Maria Teresa Aláez García

Blues en rosa y verde 2.

 
Qué fácil es olvidar. Es sencillísimo.
 
La vida se compincha con el tiempo y el viento es instrumento de eliminación.
 
Invisible el magnetismo, trabaja como burro de carga repartiendo fama y fortuna y compensando lo que se ha excedido o lo que ha quedado vacío, esperando su trozo de refugio.

 
Y estando mal, el mundo se hunde. Entonces todo se requiere, todo se necesita. Los clavos ardiendo, aunque sean oxidados y en un estado lamentable, se hacen indispensables. Cualquier elemento que pueda aportar un consuelo, una esperanza, una salida. La llave antigua que posee las claves del consejo, la paciencia y la reflexión, abre muchas puertas. La preparación, la meditación, la visión del problema desde fuera.
 
Lo más importante: no permanecer pasivo. Usar hasta el mínimo movimiento posible. Nunca se sabe qué acto puede dar la vuelta a un sistema. Algunos usan el método bomba, otros el método eliminación, otras personas el método coordinación y otros el método compensatorio. Siguen vigentes el absolutista, el democrático, el tolerante y el abusador o amenazador.

Poco a poco va viniendo la luz. Se desean cosas, se va intercambiando energía. A los buenos momentos siguen los malos pero a los malos momentos también les continúan los buenos. Entonces llega el deseo de asentarse en lo bueno para que dure para siempre sin darse cuenta de que hay que estar preparado para las eventualidades porque todo pasa, tanto lo bueno como lo malo y se ha de estar preparado para dejar siempre atrás lo malo, aprendiendo de la experiencia y aprender para lo mejor que siempre será peor que lo postrero que haya de llegar.

Superada la experiencia, se lleva al cajón del olvido lo que la rodeó. Se llevan las cosas, los olores, la comida, las mismas experiencias, la gente, los hechos, lo negativo y lo positivo. Superado un escalón, hay que subir el siguiente y no dejar nada atrás pendiente.

Es necesario cortar lazos y poner distancias.

Y  se hace.

Y aquel clavo que soportaba los harapos, el cuenco y el turbante que un sabio sufi conservaba para no perder la conciencia de su origen y poder ayudar más a quienes estaban en su situación, aquel enganche anónimo que ni siquiera estaba repintado y que sólo sujetaba unos objetos que  sirvieron a su dueño de gran valor en su momento y que ya habían sido sustituidos por otros mejores y de mayor estima y precio.

El clavo.
 
Fue arrancado de la pared y echado al fondo de un volcán donde fue fulminado para siempre.

La ropa tirada a la basura, el cuenco sirvió de apoyo para los perros y el turbante reutilizado.

Y todo pasó. Se olvidó. Como si no hubiera existido.
 
La vida necesita seguir adelante… Pero en su movimiento pendular volverá a aquellos estados porque el hombre necesita saber lo que está mal para poder disfrutar del bien.
 
Quizás no. Quizás todo, por fin, ha muerto y las esferas han girado para dar paso a otro tránsito.
A propósito del clavo que cayó al interior del volcán: luce ahora como ópalo de fuego.
 
Nada quedó de lo que fue.  Pero agradeció a la mano agresora su proceder. Y en su mismo dolor, se rehizo a sí mismo.


Silencio. Dolor. Olvido.         

 

 

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 11.07.2008.

 
 

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