Qué fácil es
olvidar. Es sencillísimo.
La vida se
compincha con el tiempo y el viento es instrumento de eliminación.
Invisible el
magnetismo, trabaja como burro de carga repartiendo fama y fortuna y
compensando lo que se ha excedido o lo que ha quedado vacío, esperando su trozo
de refugio.
Y estando mal, el
mundo se hunde. Entonces todo se requiere, todo se necesita. Los clavos
ardiendo, aunque sean oxidados y en un estado lamentable, se hacen
indispensables. Cualquier elemento que pueda aportar un consuelo, una
esperanza, una salida. La llave antigua que posee las claves del consejo, la
paciencia y la reflexión, abre muchas puertas. La preparación, la meditación,
la visión del problema desde fuera.
Lo más importante:
no permanecer pasivo. Usar hasta el mínimo movimiento posible. Nunca se sabe
qué acto puede dar la vuelta a un sistema. Algunos usan el método bomba, otros
el método eliminación, otras personas el método coordinación y otros el método
compensatorio. Siguen vigentes el absolutista, el democrático, el tolerante y
el abusador o amenazador.
Poco a poco va
viniendo la luz. Se desean cosas, se va intercambiando energía. A los buenos
momentos siguen los malos pero a los malos momentos también les continúan los
buenos. Entonces llega el deseo de asentarse en lo bueno para que dure para
siempre sin darse cuenta de que hay que estar preparado para las eventualidades
porque todo pasa, tanto lo bueno como lo malo y se ha de estar preparado para
dejar siempre atrás lo malo, aprendiendo de la experiencia y aprender para lo
mejor que siempre será peor que lo postrero que haya de llegar.
Superada la
experiencia, se lleva al cajón del olvido lo que la rodeó. Se llevan las cosas,
los olores, la comida, las mismas experiencias, la gente, los hechos, lo
negativo y lo positivo. Superado un escalón, hay que subir el siguiente y no
dejar nada atrás pendiente.
Es necesario cortar
lazos y poner distancias.
Y se hace.
Y aquel clavo que
soportaba los harapos, el cuenco y el turbante que un sabio sufi conservaba
para no perder la conciencia de su origen y poder ayudar más a quienes estaban
en su situación, aquel enganche anónimo que ni siquiera estaba repintado y que
sólo sujetaba unos objetos que sirvieron
a su dueño de gran valor en su momento y que ya habían sido sustituidos por
otros mejores y de mayor estima y precio.
El clavo.
Fue arrancado de la
pared y echado al fondo de un volcán donde fue fulminado para siempre.
La ropa tirada a la
basura, el cuenco sirvió de apoyo para los perros y el turbante reutilizado.
Y todo pasó. Se
olvidó. Como si no hubiera existido.
La vida necesita
seguir adelante… Pero en su movimiento pendular volverá a aquellos estados
porque el hombre necesita saber lo que está mal para poder disfrutar del bien.
Quizás no. Quizás
todo, por fin, ha muerto y las esferas han girado para dar paso a otro
tránsito.
A propósito del
clavo que cayó al interior del volcán: luce ahora como ópalo de fuego.
Nada quedó de lo
que fue. Pero agradeció a la mano
agresora su proceder. Y en su mismo dolor, se rehizo a sí mismo.
Silencio. Dolor.
Olvido.