Maria Teresa Aláez García

La boca indiana

 Hace dos días.

Acudí a la costa y subí por los montes. Por la vereda que recorre los acantilados.

En la segunda o tercera colina vi una cascada. Pequeña. El agua que caía por ella era abundante pero la catarata era pequeña. No tenía un pozo delante, como suelen tener la mayoría de las cascadas, donde suele caer el agua y luego, seguir su curso. Llegaba directamente hacia el mar como si hubieran cortado parte, gran parte del lecho del río.

Allá delante. Muy apartado del lugar donde me encuentro. Cartagena. Una de las catorce que hay, no sé cuál.

Decían en mi entorno que el agua era la que derivaba de los residuos de los aseos y distintos sanitarios de la ciudad. Imaginaba que debería de haber más cantidad de caudal. El que había visto era ridículo. Pensé que quizás era por el alejamiento y me aproximé.

Tardé casi tres días en aproximarme.

Al hacerlo llegue a la boca de la cascada. Tenía tallada una gran boca humana y de sus partes inferiores salían dos pies que estaban colocados en forma de pivotes para evitar un choque.

Pregunté a la boca quién era. Qué hacía eso allí. Qué ciudad era aquella.

Me respondió que debería dar dos vueltas a la colina y volver.

Al iniciar el recorrido vi, detrás de la montaña, una enorme pared con dos ventanas pequeñas. Entre esa pared de ladrillos y la rocosa del monte, se encontraba, encerrado, un joven. Miraba por la ventana que tenía en su frente pero no me veía mirar por la ventanilla lateral. Pedía agua y libertad pero cuando alguien se acercaba, se escondía. También ponía voz a la enorme boca.

Su delito había consistido en haberse tirado a nadar en aquel río.

Su libertad se hallaba localizando la puerta que se encontraba en la enorme boca. Bajar dos escalones y dar un salto. Pero temía dar el salto.

Así que permanecía encerrado hasta tener el valor suficiente para salir y tomar alguna mano que le acompañara en su salto.

En la ciudad crecían, alargándose y conformando un esqueleto de color anaranjado, las vigas que sustentarían enormes edificios.

 

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 11.03.2009.

 
 

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