Maria Teresa Aláez García

Un corto, relativamente corto, espacio de tiempo.

Un corto, relativamente corto, espacio de tiempo.

Soledad.

Vacío.

Circunstancias. Oscuridad y frío.

Silencio.

Excepto por las tensas y chirriantes cuerdas de Stéphane Grappelli que se hacen agradable porque traen recuerdos y por que acompañan gratamente.

El viento azuza los cristales de los balcones. Esta tarde ha levantado el tejado del colegio de los niños y ayer destrozó otro tejado. Se evitaron desgracias.  Las criaturas no acuden al colegio ni hoy ni mañana.

Las palmeras estaban esta tarde dobladas hasta un punto que parecía cómico y temible el observar su elasticidad. Una de ellas estaba totalmente doblegada y el resto bailaba al compás de las dos corrientes de aire que les deshacían el peinado. Los animales huyeron de sus copas.

En la parte inferior de la ciudad, algo de frío. Y una sensación de impotencia porque se veía en la parte superior, cómo saltaban las persianas y cómo volaban emulando a las plumas  o a las hojas de papel.

Si no hubiera ido en compañía de un menor, no me hubiera desagradado seguir el paseo por la ciudad, venciendo la resistencia del viento y haberme acercado a la playa a reconocer las gigantescas olas que se levantaban, ondeando sus vestidos de volantes y desafiando a las corrientes de aire. El agua se viste y las palmeras se despeinan. En otros tiempos, hasta me echaba a nadar.

Hoy ya, los años me han aletargado y me dirigen rápidamente hacia un refugio donde sólo escuche la llamada, el silbido del viento cruzando los postes de acero, tirando las farolas y filtrándose como un espía por todos los entresijos de la ciudad. Pero no es un chivato. No acusa a nada ni a nadie. En todo caso se erige en verdugo y ajusticia a quienes desafían su superioridad en cuanto a potencia y velocidad.

Hace frío.

Grapelli acaba de interpretar a Gershwin con su grandilocuente violín.

Más frío.

Tocará “Blue moon” y “As time goes by” y algunas otras mientras se produce en el planeta ese paréntesis de la madrugada. No corre ni el viento. No se oye nada. Un coche ha pasado, disimulando, por debajo de mi balcón y poco a poco se ven las luces de los rayos más lejanos del sol. O el espectro lumínico de las combustiones, como un reflejo en el vacío.  Está amaneciendo y durante el día habrá que reparar muchísimas cosas en la ciudad, en la casa y en la vida. ¿Sirve de algo?. No. Mañana, todo estará olvidado.

Todo.

¿Qué sentido tiene el esfuerzo? El disfrute de unos momentos. O el dejar algo para quienes vienen detrás, sin pedir reconocimiento, por supuesto.  Pero dan ganas – a mí la sensación – de que un día la tierra dejará de orbitar, se detendrá de repente y se caerá en una infinita caída.  Y algunos saldremos volando, otros la acompañarán. Es un absurdo, esto no ocurrirá. Antes estallará el planeta con el siguiente cambio del sol.  Pero dicen que no hay nada imposible en el universo.  Creo que nos quedaríamos quietos y no nos enteraríamos de nada.

Es un pensamiento negativo que deviene de la falta de descanso. Espero que no ocurra ni esta ni ninguna otra catástrofe porque seamos capaces de detectarla y evitar al menos la pérdida de vidas y de patrimonio. Creo que la raza humana se merece más oportunidades y que sabe hacerlo bien.

Creo que disfrutaré del silencio y de la soledad. En el sofá, en penumbra, con ejercicios de respiración y sin pensar en nada en absoluto. Difícil.

Que tengan buena jornada.

En silencio. Shhhhhhhsssss. Ya saben lo que dicen: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, calla”. Siempre he pensado que la gente que no puede escuchar hablar a sus semejantes, sean hombres o mujeres, es o porque tienen un oído demasiado sensible para cierta voz aguda o porque tienen en su interior tal bagaje de traumas y sentimientos de culpa que no soportan escuchar o verdades o el verse a sí mismos en otras facetas personales: a sí mismos cuando eran niños, a sus abuelas o madres a las que odian, a alguna vecinita que les dio plantón, a algún amigo que las dejó colgadas… Sobre todo porque a veces la gente que habla mucho dice cosas interesantes o graciosas o toca fibras sensibles. Claro que si el mundo hay que verlo desde este aspecto oscuro, gris y desagradable, maloliente – dicen que la superficie de la tierra huele a huevos podridos - o haciendo gala de quien piensa que conformarse con ser sencillo y claro es inmaduro y atendiendo a aquel cuento del traje nuevo del emperador, traje que no existía y que veía todo el mundo adulto porque sus intereses creados hacían imprescindible la mentira para caer en gracia a quien poseía el poder, pero que un chavalín descubrió dejando en evidencia a todos,  hay que callarse para no decir las realidades que todos conocemos y que nos empeñamos en ocultar, haciéndonos cómplices de quienes construyen elementos asesinos y de quienes acaparan el poder económico y social, ampliando los escalones de diferencias entre los distintos mundos y aumentando la pobreza incluso en el primer mundo, para que esos pocos se queden contentos. Lo claro es que ni ellos van a hacer caso de quienes están mal porque pasan olímpicamente y para ellos la gente de las “ONGs” y los ecologistas son personas que deberían de fusilarse o meterse en prisión por llevarles la contraria.  Es inútil perder el tiempo con ellos. Si les hablas con su jerga – un lenguaje grandilocuente lleno de eufemismos y retóricamente elevado  a la enésima potencia del lenguaje universitario y culto – se dedican a argumentar con mentiras y al final despiden con cajas destempladas al abogado o doctor de turno, difamándolo y tirando abajo su carrera. Si es una persona sencilla que simplemente en cuatro  o cinco frases puede decir lo que el doctor o el abogado en dos horas de exposición y presentación de datos y estadísticas, ni la reciben. Vamos arreglados, entonces.

Lo mejor es la acción inmediata con quienes lo necesitan  y dejarnos de pamplinas. Y hacer un gran esfuerzo de escucha. Sé – yo también pertenecí a esa sociedad hipócrita y despiadada de la cual he agradecido inmensamente el salir, también tuve que realizar conferencias, estuve en política y no ejercí de ramera solapada, barata y gratuita para ascender posiciones – que a veces resulta molesto, sobre todo cuando la cabeza está ocupada en otras cosas. Pero cinco o diez minutos, un apretón de manos y una sonrisa no cuestan dinero sino tiempo y a veces este tiempo nos libra de realizar una acción peor.

Buenos días.

En el más puro, oculto y ennegrecido silencio.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 27.01.2009.

 
 

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