Maria Teresa Aláez García

Hay una melodía...

Hay una pieza de Mertens, cuyo nombre ignoro y que en el You Tube está colocada como fondo en un video que se ha compuesto de retazos de una película asiática.

Me gusta muchísimo. Su melodía llega directamente hasta los entresijos de donde quiera que tenga el alma, el corazón, la sangre o lo que haga que tenga sentimientos. No dispongo de cerebro, sólo de serrín así que dudo que suba para arriba. Y si mi corazón es un pedrusco sangrante, tampoco puede ser un receptor de tal belleza. Posiblemente algún sentido ignorado o escondido me invita a ser persona cuando escucho esta melodía.

No es complicada. Una guitarra y unos silbidos. Como buena melodía minimalista, repetición de algunas cadencias o de algunos compases. Tranquilidad, mucha tranquilidad. En las primeras horas del día, hasta las doce, más o menos, en casa, mientras hago la faena y me detengo un poco para ir haciendo que mi cuerpo se acostumbre paulatinamente a los movimientos, me gusta repetir algo que hacía mucho de niña: recostarme sobre la mesa o sobre la almohada, sobre el brazo, y dejar ir la mirada al cielo, a través de las rendijas de la ventana. En esos momentos, no pienso, simplemente me dedico a sentir. Y para no perder el entorno en silencio que me rodea, cojo el auricular y lo coloco en el portátil. Así me llega la música de un modo más directo y estoy tranquila porque no molesto a nada ni a nadie. Puedo relajarme, quizás hasta adormecerme un poco pero eso lo dudo. Lo que si me siento es como más segura, más protegida. Paz interior a pesar de la gran cantidad de problemas con los que tengo que bregar cada día.  Además de la paz, quietud, silencio, detenimiento… dejar pasar un poco de tiempo, necesario para dar una pausa al cuerpo que ya lo he castigado mucho toda mi vida.  Y eternidad, vivir la eternidad en tres minutos, como ya me ha ocurrido algunas veces. La diferencia es que ahora la tristeza llena esa eternidad. Pero también el cuerpo se amolda a las circunstancias presentes e incluso en esa misma soledad y tristeza, encuentro apoyo. Y veo las notas subir como el humo, hacia el cielo, transformarse en nubes y navegar llevando dicha paz de un lado al otro del planeta que no deja de girar, sobre un tiempo que no se detiene y sobre unas circunstancias que seguirán pasando, sea lo que sea… Soledad, tiempo de navidad, tiempo de invierno. Ahora todo está latente, aletargado…. Muchas cosas han muerto sin probabilidad de ser resucitadas y no hay nada peor que llorar por lo que pudo haber sido y ya no podrá ser nunca más, ni dándole al tiempo hacia atrás.  Yo prefiero arrinconarme, esconderme, quedarme quieta en este letargo donde soy la nada in aeternum, que falta me hace. Para nunca jamás.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 10.12.2008.

 
 

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