Jona Umaes

Un amigo inesperado

Me encontraba en el trabajo, absorto, con la vista en la pantalla del ordenador y el teléfono sonó. Ya era la enésima vez que lo hacía y me tenía de los nervios. Miré el número y resultó ser el de mi propio teléfono. Me quedé bloqueado ante los inverosímil del hecho. No podía creer lo que veía. Como no paraba de sonar, lo descolgué inseguro.

 —¿Si?

—Hola, eres quien creo que eres, ¿no?

—¿Y quién cree que soy?

—Carlos.

—Sí, me llamo Carlos, ¿quién es?

 

La voz me era familiar y lo que escuché a continuación me sacó de dudas.

 

—Soy tú. Te llamo desde el futuro.

—Mire, no tengo ganas de tonterías. Estoy trabajando.

—¡No seas estúpido! ¿No ves que te estoy llamando desde tu mismo teléfono?

—Sí, es algo inexplicable, pero no sé qué tiene que ver.

—Pues eso. Te estoy llamando desde tu despacho pero unos años más adelante en el tiempo.

 

Me quedé callado, intentando asimilar.

 

—Te demostraré que soy tú refrescándote la memoria. Cuando eras joven, te diste un piñazo con la bici de carreras en una curuva, intentando impresionar a una chica que te gustaba. 

 

Eso no se lo he contado a nadie, pensé.

 

—¿Cómo sabes eso?

—Te lo estoy diciendo, ¡pedazo besugo! ¿Acaso se lo contaste a alguien?

—No, a nadie —dije, sin salir de mi asombro. —¿Y qué tal me va en el futuro? —le pregunté.

—Fatal, por eso te llamo. Tienes que tener cuidado con ciertas cosas que te iré diciendo, para que no metas la gamba.

—¿Qué cosas?

—Por ejemplo, el viaje a París que vas a hacer en unos días. No comas fuera de casa antes del viaje. Te vas a intoxicar con algo en mal estado y no vas a poder ir. Acuérdate, porque ya sabes quién te espera allí y no estamos para perder oportunidades.

 

No me lo tomé en serio y al día siguiente salí a comer con los amigos. Pasé una noche fatal. Cuando fui al médico me diagnosticó gastroenteritis. Así que tuve que cancelar el viaje. Me acordé de la llamada y me arrepentí de no “haberme” hecho caso.

 

—Cuando me reestablecí y volví al trabajo, de nuevo sonó el teléfono a media mañana. Otra vez mi propio número llamándome.

—¿Si?

—No me hiciste caso ¡Mira que te lo dije!

—¡Qué putada! Tenías razón.

—Haz el favor, que no estamos para tonterías ¡Presta atención! En el trabajo hay una compañera que está por tus huesos. Tú no te enteras de nada, como siempre. Es una buena chica. Ahora lo sé. Ya sabes quién es. No hace falta que te lo diga. Habla con ella como el que no quiere la cosa.

 

Yo sabía a quién “me” refería y sí, me había dado cuenta cómo me miraba, pero me agarraba al dicho “Donde tengas la olla…”. Esta vez le hice caso y me puse manos a la obra. Como bien dijo mi yo del futuro, era una buena chica y congeniamos muy rápido. En poco tiempo comenzamos a salir juntos.

 

Otro día cualquiera en el trabajo, sonó de nuevo el teléfono. Tarde o temprano sabía que llamaría.

 

—¿Si?

—Hola, soy yo. Me alegro que me hayas hecho caso. ¿Sabes que me he despertado hoy con la que es ahora mi mujer y que tengo dos niños preciosos? Bueno, técnicamente nuestra mujer. Entre nosotros nunca habrá problemas de amoríos, ja, ja, ja.

—¡Ah!, ¿sí? ¡Qué guay! Eso no lo esperaba. Así que será mi futura mujer y formaremos una bonita familia.

—Eso es. Así que cuídala bien que no quiero perder lo que tengo ahora ¿Dispuesto a continuar con más cambios?

—A ver.

—Verás, jugando al tenis con uno que se llama Pablo, te harás un esguince, y debido a tu poca paciencia te quedará secuela por no hacer el reposo necesario que prescribirá el médico. Ahora me encuentro que, cuando menos lo espero, si piso un poco mal veo las estrellas de la punzada en el tobillo. Es una pequeñez y creo que no será un sacrificio muy grande para ti que no juegues ese partido. Es por tu bien, al fin y al cabo.

 

Transcurrieron unos días, y efectivamente me tocó jugar en la liga con uno que se llamaba Pablo. Le dije que iba a estar fuera unos días y que daba el partido por perdido. Me dio las gracias por el regalo y el asunto quedó zanjado.

 

—¡Qué peso me has quitado de encima!, Carlos. Si pudiera darte un beso, te lo daba.

—Ahórrate tus besos, que se pone celosa nuestra mujer.

—Es genial poder hacer deporte sin temor al pinchazo en el tobillo. De verdad. Me has hecho un rey.

—Te agradezco toda esta información privilegiada. Estás forjando mi futuro, je, je ¿Qué es lo siguiente?

—Muy bien, muy bien. Me alegra tu diligencia. Sigamos pues. Vamos a llenarnos un poco los bolsillos. Buscaré el resultado de un bote de Euromillones y te diré la fecha para que juegues y compres los boletos que quieras. Haremos saltar la banca.

—Eres un avaricioso. ¡Deja algo para los demás!

 

Esperé un momento y me dijo la combinación ganadora para el próximo bote de la lotería.

De nuevo “tuve” razón (es un gustazo tenerla siempre) y me tocó el bote. Cuando vi la cantidad de dinero que me había tocado, me senté en el sillón e intenté no perder la cabeza. ¿Qué iba a hacer con tantos millones?

 

Continué acudiendo al trabajo. Era mi rutina diaria y además tenía la suerte que me gustaba. A media mañana ya estaba llamándome el de siempre.

 

—Dime.

—¿Qué modales son esos? Desde luego... la confianza da asco. Pero, ¿y lo ricos que somos?

 

Estalló en una risa interminable que me contagió. No podía parar de reir. Me dolía el estómago de tanta convulsión, hasta que las aguas volvieron a su cauce y nos calmamos.

 

—¿Ves que buen equipo formamos? Somos unos cracks. —“dije” desde el futuro.

—Después de esto ya podría retirarme a vivir la vida ¿No crees?

 

Al otro lado del teléfono se hizo un silencio prolongado que tuve que romper porque me estaba poniendo nervioso.

 

—¿Sigues ahí?

—Sí.

—Te has quedado mudo.

—Hay un pequeño problema.

—¿Cual?

—No puedes dejar tu trabajo.

—¿Y eso?

—Piénsalo bien. Te estoy llamando desde el futuro, en tu mismo puesto de trabajo.

—¿Y?

—Pues que, si dejas el trabajo, desharás todo lo que has conseguido. Yo no podría llamarte como lo estoy haciendo ¿Comprendes?
 

Algunas neuronas en mi cerebro se fundieron intentando entender lo que me estaba diciendo. 

—Quieres decir que lo perdería todo: mi novia, el dinero y hasta el trabajo por haberlo abandonado.

—Exacto. Únicamente podrías dejar el trabajo el día siguiente del que me encuentro yo ahora, dentro de diez años de tu instante temporal.

 

Ahora fui yo el que se quedó mudo y me despedí “diciéndome” que necesitaba pensar. Era cierto que mi trabajo me gustaba. No me supondría ningún esfuerzo esperar ese tiempo ya que, de cualquier forma, si nada de aquello hubiera sucedido yo hubiera continuado mi vida normal, trabajando y en mi rutina diaria.

 

Transcurrió el tiempo. Era el más feliz de los mortales. Tenía mi pareja y disfrutaba de la vida con mi hucha sin fondo. Se ve que mi yo del futuro también estaba satisfecho porque no volví a recibir llamada suya.

 

Un día llegué al trabajo y al sentarme ante el ordenador me fijé que habían cambiado el teléfono por uno más moderno. Llamé al servicio de mantenimiento y pregunté el porqué del cambio. Me dijeron que habían recibido instrucciones para renovar todos los terminales y las líneas, asignándo nuevos números de teléfono a todo el personal. Colgué y no le di la mayor importancia. En el descanso fui a ver a mi pareja para picar algo como hacíamos siempre desde que me ennovié.

 

—Hola cariño, ¿vamos?

—¿Perdona? —dijo ella.

—Estoy “enmayao”. ¿No tienes hambre?

—¿Estás de broma? ¿desde cuándo tomamos algo juntos? —dijo ella sorprendida.

 

La expresión de su cara y la respuesta que dio me descolocó. Fue entonces cuando me percaté de que algo no andaba bien. Me fui corriendo a mi puesto y abrí la página web del banco. En el saldo sólo veía números de cuatro cifras. Las otras cinco se habían esfumado con el amor de la que había sido mi pareja.

Até cabos y entonces me di cuenta que el infortunio había aparecido en mi vida en forma de nuevo número de teléfono.


 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jona Umaes.
Publicado en e-Stories.org el 14.03.2020.

 
 

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