Jona Umaes

Doctor, me pica un huevo

          A veces me vienen flashes de experiencias pasadas. Suele ocurrirme justo cuando voy a dormirme. No sé por qué ocurre, pero siempre ha sido así. La otra noche me costó conciliar el sueño, me vino a la memoria aquella vez que me picaban mis partes y tuve que acudir al urólogo.

 

—Buenos días, tenía cita con el doctor Montavez —dije a la chica de recepción.

—Dígame su nombre, por favor.

—José Pérez Pérez.

—Sí, aquí está. Siéntese un momento. Le aviso cuando le llegue el turno —dijo la chica. La recuerdo perfectamente: morena, con el pelo recogido, rezumando juventud. Me senté y esperé un rato entretenido con el móvil.

—Don José, ya puede pasar usted —dijo la joven.

—Gracias —. Cuando entré había una mujer con bata blanca colocando unos papeles en una estantería.

—Siéntese, por favor —me dijo al verme. Me senté y como no vi al doctor, saqué de nuevo el móvil en espera de que apareciese.

—Bien, ¿qué le ocurre?  —dijo la mujer una vez se sentó frente a mí.

—Perdón, debe haber un error. Tenía cita con el doctor Montavez.

—El doctor está de vacaciones, yo le sustituyo.

—¿De vacaciones? ¡No me dijeron nada de esto! —dije sorprendido.

—No es necesario, usted viene aquí a que le traten su problema, y eso vamos a hacer. ¿Qué le ocurre?

—Pero…

—No se preocupe. Llevo muchos años en la profesión, le aseguro que todo irá bien.

—No dudo de su capacidad, pero entienda que no me siento cómodo. Creo que vendré en otro momento.

—De acuerdo, si no quiere que le explore, al menos dígame qué le ocurre. Lo dejaré anotado en el expediente del ordenador para que cuando regrese el doctor tenga eso adelantado.

—Bueno, yo…

—¿Tiene molestias al orinar? ¿Algún dolor en los testículos? Le aconsejo que no deje pasar el tiempo. Es un tema muy delicado.

—Doctor, me pica un huevo.

—¡Doctora, por favor!

—Perdone, doctora.

—¿Desde cuándo lo tiene?

—Pues desde hace un mes. No le di importancia al principio, pero es que no se me quita y se me está haciendo insoportable.

—Entiendo. Pero si no le reconozco, comprenderá que no podré ayudarle. Un mes es mucho tiempo, quizás tenga una infección interna ¿Quiere poner en riesgo su salud por el hecho de ser yo mujer? Entiendo que sea incómodo para usted, pero relájese. Todos los hombres reaccionan igual al principio. Es mi día a día.

—De acuerdo —dije preocupado ante las palabras de la doctora.

—Quítese los pantalones y échese en la camilla —así lo hice.

—Vamos a ver qué tenemos por aquí —me conciencié de que quien me estaba tocando mis partes era un médico, pero claro, aun así, hay un abismo entre cómo toca un hombre a cómo lo hace una mujer —. Tiene irritada la piel. No entiendo cómo no ha venido antes a consulta—. Hasta ese momento yo estaba echado con la mirada puesta en el techo, pero al hablarme la doctora giré la vista ella. Se encontraba inclinada hacia adelante en plena exploración y la casualidad quiso que, justo en ese momento, un botón de su blusa saltara por la presión dejando al descubierto su escote. “Madre mía”, pensé. ¡No no no, tranquilízate!

—Tiene usted razón, soy un dejado.

—En cuestiones de salud debe tener más cuidado, y más siendo sus partes íntimas... ¡Pero bueno!, ¿esto qué es? ¡¿Se puede saber en qué está pensando?! —“¡Oh, my god!”, me lamenté. En ese momento tocaron a la puerta de la consulta y la secretaria pasó sin esperar respuesta. Miré hacia ella, al igual que la doctora. El rostro de la chica era todo un poema. Con la boca abierta nos miraba a los dos y al tercero en discordia que había despertado. Se me puso la cara como un tomate. La doctora caminó hacia ella —usted quédese ahí tumbado que ahora vuelvo.

—De acuerdo —. Cuando salieron escuché el murmullo de una conversación tras la puerta y risas cómplices. Se los estaban pasando en grande —¡Tú, ya te vale! ¿No podías estarte quieto? ¡Bájate ahora mismo! —. Poco a poco el sofoco se me fue pasando. La doctora abrió la puerta tras unos minutos y se acercó a la camilla. Tenía el botón de la blusa abrochado de nuevo. La secretaria se lo habría hecho ver. Echó una última ojeada y se retiró a su mesa.

—Ya puede vestirse —Así lo hice y volví a sentarme frente a ella.

—Bien, se va a tomar estas pastillas y vuelve en dos semanas. Tres al día. Le aliviarán el picor y luego ya veremos.

—Muchas gracias doctora. Siento el incidente.

—No se preocupe, dadas las circunstancias, es comprensible —dijo esbozando una sonrisa con ojos chispeantes—es la primera vez que me encuentro en una situación así ¡Y he reconocido a muchos pacientes en mi carrera!

—Ha sido algo embarazoso, sobre todo cuando entró su secretaria —se me escapó la risa al decir eso. La doctora me imitó.

—Sí, pero ya está todo aclarado —. Se hizo el silencio. Ella me observaba con mirada sospechosa. Por un momento pensé que le agradaba.

—Me va a dar apuro cuando pase delante de ella. ¿No hay otra salida?

—Ja, ja, ja. Ya veo que le puede la timidez. No, no hay otra salida. No tiene de qué avergonzarse, debería sentirse orgulloso —su mirada, a la vez que divertida, echaba fuego. Eso hizo que me sonrojase otra vez.

—Estaría más tranquilo si usted me acompañara.

—Por favor, no me hable de usted. Olvidemos la formalidad. Me has alegrado el día. Esta profesión es a veces muy aburrida. No todos los días ocurren estas cosas.

—Sí, deberías reforzar la costura del botón de tu blusa. Parece que tiene demasiada presión —pasé al contraataque.

—Tienes razón, cuando llegue a casa lo haré. Aquí tienes mi tarjeta. Viene el teléfono de la consulta y mi móvil personal.

—Gracias, la guardaré como un tesoro —dije, al fin, levantándome y ofreciéndole la mano. Solo del contacto, hizo que me recorriera una corriente por todo el cuerpo.

—De nada, te acompaño a la salida.

—Sí, por favor.

 

          Cuando salimos de la consulta, la recepción estaba vacía. La secretaria levantó la vista de los papeles y se sorprendió de la deferencia que mostraba la doctora hacia mi persona al acompañarme a la salida. La miré de soslayo y me di cuenta de que nos seguía con la vista.

—Hasta luego —dije con hilo de voz.

—Hasta luego... —me respondió, con un tono que hizo que acelerara el paso.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jona Umaes.
Publicado en e-Stories.org el 10.10.2021.

 
 

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