Stanislaw Jaroszek

Esposa

 ¡Qué feliz despertó el hombre después de su boda! La esposa estaba dormida a su lado y sintió que la vida había cambiado para más feliz. El embarazo de tres meses no se mostraba todavía. Su cuerpo era aún delgadito y delicado. Su piel blanca iluminaba la penumbra. El hombre no quiso levantarse para no despertarla; sin embargo se dedicaba a mirarla como lo hace un cazador cuando admira a su nuevo trofeo. Se le ocurría que, tal vez, éste era uno de los más bonitos momentos que estaban pasado por su vida. Además, la venida de su primer hijo lo emocionaba con las esperanzas nuevas. Los primeros meses eran perfectos, le preparaba las delicadezas de la cocina francesa, la casa estaba más limpia que nunca antes, y hasta la habían frecuentado más los familiares y conocidos. Es que la soledad duele, es un dolor silencioso, que uno esconde en sí mismo para que los otros no sientan piedad por uno. En la soledad hay que sonreírse mucho para que nadie se dé cuenta de la tristeza que uno lleva por dentro. Pero ahora el monstruo de la soledad ya había desaparecido; el hogar se llenaba de voces felices y energías vibrantes. La casa también fue su orgullo, era la primera que había comprado en su vida. Ahora creía tener los pies bien plantados en la tierra. Le sorprendió enterarse de que fue indocumentada. Sabía que era una inmigrante, pero ya con años de residencia en Chicago; por eso presumía que tenía toda documentación arreglada. Como era un buen hombre, no se molestó por esta inconveniencia y empezó a tramitarle el proceso de naturalización. No entendió bien porque no le hubiera dicho todo esto, pero ya no le importaba tampoco; la familia era lo más importante ahora. El embarazo progresaba bien; todos los días al regreso del trabajo le hacía un masaje de piernas porque se le hinchaban mucho. Después, dedicaba su tiempo a ayudarle con los quehaceres, pues con la panza grande ella no podía agacharse. Al final, ponía sus palmas en su estómago para sentir los movimientos del bebé. Sus pies eran sorprendentemente fuertes, y los movía mucho. El hombre se emocionaba imaginando que el varoncillo saldría igual a él mismo. Cuando vino la carta de la compañía de crédito, no entendió nada. Seguramente debiera ser una equivocación; en el nombre de su esposa aparecía una deuda de miles de dólares. “Qué imprecisos son los trabajadores de estas compañías, dicen que hasta un perro puede obtener una tarjeta con ellos” --pensaba. Lo trivializó todo, tirando la carta a la basura sin mencionar nada a su cónyuge. Pero al recibir la segunda carta, se despertó en él una sospecha y decidió hablarle. -Yo no sé nada de eso, sí tengo una deuda pequeña, pero no de ese tamaño. Al final, le creyó por completo. Llamó la compañía para amenazar con un pleito de harassment y se olvidó de todo eso. Por desgracia, los problemas no se olvidan de nosotros. La nueva carta ya vino con una suma de 20 mil dólares. El hombre se quedó trastornado, la duda empezó a dominarlo. Decidió hablar con el abogado. Después de una investigación privada, vino la llamada: --Tengo malas noticias. --¿Qué pasa licenciado? -- Deudas y más deudas. El total es gigantesco. El hombre se perdió en un silencio profundo. --¿Señor, está ahí? --Sí, respondió con una voz débil. --¿Usted está bien? --Bien no, pero explícamelo todo. La suma era gorda; había sido acumulada por varias cuentas de tarjetas distintas, mas un préstamo del banco de cual él no sabía. Como la deuda superaba a todos sus ahorros varias veces, el hombre no pudo cubrirlo. Ahora faltaba sólo una semana para el parto, y el esposo escogió quedarse callado. Por la noche tuvieron una discusión fingida para que ella no se diera cuenta que él lo supo todo. Discutieron el nombre del niño. --Emanuel es el nombre de mi abuelo, quien emigró a este país. -- Es un nombre raro, además así se llama el alcalde. --Con un nombre así es fácil triunfar, debe ser Emanuel. --Será Desahawn, porque así me gusta. --¿Desahawn? Es un nombre negro, ¿qué te pasa? --Será Desahawn porque así lo quiero. El hombre no asistió al nacimiento, pero pronto le trajeron el bebé para que lo viera. Al ver su cara, el padre se sonrió porque notó la equivocación de la enfermera. -- Este no es, señora. --¿Cómo que no? Es su hijo. --¿Qué le pasa?, ¿no ve que es negro? -- Así lo parió su esposa…

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Stanislaw Jaroszek.
Publicado en e-Stories.org el 07.03.2011.

 
 

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