MORIR, CAMBIO. VIVIR
PERMANENCIA.
Cada vez que alguien o algo
muere, sufrimos por la pérdida. No nos damos cuenta de que algo que muere,
alguien que muere, pasa seguramente a un estado mejor, a un estado superior
porque ha acabado una situación, un aprendizaje, una forma de vivir. No lo
aceptamos porque nos hemos hecho dependientes.
Es duro decir: adiós, es tu
momento, y olvidar. Pero es lo justo y necesario. Hay que positivizar la
situación, intentar racionalizarla y ver que somos nosotros los que malogramos
el momento. En realidad el final de la relación, una defunción, una perdida de
algo nos marca un avance, un camino, muchas veces muy doloroso.
A mi me cuesta horrores, decir:
“has de ser feliz. Sigue tu camino, te deseo lo mejor y mucha felicidad y que tu
vida siga en ascenso”. Pero me cuesta por dentro. Por fuera lo digo.
Rotundamente. Unas personas me dicen que soy un ser muy maduro porque ya desde
niña tome esta determinación. Otras me dicen que no tengo entrañas.
¿Para que voy a luchar contra lo
inevitable? Y yo tampoco quiero ser un pedrusco donde tropezar e impedir que
algo se desarrolle y madure, no me gusta provocar bloqueos.
Y digo adiós, para siempre,
aunque en un futuro las cosas vuelvan. Para mí ya no vuelven. Vuelven para
saludar pero yo misma me aparto porque ya no tienen sentido. Incluso aunque esa
persona, esa cosa, siga conmigo, a mi lado o viva cerca de mi o la situación
acabe bien, me da igual.
Y vuelva feliz o triste o sea
como sea, ya no es lo mismo.
Pero al menos todo lo implicado
y quienes estén implicados crecen , evolucionan y se enriquecen.
Es lo que importa.
Adiós, felicidad, mis mejores
deseos, que todo vaya de maravilla y mucha suerte.
Besos.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 14.10.2009.
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