ni respiradores, ni habitaciones de hospital. Pero a medida en que iba asimilando la idea mientras caminaba, no pudo evitar que su demonio se le apareciera con expresión triunfante.

-El castigo ya lo tienes –le dijo en tono burlón- así que ahora ya puedes cometer el crimen y no pasa nada.

Aquello era verdad. Ahora sí que podía cometer el crimen y le daría igual el castigo que le impusieran, porque moriría pronto en cualquier caso.

Pero la cuestión de fondo seguía siendo la misma: ¿resultaba lícito desde el punto de vista moral llevar a cabo un acto así? La vida de tres menores estaba en juego y a él le preocupaba especialmente la de la mayor, Yaiza.

La suerte quiso que el piso en el que vivían alquilados Tania y Serguei quedaba casi enfrente del que habían okupado Débora y sus hijos, de manera que se conocían de vista, y Tania solía coincidir con ellos en el tren de las ocho de la mañana, la una rumbo al colegio con sus niños dando patadas a cuestas y la otra a sus quehaceres.

Una mañana, recordando las instrucciones de Antonio, Tania se situó en el tren junto a ellos dispuesta a cotillear la conversación.

-Ya eres mayor, Yaiza- decía Débora -que la semana que viene cumples los dieciséis, y me vas a tener que empezar a ayudar en casa, que yo sola no puedo con todo, mi amor.

-Pero mamá, pero si ya te ayudo todos los días y me ocupo de los hermanos, ¿qué más quieres que haga?

-Me refiero al dinero, Yaiza, al dinerito. Que con la mudanza se nos han juntado muchas cosas que pagar este mes, y aún me queda lo del colegio, y te digo que yo sola no puedo con todo y que te toca ayudar. No querrás que tus hermanos se queden sin comer, ¿verdad? Pues te toca arrimar el hombro a ti, que eres la mayor. Así que te vas a empezar a venir conmigo de vez en cuando a la gasolinera que está al sur del polígono, y que es una zona más tranquila, para que vayas viendo cómo funcionan las cosas y para que los clientes te vayan viendo a ti.

¡Vaya!- pensó la niña -Su madre era muy libre de hacer con su vida lo que le diera la gana, pero obligarle a ella a eso un abuso.

Pero sabía que si no hacía lo que ella decía era capaz de despellejarla viva, así que se limitó a mirarla con rabia y rencor.

-¿Estás segura de que oíste eso, Tania? ¿Esas fueron las palabras que dijo?- preguntó Antonio al recibir el parte de su asistenta.

-Me temo que sí, señor- la chica asintió gravemente –Esas fueron las palabras exactas.

-¡No podemos consentirlo, Tania, me hierve la sangre!- exclamó el viejo -¡Yo no soy capaz de quedarme cruzado de brazos ante algo así! ¡Hay que  impedirlo!

-Estoy de acuerdo, señor, esto es indignante, pero no vaya a hacer locuras, ¿eh?, que lo veo en sus ojos. ¿Por qué no llama a la  policía? Está prohibido hacer eso con una niña.

-¿Y qué? ¿Voy a denunciar un hecho que aún no se ha producido? ¿Crees que me harán mucho caso?

-¿Y a los servicios sociales?

-Esos son aún peor, déjate. Son inoperantes y lentísimos, y nunca ven indicios de riesgo en nada hasta que no hayan apuñalado al menos a tres. Ya he tratado con ellos otras veces y no sirven para nada.

El portero automático sonó tres veces.

-Anda, márchate ya, que ya tienes ahí al bueno de Serguei esperándote, y no te preocupes de nada que yo estoy bien.

-¿Me promete que no hará nada sin contármelo antes?

-Te lo prometo, te lo prometo, niña, de verdad. Anda, márchate ya y no seas pesada.

La joven se despidió de él dándole dos besos y con una mirada de preocupación.

 

El plan

Antonio encendió un cigarro y se abalanzó sobre el google maps en cuanto se quedó solo para ver dónde se encontraba la gasolinera en cuestión. Allí estaba, al sur del polígono, tal como Débora dijo en el tren, esa tenía que ser. Y vio que en los alrededores, a unos trescientos metros de distancia, había un hostal dotado de un extenso parking donde podría dejar aparcado su coche sin llamar la atención, ¿quién se iba a fijar en un vulgar Seat Córdoba?, bajar andando en diez minutos hasta allí en la oscuridad de la noche, cometer el acto y volver a su casa, que con un poco de suerte y siendo un día laborable no le vería nadie. Y si le veían, pues mala suerte, porque no le quedaba otra. ¡Alea jacta est!

Él tenía guardada desde hacía mil años una escopeta de caza, la típica escopeta de dos cañones, en un armario, pues le gustaban las armas aunque nunca había sido cazador. La sacó y se la quedó mirando pensativamente.

-¡Demasiado ruidosa!- pensó –Tendré a la policía encima antes de que pueda llegar al coche y me detendrán.

Así que optó por un buen cuchillo de cocina de unos quince centímetros de hoja, el que utilizaba para cortar los tomates de la ensalada, que siempre estaba muy bien afilado, pues no había cosa que le molestara más que se le rompieran los tomates sin llegar a cortarlos.

Tendría que ser una puñalada certera, directa al corazón, pues le asqueaba hacer aquello y aunque aquello sonara hipócrita e incongruente quería hacerle el menor daño posible, nada de sadismos. Abrió en el ordenador una imagen de un tórax humano en la que se veían el corazón, los pulmones, las costillas y el esternón, y la memorizó mientras practicaba con el cuchillo el giro de muñeca que tendría que hacer para que la hoja pasara limpiamente entre las costillas y alcanzara su objetivo a la primera, pues si fallaba los gritos de la mujer atraerían a los dependientes de la gasolinera y lo echaría todo a perder.

Su mente giraba como un molinillo de feria y le temblaban las manos, por lo que estuvo tentado de tomarse un sedante, quizás medio de esos Orfidales que utilizaba para dormir, pero rechazó la idea ante la necesidad de mantenerse bien despierto aquella noche. En su extravío sus ojos se encontraron con los de su mujer, que le miraba sonriente sentada en el Cadillac descapotable rojo y blanco de Cuba. Se acercó para verla mejor y pudo apreciar que su sonrisa era la suya, una sonrisa amplia y sincera que siempre infundía ánimos, pero su mirada denotaba una profunda, profundísima, tristeza, ¿qué le pasaba?

-Tú me entiendes, ¿verdad? Sabes que tengo que hacerlo, aunque al matarle a ella también me mate a mí. Si no lo hiciera dejaría de ser yo. Ya estaría muerto.

Los ojos de ella se humedecieron y juntó los labios tirándole un beso.

-¡Gracias, carita guapa!- él se sorbió los mocos -¿Ves cómo aún te necesito un montón? ¡Debiste dejarme hacerte más fotos!

Y puesto ya en ello, dudas atrás, decidió ir a inspeccionar la zona aprovechando las últimas luces del día, para no encontrarse con obras ni sorpresitas de última hora… Perfecto. Tal como lo había imaginado tras consultar el google… ¿Y bueno, qué cenaría? La verdad es que no tenía hambre y sentía como si tuviera un armadillo en el estómago, qué raro, será el cáncer, se dijo. Pues aunque sea me tomo unos gazpachitos, que no debe de ser nada bueno salir de noche a cometer crímenes con el estómago vacío, no me dé una hipoglucemia y me vaya a marear. Y que no esté caducado, no me vaya a dar diarrea, ¡qué vergüenza, si me cago ante la policía!

-Ti ti ri ti, ti ti ri- el móvil. Es Serguei. ¿Serguei?

-Perdone, Antonio, yo Serguei. Tania preocupada por ti y pedirme llame para saber estás bien. ¿Tú estar bien?

-¿Yooo?... Sí, Serguei, claro que estoy bien- a ver si Tania, con su mejor intención, va a estropear el plan en el último momento -Muchas gracias por llamar, sois muy atentos, y cuida mucho a tu mujer, que es un tesoro.

-Oh, sí, ella muy buena, yo gran suerte. Querer mucho y respetarte a usted. Para ella usted siempre usted, nunca tú.

-¡Ja, ja! Es cierto. Yo he insistido en que me llame de tú, pero ella no quiere, dice que usted es relación de trabajo y tú es más que eso. Y que ella prefiere llamarme de usted.

-Sí, eso decir ella y siempre muy bien y tú buen jefe. Todo muy bien entre vosotros ustedes. Pero al hablar yo llamarte tú muchas veces, pocas usted y espero tú no ofender, ¿no? Yo respetar mucho mis padres y llamarles tú, ¿cuál es la falta de respeto? Yo no querer ofender tú. Yo estar aprendiendo español. Tania decir eso ser ofensa para usted.

-¿Ofeeensa?... Para nada, Serguei, para nada, dile que es tonta. Tú llámame como a tus padres, que eso siempre está muy bien, y si Tania quiere también, que me llame como a ellos.

-¡Oooh! Pero ella llamar a mis padres usted, como a tú.

-Da igual, Serguei, da igual. De verdad que da igual. Que Tania me llame como quiera, que yo sé que lo hará con educación y respeto. Nuestra relación ha sido siempre muy buena, y estoy encantado de que ella, a la que sabes que tengo mucho cariño y respeto, se haya encontrado con una persona tan buena como tú.

¿Sería posible? El bueno de Serguei dando la vara con esas milongas cuando él tiene que salir a cometer un crimen… ¿Cómo le corto?

-Sí, sí, pero yo apreciar mucho usted y no querer ofenderte- insistía el ruso.

-Para nada, Serguei, que no me ofendes para nada, todo lo contrario. Te agradezco mucho tu llamada, pero ahora tengo que dejarte, ¿sabes?, porque tengo un apretón… Apretón es diarrea, Serguei, caca que sale deprisa.  Tengo que ir corriendo al váter. Cagueta, eso es. Besos para los dos,  portaros bien y no deis que hablar.

¡Uuuf!... Por fin… ¡Qué situación tan incómoda! ¿Qué le quedaba por decidir?... Ah, sí, la ropa es importante. Oscura y normal, eso es. Cuanto más normal mejor. Vaqueros y camisa azul marino, manga larga, deportivas oscuras de poca huella, móvil apagado y cargando desde ya, ¿qué más queda? Los detalles son importantes, a muchos les pillan por descuidarlos.

Le costó dios y ayuda, y litro y medio de tila, aguantar en casa repasando una y otra vez el mapa de google hasta que le dieron las tres de la mañana, hora que se había marcado para salir.

Ya está todo decidido, no hay lugar para las dudas- se repetía a sí mismo.

 

La ejecución

Encontró sitio de milagro en el parking del hostal, ¡quién iba a pensar que hubiera tanta gente a esas horas! ¿Qué pifostio habrá aquí dentro? Y tiró andando calle abajo, hacia la gasolinera, por el lado más sombrío, hasta llegar a su esquina. Se agachó y se asomó con cuidado, no le fueran a ver.

A treinta metros y de espaldas a él estaba Débora, con falda corta y chaquetilla, pero lo malo es que no estaba sola, estaba con otra chica que… ¡demonios, era Yaiza! Cómo había cambiado en esos años, ya era una mujercita!... ¡Pues a tomar por culo el plan!... No puedo apuñalar a Débora delante de su hija, eso sí que no, ¿y ahora qué hago?

Omar, el único trabajador que había operativo a esa hora, era un tipo rechoncho y de andares bamboleantes que se acercó hasta ellas con la aparente intención de entablar conversación un rato, pero al llegar a su altura le dijo algo al oído a Yaiza, la quiso besar el cuello y puso las manos sobre su pecho, ante lo que la niña dio un respingo y le sentó de culo en el suelo de un empujón. Y todo en un santiamén. La chica tenía carácter, eso estaba bien.

-Vaya con tu niña, ¿eh, Débora? Deberías enseñarla a que fuera más cariñosa con los clientes, que ya vendrán los meses fríos y querrá pasar a la tienda para calentarse. Por cierto, ¿seguro que tiene la edad? Parece muy jovencita.

-Anda y te den por culo, Omar, y no te vuelvas a acercar a mi hija, que ese tesoro no es para ti.

Pero en cuanto el gasolinero renqueante se cobijó en su tienda le cayó un buen chorreo a Yaiza.

-No puedes ser así con los clientes, ¿es que estás tonta o qué? ¿Cómo se te ocurre tirarle al suelo? Tienes que ser más tolerante y entender que lo que te hacía era solo una broma, si no lo tenemos claro.

-¡Te digo que no quiero hacerlo, mamá, no quiero hacerlo! Me dan mucho asco los babosos como este y yo no quiero ser así- contestó ella, muy alterada.

-¿Así, cómo? ¿Qué quieres decir? ¿Qué es lo que no quieres ser?

-Tú pudiste elegir y elegiste ser puta, según me has contado. Pero a mí me estás obligando y no quiero… ¡Yo no quiero ser así!

-¿Cómo que no quieres ser así? ¿Vamos a dejar que tus hermanos pasen hambre porque tú no quieres ser así? Eso no puede ser, Yaiza, entiéndelo. Mira, el próximo coche que se acerque lo paramos, te subes en él, le haces lo que yo te he enseñado y no te va a durar ni cinco minutos. El hombre no tiene ni que tocarte, ¿vale? Y te vuelves con tus 30 euros para acá, que te deje donde te cogió, ¿eh? Y nada de chácharas.

-No quiero, mamá, por favor no me obligues, te digo que no puedo hacerlo.

-Mira, por ahí viene uno- indicó unas luces en la lejanía y levantó el brazo para hacerle señas, pero la niña le agarró por la muñeca y le bajó la mano bruscamente, tras lo que la madre le lanzó un bofetón que ella esquivó.

-¡Baja el brazo ahora mismo, mamá, baja el brazo te digo! ¡No voy a subir a ese coche!

Débora hizo caso omiso de la advertencia y Antonio ya se veía empujado a intervenir de alguna manera cuando, con un movimiento inesperado, Yaiza, presa de un ataque de nervios, sacó una navaja del bolsillo trasero de su pantalón y se la clavó por dos veces a su madre en el vientre, abrazándose después a ella y sujetándola para que no cayera al suelo.

Antonio salió corriendo de su escondite y llegó hasta ellas a tiempo para evitar su caída, y por suerte el coche pasó de largo sin advertir nada extraño. La mujer se le quedó mirando con expresión de sorpresa y quiso decir algo, pero un borbotón de sangre ahogó sus palabras. La hemorragia interna era masiva.

-¡Abuelo, ¿qué haces aquí?!- exclamó Yaiza sollozando muy agitada –Ac… acabo de apuñalar a mamá y se está muriendo.

-Tú no has hecho nada, mi niña. He sido yo quien la ha matado- le mostró el mango del cuchillo que llevaba en el pantalón, acarició su mejilla con su mano y se quedó buscando en sus ojos alguna señal de su vieja complicidad –Yo venía a hacerlo y fui el que lo hizo, no lo olvides nunca- hizo una mueca que quería ser una sonrisa..

Entre los dos la reclinaron suavemente en el suelo, sin poder evitar que cayera en parte sobre el gran charco de sangre que se iba formando. La mujer respiraba con creciente dificultad mirando con ojos extraviados a su hija y a su padre, ahogando palabras en bocanadas de sangre sin conseguir hacerse entender. De repente se puso muy pálida, se le volvieron los ojos hacia atrás, le entró un temblor generalizado y expiró tras soltar dos estertores convulsos. La escena no llegó a dos minutos. Antonio cerró sus párpados con delicadeza y la besó sentidamente en la frente.

-Ahora rápido, tenemos que irnos- le dijo a la niña -Dame tu navaja, que me la llevo yo, y dale un beso a mamá sin mancharte más de sangre, que no podemos llamar la atención. Rápido, que no nos vea el gasolinero. Te llevaré a casa y hablamos por el camino.

Yaiza lloraba por el camino y Antonio tuvo que parar para hacerla desistir de su empeño en tirarse del coche en marcha.

-De verdad que no quise hacerlo, abuelo, de verdad que no. ¡Qué si pudiera me moría yo ahora mismo para que ella volviera a vivir!

-Lo sé, mi niña, lo sé. Lo sé porque conozco tu corazón. Pero si te hubieras subido al coche, tu vida iba a ser esa de ahí en adelante, día tras día, porque no habría escapatoria. Lo que ha pasado es terrible, pero ella no era la dueña de tu vida y no tenía derecho a pedirte ni mucho menos a exigirte, que lo hicieras. Esa no es forma de querer.

-Ella decía que sí.

-Ya me lo supongo. Ella decía lo que le daba la gana y su palabra era la ley, ya me lo sé. Bueno, el caso es que ha pasado lo que ha pasado. Tú querías evitarlo, pero venías dispuesta a defenderte, y yo no, porque no veía otra salida. Así que todo pasó como yo venía a hacerlo, fui yo el que lo hizo, ¿vale?

-Vale, abuelo, pero….

-¡No hay pero que valga! Tú estuviste en la gasolinera con ella hasta que ocurrió el incidente con el gasolinero, que te confundió con alguna de las chicas que iban a trabajar por allí, y después discutiste con ella porque al día siguiente querías ir a la piscina –por ejemplo- y ella no, y te fuiste a casa, andando, ¿ok?... Andando, nada de taxi que los rastrean, no te vayas a olvidar. Y yo iré a veros mañana como si no supiera nada y veremos lo que hacemos. No estaréis solos que yo estaré allí, ¿ok?

 La niña dejó de llorar y asintió.

-No me dejaba llamarte ni whatsapear contigo desde que murió la yaya- explicó -Me rompió el móvil por eso.

-Lo sé, preciosa. Ya sabes que tu madre y yo no éramos los mejores amigos. Acuérdate de lavar bien la ropa, deportivas incluidas, chiquitina. Eso es importante. ¿Quién hay arriba? En casa, con Iván y Sarai, quiero decir.

-Cuando salimos estaba el tío Carlos.

-¿El tío Carlos? ¿Quién es?

-El hermano mayor de Ulogio, el padre de Sarai. Como no tiene trabajo se queda cuidando niños por veinte euros la noche, pero como si no estuviera.

-¿No? ¿Y eso?

-Se acuesta todas las noches borracho, porque se toma una botella de vino antes de irse a la cama y no se entera de nada.

Silencio.

-¿No estás triste, no lloras por ella? Era tu hija.

-Sí que estoy triste, muy triste. Si tú supieras cuánto he llorado por ella… Ya no me quedan más lágrimas.

 

Cabos sueltos

Quince días después, con las acogidas de los niños ya bien establecidas en distintas casas familiares, Antonio se enteró con regocijo de la noticia de que Omar, el dependiente de la gasolinera, había sido detenido como principal sospechoso del así llamado crimen de la gasolinera, pues a nadie le cabía en la cabeza que hubiera podido ser su hija, una niña tan dulce de apenas dieciséis años, la que hubiera apuñalado a su madre con esa saña sin existir motivo alguno.

-Je, je, je, je- reía para sí –Unos cuantos días de acojone no le vendrán mal al bogavante este para que no se olvide de ser más educado con las damas. ¡Le está bien empleado por baboso!

-El señor se está haciendo muy malo de un tiempo a esta parte, ¿eh?- le reñía Tania, que estaba muy al tanto de la noticia por los titulares de la televisión- ¿Ha vuelto Jack el destripador?, decían –Yo sé que el señor no lo hizo porque usted es muy ordenado y meticuloso, y no hubiera dejado esas heridas tan toscas con las tripas fuera, sino que hubiera hecho solamente una incisión, limpia y precisa, directa sobre el corazón. Las mujeres rusas sabemos muy bien cómo son nuestros hombres.

Antonio la miraba atónito.

-Muchas gracias, Tania, lo tomo como un halago- acertó a decir.

-Claro, y muerto el perro se acabó la rabia, ¿verdad, señor? Y usted se espera que yo me crea que todo esto ha sido una casualidad, ¿no? Pero aquí hay perro encerrado, que no se crea que yo soy tonta. Pero puede estar tranquilo y no se preocupe, porque aun así callaré para siempre cuando sepa la verdad.

-Estoy contigo, Tania. Yo sospecho que Serguei tiene algo que ver con todo este asunto- contestó con una amplia sonrisa.

¿Entendéis por qué digo que Tania siempre tenía razón?

Dos meses después de esto me avisaron para que me acercara al tanatorio de la M 30 porque estaba allí el cuerpo de Antonio. Le habían encontrado en el garaje de su casa, en el asiento del conductor, con el motor encendido y una manguera perfectamente acoplada al tubo de escape del coche que entraba por la ventanilla de atrás. Y decían que tenía restos de drogas en su sangre, ¡cosa tan rara, sería Orfidal!, pero su expresión era muy apacible.

Sobre el asiento de al lado había un sobre dirigido “a quién corresponda” que contenía un documento escrito de su puño y letra en el que describía con todo tipo de detalles cómo él, y solo él, había llevado a cabo el asesinato de su hija Débora en la gasolinera.

-Pobre Omar, ya ha cumplido su condena, espero que no se le olvide- se apiadó de él en el último momento.

Y la foto del juzgado del día que se casó con Teresa, con la que habló antes de caer dormido en el coche:

-¡Hola, corazón duro!- dicen que dijo -¡Que voy para allá y si hay suerte te veo!

Al día siguiente se publicó la noticia de que Omar había tenido que ser hospitalizado por una fractura abierta de coxis producida durante una paliza que le pegó su mujer en cuanto puso un pie en casa

Tres días después, el doctor Antojos llamó urgentemente a casa de Antonio para comunicarle que había tenido lugar un lamentable error en el hospital y que su expediente médico había sido confundido con el de otro paciente que se encontraba agonizando, mientras que sus resultados estaban de maravilla.

Pero ya era tarde para eso y el caso quedó archivado.

 

FIN

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Álvaro Luengo.
Publicado en e-Stories.org el 22.08.2019.

 
 

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