Jona Umaes

Con-sumo cuidado

 

          Haciendo memoria, un día fuimos a un chiringuito de los pocos que siguen abriendo. El virus ha hecho estragos en la restauración, pero este ha aguantado el tirón y sigue yendo gente, aunque menos, lógicamente. No había mucho donde elegir en la zona, así que allá que fuimos otra vez.

          Recientemente, habíamos pedido una tapa de rusa y otra de fideos tostados. Hay que reconocer que eran originales a la hora de presentar las tapas y platos. En esa ocasión ambas tenían forma cilíndrica, como si hubieran utilizado un vaso como molde. Yo soy un fanático de las ensaladillas, he probado cientos, pero como la de mi tía, ninguna. La que nos trajeron estaba buena, pero nada fuera de lo normal. Los fideos tostados estaban ricos, la salsa y los ingredientes bien combinados. Era algo nuevo y fue una grata sorpresa.

          Volviendo a la última visita, pedimos una ensalada de la casa y preguntamos por una tosta de ocho euros. Estas pueden llevar ingredientes de lo más variopinto, pero claro, ese precio por media rebanada de pitufo, se nos quitaron las ganas de probarla solo de imaginar que en dos bocados de cuatro euros ya no quedaría nada. Yo me acordaba de una rosca que probé en una ocasión, del tamaño de un plato grande, que nos comimos entre cuatro, y no valía mucho más que esa tosta de oro. Así que, seguimos mirando más abajo en la carta y vimos que también tenían lasaña. La última que probamos estaba genial, pero fue en un italiano a muchos kilómetros de allí, también en la costa. A mí, al menos, se me vino a la mente la imagen de las láminas de pasta con la carne “atomatada” rezumando por los cuatro costados, y el humillo del queso gratinado, recién sacada del horno. Diez euros, nos pareció un precio razonable así que la pedimos para acompañar la verdura.

          La ensalada, genial, llevaba lo típico, bien surtida, y costó acabar con ella. Al rato trajeron la pasta. Cuando vimos lo que había en la bandeja, le dijimos que tenía que haber un error, que eso no era lo que habíamos pedido. Tenía forma cilíndrica, como las tapas de la otra ocasión y de igual tamaño. El chico dijo que era la lasaña, como si se sorprendiera de nuestra observación, nos quedamos de piedra. Acabamos con ella en cuatro bocados, pero lo gracioso era que no llevaba pasta, una lasaña sin pasta, no es una lasaña. El queso de cabra que lo sustituía sí estaba rico, con eso me consolé porque yo soy muy “cabrón” y me tira mucho ese sabor. El resto, una berenjena “pasada” y un montón de pipas de girasol y otros minúsculos frutos secos.

          A mí es que la comida de diseño no me va. Eso de encontrarme más recipiente que contenido, con cuatro pegotes multicolores, por muy bien presentados que estén, me duele el estómago tanto por lo vacío que se me queda como por lo que me ha costado. Por eso me tiran más las ventas, donde ponen platos en condiciones, más caseros y normales, bien surtidos.

          Yo no sirvo para los negocios, pero sé distinguir cuando alguien tiene vocación y sabe tratar al cliente. Pocos sitios me he encontrado donde cuidan al consumidor, atentos a que se vayan contentos, no solo para que vuelvan de nuevo, sino para que lo recomienden a sus conocidos. Eso es tener visión de futuro y no el sacar el dinero de mala manera a las personas, engañando y tomando el pelo.

          No hablo solo de restauración. Entre los varios coches que he tenido, los dos últimos no quise comprarlos nuevos. Pienso que es mala inversión. Un coche, de por sí, da pocas satisfacciones. Quizás al principio, por la novedad, el olor a nuevo, la comodidad y las pijadillas que lleve, pero pasados unos meses, ya ni te fijas en esas cosas, solo en lo más práctico. Te acostumbras y se acabó el encanto. Pasados cuatro años, si lo quieres vender te das cuenta de que su precio se ha reducido a la mitad. Esto es, o lo vendes rápido, o aguantas la decena de años que le queden, dejándote el dinero en reparaciones y recambios. He llegado a la conclusión de que es mejor disfrutar el coche al principio y luego venderlo a los pocos años, cambiando y probando otros distintos. Algo similar al renting, que se lleva mucho ahora. Pagas poco a poco, con seguro incluido y luego decides si quedártelo o cambiar más adelante, teniendo siempre coche nuevo cada poco tiempo, aunque nunca sea de tu propiedad.

          Pues bien, el primero de los coches tenía apenas cuatro años, lo compré en un concesionario multimarca, fue una mala experiencia. El coche me gustaba mucho y estaba muy bien cuidado. Los típicos rayones del paso del tiempo, pero poco apreciables. Pues bien, resultó que tenía un defecto en el aire acondicionado. El seguro-garantía que me dieron era papel mojado. Se lavaron las manos en cuanto a la reparación, y al final, lo que me ahorré al comprárselo a ellos en vez de a otros por más dinero, lo perdí reparándolo por mi cuenta. A eso es a lo que me refiero con cuidar al cliente. Por supuesto, los puse verdes en las reseñas de Google, que no sé si serviría para algo a futuros compradores, pero al menos me desahogué. Por lo demás el coche estaba muy bien, era muy cómodo de conducir. El segundo coche también tenía poco tiempo, cinco años. Muy pocos kilómetros y como nuevo. El trato de los vendedores superamable, en todo momento informado de las gestiones, muy profesionales. El coche sin ningún problema y una garantía que no me hizo falta utilizar. Puse una muy buena reseña en Google, y con satisfacción, porque así deberían ser los negocios. Engañar es pan para hoy y hambre para mañana.

          Dejo unos tips, conocidos por todos, pero por si hay algún despistado que no se haya enterado aún, se vaya a llevar una desilusión. Si vas a un restaurante, pide de la carta, no de los platos del día que te va diciendo de boquilla, todo rápido y que no te enteras ni de la mitad. Por supuesto, no te dirá el precio y luego agárrete con la cuenta. Ahora, si te da igual el dinero, haz lo que te plazca. Huye como de la peste de las cartas que no tienen indicados los precios de los platos y de los sitios que apenas hay gente. Por algo será, aunque en esto siempre hay excepciones, porque si han abierto hace poco es lógico que aún no tengan clientela, y también está el tema de los sitios que se ponen de moda. La gente se comporta como las ovejas, donde van unos, el resto le sigue. Es lógico hasta cierto punto, pero la cabeza la tenemos para algo, hay que abrir nuevos caminos.

          Si te insisten en que tomes un plato en concreto, ni caso. Seguramente sea algo que ha estado parado un tiempo sin servirse y por no tirarlo, quieren colocártelo. No es que esté incomible, pero igual la suela de un zapato te parece más fresca. Mejor ir con las ideas claras, los camareros son vendedores profesionales y sin escrúpulos. Es su negocio y viven de ello. Deben de tener parentesco con los comerciales que te asedian a llamadas para que te cambies de compañía de teléfono, electricidad, seguro, etc. Da igual lo que les digas, harán oídos sordos y te insistirán hasta que cedas. Eso, o cortas por lo sano.

          En cuanto a los supermercados, con el tiempo te das cuenta de que ahorrar unos céntimos eligiendo marcas blancas en vez de las normales, no merece la pena. La diferencia de sabor es brutal. Otra cosa es si hablamos de subidas cercanas al euro. Cuando pasas por caja se nota en el acumulado. Hay excepciones, como en todo. Por ejemplo, hablando de móviles, si te da igual el dinero, pues, cómprate el más caro, pero para las personas de a pie, lo que queremos es no gastarnos demasiado dinero en algo que va a durar dos años o poco más, quizás sea buena opción decantarse por un móvil chino, que los hay de buenas prestaciones y de precios variados, también de calidad. Se te va a romper igual que el de marca, pero pierdes menos dinero. Otra opción es irte por uno de primera marca, de segunda mano, de hace un par de años, por ejemplo. El precio habrá bajado de forma considerable, te costará como uno nuevo de gama actual, y tendrás un aparato de magníficas prestaciones que aún puede aguantar un tiempo si lo tratas bien. Lo de pagar un móvil a plazos en la compañía, es arriesgado. Es la forma que tienen de mantener la permanencia, pero si te sale una oferta de otra compañía no podrás cambiarte sin pagar penalización. Si eres de los que no suele cambiar, pagar a plazos es cómodo y puedes comprarte un buen móvil, claro que, si se te rompe antes, termina de pagar letras de algo que no tienes.

          Lo de que, lo barato sale caro, es cierto, pero veo más importante dónde compras las cosas. Si es un sitio que te da la garantía y tranquilidad de que la posventa responde, cada uno tiene que buscar lo que se ajuste a su presupuesto.

          Termino con una cita que me gusta mucho, sobre el consumismo y el saber disfrutar de lo que tienes.

 

“No es más feliz quien más tiene, sino el que menos necesita”

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jona Umaes.
Publicado en e-Stories.org el 23.05.2021.

 
 

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