A ti Dios de los Cielos,
si es que tan siquiera existes,
a ti va mi lamento...
Como el rugido del viento,
a través de esqueletos de árboles,
en las frías noches de invierno.
Escucha siquiera,
la tristeza de mi alma,
el cansancio de mi cuerpo.
Tú, que creaste el amor,
escucha la desesperación,
de la voz con que grito...
¡Te habla mi corazón!
¿Por qué si tú comprendes
las bajezas de mi espíritu,
permites este lento y penoso sufrimiento?
Llévame allá donde estés,
si es que realmente existes,
llévame en uno de mis días tristes,
por los caminos de la muerte...
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Lourdes Pérez Nëel.
Publicado en e-Stories.org el 15.06.2010.
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