... en los alcabuces llegaba el agua
y hasta el cielo iba la luz;
su oro hería los ojos, el aire, los metales,
penetraba la tierra o corría cual muerte viva dándose,
ardiendo, exterminándose y haciéndose mortal;
… tal era entonces en llamarada la huerta,
el dédalo, la cintura del mundo,
la deidad del alma y templo recibido:
el amor;
.. porque allí, en su mística circunscripción se oía al sol bajar, beber,
erigirse en Cristo
y morir;
… y nadie, nadie enturbiaba el milagro, nadie, nunca;
“tac, tac, tac, aquel traqueteo de los cangilones contra el tambor de hierro,
aún, con todo su vigor, por el mar del corazón golpea contra el ser, sueña y vive”.
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Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Antonio Justel Rodriguez.
Publicado en e-Stories.org el 25.04.2011.
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