Karl Wiener

La sal en la sopa

 
     El viejo rey, cuando estaba harto de regir, entregó la corona y el cetro a su hijo. No hay un rey verdadero que no tiene de su lado una reina solemne. Por eso el tiempo de solterón había pasado. El joven rey se propuso casarse. Es cierto que gozaba de prestigo con las mujeres hermosas del país y no faltaban las aspirantes que hacían la corte a él pero el rey quería se asegurar que la esposa elegida lo quiera no sólo por su posición sino también por su personalidad.
     El rey se encontronó en la casa de amigos con dos hermanas. Las dos eran mujeres muy hermosas y inteligentes, los carácteres de ellas pero eran muy distintos. Una de las hermanas pasaba mucho tiempo delante su espejo. Amaba joyas y vestuario y adornaba su pelo con pasadores y peinettas. La otra hermana era una muchacha trabajadora, echaba  mano al hornillo y sabía condimentar las comidas. El joven rey creía cada una de las dos simpático y las hermanas correspondían a su simpatía. Durante mucho tiempo no podía decidirse a favor de una de ellas y quería saber, si una de las hermanas le quiera más que la otra. Era un hombre timido y pedió a los amigos de profondizar la cosa en secreto. Los amigos, cuando se presentó la ocasión, interrogaron a las hermanas una detrás de otra para saber la intensidad del amor de ellas. La una respondió: “Lo quiero más que mi oro y las joyas”. El rey, cuando recibió noticia de esta respuesta, se sentía muy adulato. Apreciaba el oro y las joyas, por que su padre tenía muchas cosas semejantes en su tesoro. Estaba pero muy deceptionado, cuando los amigos lo informaron de la respuesta de la otra hermana. Para expresar sus sentemientos había dicho: “Lo amo más que la sal en la sopa”. En la opinión del rey la sal era solamente un cristal blanco sin valor y con un sabor desagradable. Por este motivo se decidió a tomar como esposa esta hermana que lo apreciaba más que sus joyas.
     Al día del casamiento después de la fiesta, el rey reveló a su desposada el motivo de su preferencia por ella comparado con su hermana. La reina se exitó por que su hermana había tomado el sal como punto de comparación degradante con su marido. Indujó al rey a disponer el día siguiente que toda la sal del país debiéra ser desechado en el mar. Después de ese día, el agua en el mar tenía el sabor de sal, la gente pero no tenía  de sal para sazonar su sopa. Al principio el rey no se molestaba, pero dentro de poco se le había pasado el apetito. Rechazaba frequentemente la comida sin haber tocado la cuchara. Dejó de comer y, en el curso del tiempo, perdió su fuerza. A veces, durante la noche, lloraba de cansancio en secreto en su almohada. El sabor de la sal de sus lágrimas sobre sus labios le hizo coger de repente que no se puede reemplazar la sal en la sopa por todo el oro del mundo y dudó de haber tomado la opción adecuado.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Karl Wiener.
Publicado en e-Stories.org el 06.02.2008.

 
 

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