Fran Escudero Redondo

La colina del silencio

Todos la llamaban colina del silencio, un lugar tétrico y desolador que emanaba un aura de desesperanza. Allí no había vida, ni siquiera los cuervos se adentraban en esos dominios oscuros y los pocos árboles que habítaban allí hacía tiempo que murieron y sus ramas secas y negruzcas se retorcían hacia el cielo como si en un último esfuerzo antes de morir se hubiesen cotorsionado y sacudido en un vano intento de esquivar el dolor.

En ese lugar dejado de la mano de Dios se encontraba un hospital que permanecía cerrado desde hacía veinte años. La razón del cierre fueron unos crímenes ocurridos en aquel espantoso lugar: el jefe de quirófano se volvió loco y asesinó en una fría noche de septiembre  a doscientos pacientes. Luego se quitó la vida. Los lugareños de esa zona aseguraban que los fantasmas de aquellas pobres personas merodeaban por la colina del silencio, destruyendo a todo aquel que osase entrar en su oscuro reino.

Mike Ballaran es un reportero de una importante cadena de televisión y le encargaron hacer un reportaje sobre el hospital de la colina. El reportero se negó en rotundo al principio pero luego accedió al enterarse de la cuantiosa suma de dinero que recibiría si todo salía bien.

Mike llega a la colina del silencio, se sorprende de la tristeza del lugar pues a tan solo veinte metros de la colina la hierva tiene un color verde muy saludable, pero en la colina no crecen ni las malas hiervas, ni siquiera esas que crecen el cualquier rincón, nada. En cuanto pone un pie en la colina una extraña sensación le invade. Miedo, pero con una pizca de excitación. Se decide y avanza con paso alegre hacia el hopital, llega, la puerta está cerrada pero no hay cerraduras ni candados, sólo un tronco que atranca la hoja revestida de aluminio.

Al entrar pone en marcha su cámara y filma la sala de espera. Las paredes, antes blancas, tiene un color amarronado, como si les hubiesen dado una mano de sangre, silencio absoluto, solo se oye la respiración de Mike... Avanza por un pasillo oscuro, solamente iluminado por las sucias ventanas que dan al exterior.

A lo lejos se oye una especie de quejido, casi imperceptible, Mike se pone nervioso, se supone que está solo en ese edificio abandonado. Decide sin pensárselo dos veces que el reportaje está hecho y se dirige con sigilo a la puerta .Llega, la puerta está cerrada mediante unas gruesas cadenas imposibles de abrir. Mike, aterrado, decide encontrar la salida de emergencia y corre a las entrañas del edificio.

Lleva quince minutos corriendo por pasillos oscuros y llega, sin quererlo, a la sala del quirófano, donde le espera algo que helaría la sangre del mismísimo diablo: incontables cuerpos putrefactos que caminan lentamente hacia él profiriendo gemidos de dolor y ansiedad. El reportero corre lo más rápido que puede hasta llegar a una puerta cuyo letrero carcomido reza: "sótanos".

Mike lleva dos horas escondido en una angosta sala llena de cajas, en el sótano de ese puto edificio. Ha atrancado la puerta como ha podido, pero todavía oye los cadáveres golpeando la puerta con pasimonia: poom....poom...poom...Lo último que ha grabado su cámara fueron sus perseguidores siguiendole de cerca por los pasillos. Ahora no tiene batería. Mike se acuerda una vez mas de su familia, a la que nunca visita, sus amigos, echará mucho de menos las fiestas de cumpleaños en el pub de la esquina y a su novia, a ella la echaría de menos mas que a ningún otro ser de este mundo. Tiene la certeza de que va a morir.

Ya es medianoche, Mike se quedó dormido hace una hora y se despierta repentinamente al escuchar el quejido sordo de la madera al partirse ¡han entrado!. El reportero intenta esconderse haciendose un ovillo pero esas almas en pena captaron su olor cuando entró en la colina.

Siete años despúes, un excursionista perdido entra en el hospital por curiosdad y accede a los sótanos. Allí encuentra una vieja cámara de video, unos pantalones manchados de sangre y lo que parece un fémur humano. Horrorizado se da la vuelta para salir de ese asqueroso lugar, pero encuentra infinidad de ojos rojos como carbones refulgiendo en la oscuridad, escucha un sonido como de bestias olfateando una presa y unos sonidos parecidos a carcajadas, pero exentas de felicidad. El excursionista se deja caer de rodillas mientras la masa de andropófagos se echa encima suya, en el sótano de aquel hospital maldito, hubicado en la deprimente colina del silencio.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Fran Escudero Redondo.
Publicado en e-Stories.org el 11.08.2009.

 
 

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