Jona Umaes

Espejismo (2ª parte)

          Roberto, al verse sin salida, se levantó y le quitó el móvil al padre de las manos. Colgó la llamada.

—No te debes de fiar de nadie. Las personas mayores sois el blanco favorito de los timadores.

—Quizás tengas razón, pero era tu voz la que sonaba al otro lado. Estoy un poco confuso.

—Tienes razón, era mi voz. Con la tecnología actual puede replicarse la voz de cualquiera y parecer del todo real. No le des mayor importancia, ¿de qué otra forma explicas que yo esté aquí y mi voz te hable al mismo tiempo por teléfono?

—Es cierto, no tiene sentido. Y cuando me llames, ¿cómo sabré que eres tú realmente si no estás aquí?

—Eso te das cuenta conforma avanza la conversación, pero si notas algo raro puedes hacer una pregunta imposible de saber para alguien ajeno a nosotros. Por ejemplo: ¿te respondieron del seguro del coche?

—¿A qué te refieres? ¿Has tenido un problema con el coche?

 

          Valentina intervino para sacar del apuro a su novio. Este se había quedado mudo ante la respuesta del padre. En su mundo, el padre sí que estaba al tanto del incidente con el coche. Ella comentó que se trataba de un ejemplo, podría ser cualquier otra cuestión que solo ambos conocieran. También aprovechó para sugerir que debía irse porque tenía otra cita. Roberto vio la ocasión para dar por concluida la visita. Ya habría más oportunidades de charlar.

          Una vez en el coche, durante el trayecto a no se sabe dónde, la pareja habló sobre el asunto. Eran unos extraños en aquel mundo tan similar al suyo y tan ajeno al mismo tiempo. Se dirigieron hacia el puerto. ¿De qué forma se habían metido en aquel lío? ¿Cómo volverían a su vida de siempre? La noche anterior al encuentro con Roberto hubo tormenta. El cielo tronó y se iluminó durante casi una hora cayendo fuertes aguaceros. Cuando amaneció, ambos se sorprendieron que las calles estuvieran secas, como si nada hubiera ocurrido.

          Roberto, en su casa, quedó pensativo ante lo que acababa de ocurrir. Su otro yo y su pareja habían ido a visitar finalmente a su padre, a pesar de haberles dicho que le mantuvieran al margen. Decidió llamar a Roberto, pero al hacerlo desde su móvil daba siempre comunicando. Se dio cuenta de que no podía llamarse a sí mismo desde su propio móvil, así que cogió el teléfono fijo y marcó el número. Su móvil comenzó a sonar, pero al cabo de unos segundos paró y la voz Roberto surgió del otro lado de la línea.

—¿Sí?

—Roberto, ¿no os dije que no fueseis a casa de mi padre?

—Es cierto, no debimos ir, pero recuerda que también es mi padre!

—No en este mundo. Tú tendrás tu propio padre de donde vengas, pero al mío ¡déjalo tranquilo!

—Ok. No volverá a suceder. ¿Sabes? Papá no reconoció a Valentina. Eso quiere decir que somos nosotros los extraños aquí.

—¡Pues claro! Yo no he notado nada distinto desde que os vi.

—Nosotros no lo teníamos tan claro. También cabía la posibilidad de que fueras tú el visitante. Claro que, después de ver a Papá, hemos salido de dudas.

—Está bien. Dejémoslo estar. Pensándolo bien, podemos sacar partido de esta situación. Aunque, no podéis quedaros aquí eternamente. De alguna forma tendréis que volver.

—¿Sacarle partido?

—Claro. Podemos intercambiarnos. Si yo no pudiera ir al trabajo en alguna ocasión, podrías ir tú. Además, sería enriquecedor para los dos contarnos de nuestras vidas. Tus errores pueden ser perfectamente los míos, y viceversa. ¿Entiendes?

—Correcto. Tenemos la misma forma de pensar y si no fuera por las circunstancias, nada nos distinguiría. Pero te advierto, no intentes nada con Valentina.

—¡Ey! Pero, ¿qué dices? ¡Yo haré lo que me plazca! —protestó ella, que estaba a su lado—. Que estemos juntos no quiere decir que sea de tu posesión. Si estoy contigo es porque quiero. Me fastidia tu desconfianza.

—¡Ok, tranquilízate! Solo establezco límites.

—No tienes de qué preocuparte, yo nunca me haría eso a mí mismo, ja, ja, ja —se burló Roberto al otro lado.

—Es cierto, yo tampoco lo haría, ja, ja. Después de todo, no pareces un capullo.

 

          Pero, una cosa eran las palabras y otra los hechos. Pasaron varias semanas y las circunstancias cambiaron. Tras numerosas quedadas, los tres congeniaron de tal manera que a la pareja se le olvidó dónde estaban. Se adaptaron tan rápidamente que no echaban de menos su mundo. Al Roberto “intruso” no le costó encontrar un trabajo similar al que tenía en otra inmobiliaria. Valentina se quiso tomar un tiempo de descanso. Sabía que tarde o temprano regresarían a su vida de siempre y todo volvería a la normalidad. Pero, con lo que no contaba era que sus sentimientos respecto a su pareja cambiaran, o más bien, se estacaran. Mucho tenía que ver en ello el otro Roberto. Sin pretenderlo ninguno de los dos, se sintieron atraídos por la novedad en el caso de Roberto, y por la curiosidad y la cercanía que sentía Valentina por él. La familiaridad lógica con alguien tan similar a su pareja, pero distinta en muchos detalles.

          Como en otras ocasiones, fueron a tomar café al paseo marítimo, aprovechando el estupendo día que hacía. Era mediodía, aún les quedaba media jornada que cumplir.

—Vaya, parece que pronto habrá tormenta. Aviso naranja en toda la provincia para el jueves— dijo Roberto, móvil en mano.

—Aún quedan 2 días, pueden pasar muchas cosas hasta entonces —dijo Valentina a su pareja.

—Es cierto, no hay que fiarse —corroboró el otro Roberto—. El viento puede cambiarlo todo—. Lo dijo clavando los ojos sobre Valentina, quien no apartó la mirada. Su pareja se daba cuenta de todo. Era consciente de aquella complicidad desde hacía días y sintió que estaba de más. Pero no iba a permitir que le robaran a su amor, aunque dudaba si realmente seguía siéndolo. Valentina estaba más distante con él, no era la misma de siempre. De repente, sonó el móvil de los dos Robertos al unísono, era Ana.

—¿Si? —contestó Roberto. Valentina había apretado sutilmente el brazo de su pareja, negando con la cabeza para que se abstuviera de contestar.

—Hola. ¿Has visto las noticias? Se acerca una Dana. Dicen que a lo mejor cortan las clases, al menos en los colegios.

—No será para tanto. Al final caerán cuatro gotas. Ya sabes lo alarmistas que son los medios.

—Sí, pero más vale prevenir. Acabo de llegar del súper y me he surtido de todo lo que pueda necesitar.

—Tú, como siempre, tan previsora. De cualquier forma, si finalmente no ocurre nada, te olvidas de compras por una temporada.

—Nunca se sabe. Deberías comprar al menos algunas garrafas de agua, y a papá también. ¿Cuándo vas a ir?

—Mañana me paso.

—Ok. Te dejo, llaman a la puerta.

—Hasta luego.

—Bueno, se está haciendo tarde. Tengo que volver al curro. ¿Qué vas a hacer cariño? ¿Te acerco a casa?

—No, voy a aprovechar para ver unas botas. Por aquí hay varias tiendas.

—Yo también me voy. Ya hablamos —dijo Roberto.

 

          Los tres tomaron caminos distintos, pero cuando Roberto estaba a punto de arrancar el coche, pensó que era el momento para charlar con Valentina sin la presencia de su novio. Se dirigió hacia las tiendas de calzado en su busca.

—Yo también pienso que esas botas te quedan bien —dijo Roberto a las espaldas de Valentina. Ella no se había percatado de su presencia.

—¿Qué haces aquí? ¿No te ibas al trabajo? —dijo ella sorprendida.

—Sí, pero si llego un poco más tarde no pasa nada.

—¿Y bien?

—Bueno, no tengo ocasión de hablar contigo sin que esté tu novio. He pensado que quizás te gustaría pasear un poco.

—Está bien. Voy a pagar esto. Espérame fuera.

 

          A Valentina se le aceleró el corazón. La sorpresa fue mayúscula y temió que él se hubiera dado cuenta de su turbación. Era una mujer de gran presencia de ánimo, pero en esa ocasión la cogieron desprevenida, y siendo el que era, la descolocó completamente. Anduvieron unos quince minutos, suficientes para poner las cartas sobre la mesa.

—Disculpa si te he abordado de esta manera, he visto la ocasión y necesitaba hablar contigo.

—No te disculpes. Si me disgustara, no estaría paseando ahora contigo, ¿no crees?

—Desde que te conocí me has producido un gran impacto. Lástima que tomara la decisión de no ir a ese concierto donde nos hubiéramos encontrado.

—Yo también me siento a gusto con tu compañía. No es extraño, eres bien parecido a Roberto. En cuanto a lo que no me hubieras conocido antes, quizás sean los juegos del destino. De una forma u otra tenías que conocerme. ¿Crees en el destino?

—Sí, pero tú estás con Roberto. El destino es un poco cruel conmigo, ¿no crees? Quizás, en otras circunstancias…

—No hay otras circunstancias, esta es la realidad. Todo es posible si uno lo aborda con pasión.

 

          Mientras charlaban, alguien desde las alturas los observaba apoyado en la baranda del paseo, en un nivel superior. Roberto se conocía a la perfección, sabía que el otro intentaría algo porque él mismo lo hubiera hecho. Aquello que temía estaba finalmente sucediendo. “Tú eres tu peor enemigo” pensó. Nunca vio tan claro el significado de aquellas palabras, como en esos momentos.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Jona Umaes.
Publicado en e-Stories.org el 25.11.2024.

 
 

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