A un rostro cualquiera:
Tus ramas arañan el cielo
como espejo deshojado
del trasunto de mi alma.
Alma azul, de piedra, de hielo
rostro rasgado de venas congeladas.
El atardecer sangra con tristeza.
Y el humo carmín, sonroja las mejillas
de las nubes que bailan la ira del viento
volcán de sentimientos crepusculares.
Allí
sentado
Gerardo Diego
mira férreamente con ciegas pupilas
un horizonte sin futuro.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 01.03.2009.
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