Tengo trescientos años y mi barba barre los caminos y las calles de las ciudades por donde paseo con mi pequeña caja de sueños e ilusiones azules. Las muchachas más afortunadas se confiesan conmigo y a cambio de unas caricias me preguntan sobre las constelaciones, los astros y las corrientes marítimas. Mi cultura es la última de la civilización, en nuestro país sólo intercambiamos canciones y regalos cuando nacen nuevos vástagos. El dinero, como tal, dejo de circular y los seres humanos nos arremolinamos los días fríos de invierno bailando junto a las hogueras y los versos se vierten desde los labios de nuestras mujeres mojando la arena y encogiendo nuestras almas. Soy el anciano, así lo dispuso el consejo y con mi barba barro y arrastro hojas secas y flores exóticas. Dejé de dormir porque preferí reflexionar y analizar con mi caja de sueños e ilusiones azules las distintas actitudes y posturas que observaba durante el día. A la vez velo y custodio mis ciudadanos y mi país que me hizo anciano y me nombró preservador del reino. La más alta de las montañas y el más caudaloso de los ríos caben en mi pequeña caja de sueños y hasta los planetas del firmamento son ilusiones azules dentro de mi ingenioso artilugio.
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Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Carlos Mª Martorell de la Puente.
Publicado en e-Stories.org el 09.03.2011.
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