LETARGO.
En plena oscuridad.
Sin haber tomado nada, nada en
absoluto.
Relajadamente.
Cuanto me gustaría estar en
Islandia. O en Finlandia. En la Antártida. La noche eterna. O casi. La de seis
meses.
Bien abrigada.
Las estrellas cabecean a través
de las ventanas.
Un sofá victoriano. O uno de
esos de orejeras. Ante una chimenea. El fuego crepita leve, muy levemente. Casi
no ilumina. El brillo que golpea las paredes es el lunático.
O quizás una cama de sabanas
suaves y limpias.
Soledad y oscuridad absolutas.
Y dejarse ir. Dejarse llevar.
Por el simple placer de no ser, no estar, no existir, sin compromiso alguno,
sin obligación alguna.
Ir reconociendo sensaciones,
dolores, pasiones, la vida del cuerpo de una sin integrarse plenamente con el.
Entonces aparece el dolor. Es
agudo. Muerde e intenta hacerse insoportable.
No, no moverse, no hacer nada.
Dejar que muerda el corazón y que corrompa el alma pero no pensar. Solo
sentirlo.
Puede que caiga alguna lágrima.
Puede ser que se deshaga el estomago. Pero no dejar que el pensamiento
intervenga. El dolor se ira por si solo. Como el que muerde un trozo de
plástico y lo desecha porque no le sirve para nada.
El dolor pasara a ser necesidad.
Una necesidad inaguantable de algo que se sabe perdido.
Da lo mismo. Adelante con ello.
Realmente no se esta perdiendo nada mas que un sentimiento, una esperanza, una
dependencia, una obsesión. Somos nosotros, es nuestro apego. El apego, es lo
peor que hay, el apego a o de las cosas, de las personas, de las situaciones, quizás
mas de las situaciones.
Hay que dejar ir. Desatar.
Soltar, cortar amarras.
La mente lo solucionara sola. No
hace falta que introduzcamos nuevos pensamientos, nuevas intenciones, nuevos
deseos. Con el de querer salir de ello es suficiente.
Y descansar.
A ser posible, para siempre. Si
no, hacerlo durar mucho, mucho tiempo.
Levitar en el tiempo sin
desplazarse en el espacio.
No hay viajes astrales. No hay
movimientos cósmicos mas que el que nosotros queramos introducir.
Programar.
Activar.
Y dejar hacer.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Maria Teresa Aláez García.
Publicado en e-Stories.org el 15.10.2009.
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