Juan Haro Rodríguez

Las falacias de la artificialidad efervescente

Debía pagar su rendición, la derrota, ese era el precio de la deshinibición temporal.
Se habían acercado a él como hienas, buitres que acechan carroña. Era un blanco fácil, aquel que criaba indecisiones.
Unas insinuaciones bastaron para clavar sus propósitos en él. No sentía el dolor, todo lo contrario, sentía el placer de la compañía, de encontrarse extrañamente arropado entre tanta muchedumbre.

El cebo infectado ya había sido mordido y el anzuelo se había introducido hasta lo más profundo de su ser.
Le susurraron al oído : “regocíjate en tus miserias, mientras te susurro dulcemente al oído“. Sonrojado, con una tímida sonrisa intentaba disimular la excitación que efervescia en su interior.

Se mostraba en deuda con sus captores, síndrome de Estocolmo podría llamarse a ese estado que estaba comenzando a hacer mella en él. Deseaba intensamente que todas sus noches fueran como aquella, y que no acabasen con el imponente alba.

Anestesiado, las fragancias florales se entremezclaban con fuertes olores corporales, las luces destellaban creando instantáneas en cada rostro de la multitud, una caja de resonancia estimulante y atronadora daba las ultimas pinceladas a aquel patético lienzo.

Observando aquella fantasía, parecía como si su ego fuera creciendo, aumentando de forma desmesurada su tamaño, desbordándose. “Control, auto-control” se repetía de forma incesante, hasta que convulsionó violentamente. Estalló en agrios vómitos, mientras intentaba articular algunas palabras ininteligibles.
Traicionado, había mordido el anzuelo e inútilmente se agitaba mientras era incapaz de unir cabos que le devolvieran a su añorada realidad.
Sus temores atacaban con crueldad, éstos hablaban de como se desharían de él, ya que era inútil seguir consumiendo su debilidad. Escuchaba aquello como un espectador autista, resignado a ser desechado, desaparecer.
Fuera de sí, arrastrándose sobe el suelo pegajoso, cristales, colillas humeantes, sangre reseca. Agarró fuertemente con sus manos, clavando sus uñas y rasgando unas finas medias oscuras.

Sin objetivos, derrotas mi paciencia. Desgraciado es aquel que miente para llevarte a su terreno y lograr convencerte de lo importante que eres. Desgraciado aquel que se deja convencer de ello, porque acabará revolcándose en mierda.
Vecinos de la irresponsabilidad con trajes espectaculares gritan tu nombre con un tono seductor, insinuante.
De las miserias del ser y del llegar a ser nació el ocio renacido en enmascarado y podrido vicio. Mentes moldeadas en barro se derriten y después se buscan en los lamentos de la confianza. Han destruido la siesta del atardecer y ahora quieren robar las visiones acarameladas de mis fantasías. No puedo mostrar afecto, mucho menos compasión por ellos. Son eslabones perdidos, generaciones perdidas de influyentes perdedores con aires de grandeza .
Es inevitable, recibirán duros golpes y deberé pagarles la ortodoncia. Espero que se den de bruces contra los muros de indiferencia que ellos mismos han levantado y después de eso aguardaré el cambio.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Juan Haro Rodríguez.
Publicado en e-Stories.org el 26.04.2009.

 
 

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