Juan Carlos González Martín

La madre de mi mejor amigo

Me despierto en una cama que no es la mía. Estoy desorientado y tardo un rato en saber
donde estoy.
Tengo catorce años y ayer me emborraché por primera vez en mi vida.
Cuando decía la gente que no te acuerdas de nada al día siguiente no lo podía creer. Mi mente
no lo podía concebir. ¿Cómo no te vas a acordar de lo que has hecho la noche anterior?
Pues así es. No me acuerdo de nada.
Me he dado cuenta que la cama en la que me he despertado es la de mi supuesto mejor
amigo, pero él no está. No sé donde está y me da corte salir al resto de la casa a buscarle.
Oigo ruidos de aspiradora y movimiento de limpieza. Seguramente sea su madre que está con
las labores cotidianas.
Menos mal que tiene un baño al lado de la habitación y se puede entrar sin tener que salir de
ella.
Me doy una ducha para espabilarme. No sé qué pasó ayer pero tengo la sensación de que me
haya atropellado un camión.
Después de ducharme me pongo la ropa apestosa de ayer. El olor a humo de tabaco casi me
hace vomitar.
Hago la cama y me siento un rato encima de la colcha a esperar a mi amigo pero tarda y
pronto me canso de esperar.
Como buen adolescente, todavía me dura la erección del despertar. No puedo salir así pero
tampoco me voy a quedar a esperar a ese imbécil.
Finalmente, me decido a salir. Justo después de la habitación de mi amigo está la de sus
padres.
Entro para cotillear un poco. Está la cama deshecha y encima hay unos calzoncillos negros y un
sostén y un tanga rojos de lencería sexy.
Parece ser que ayer no fuimos los únicos que nos corrimos una juerga.
Corrimos. Nunca mejor dicho.
Y sigo empalmado.
Cojo el sostén para verlo de cerca. Nunca he visto uno ni tampoco unas bragas.
Bueno, sí, pero en el supermercado en sus estanterías para que la gente las compre.
Nunca he visto ni tocado la ropa interior femenina usada. El sostén no huele a nada raro. Solo
a suavizante mezclado con algo de sudor.
Lo dejo en la cama y cojo el tanga. Es de esos de rejilla, muy sexy.
En la parte que corresponde al coño hay una mancha sospechosa. Me la acercó a la nariz pero
rápidamente la tiro en la cama. Nunca he olido algo tan repugnante.
He percibido vagamente un olor fortísimo a sudor y amoniaco.
Casi vomito por segunda vez.
Salgo de la habitación de matrimonio y me dirijo a la cocina, que es donde se oye ruido.
-¡Por favor, que no esté su padre!- pienso.
No le soporto. Su sola presencia me impone. Espero que solo esté su madre. La pobre mujer.
Siempre limpiando de aquí para allá, preocupada porque todo esté de nuestro gusto.
Me asomo a la cocina y veo que solo está ella. Parece que no hay nadie más en la casa.
Doy un par de golpes con los nudillos en el marco de la puerta y le digo:
- Perdón, ¿se puede? –
Ella dice:
- ¡Ha!. Ya te has levantado. Pasa, pasa –
Intenta parecer feliz pero no lo está. Creo que antes de que yo entrara en la cocina estaba
llorando y ahora intenta que no se note e intenta que parezca que sus ojos rojos lo están
debido al vapor de las cacerolas y las cebollas que está cortando.
Está muy liada cocinando. Cualquiera diría que viene un regimiento a comer.
- ¿Sabe dónde está José? – le digo.
- Se ha ido con Clara – dice ella.
Ese hijo de puta. Lo sabía. Clara es la chica con la que me quería enrollar yo y al final, gracias al
pedo que me cogí ayer, ha quedado él con ella. ¡Será cabrón!
- Disculpe, ¿se encuentra usted bien? – le pregunto.
Y sigo empalmado.
- Sí, sí. No te preocupes – contesta.
Y acto seguido apoya las dos palmas de las manos en la encimera de la cocina y se echa a
llorar. Las lágrimas gotean y caen por todas partes, incluido el estofado que está justo debajo.
Finalmente, necesita contarle a alguien lo que le pasa y solo estoy yo.
- Ayer encontré a mi marido con otra mujer en nuestra propia cama. No me lo puedo
creer. Le he dedicado toda mi vida y así me lo paga. Yo nunca le haría eso – todo esto
me lo dice llorando.
Así que la ropa interior apestosa que había en la cama no es de ella. Ni siquiera ha tocado la
habitación. La ha dejado como se ha quedado cuando su marido ha salido por la puerta con la
otra furcia.
Y sigo empalmado.
Me acerco a ella por detrás. Me parece sensible metida en su dolor. Me gusta. Tiene unos ojos
azules preciosos y cuarenta años más que yo, pero me gusta.
Quiero consolarla.
Y sigo empalmado.
Me acerco, la abrazo rodeándola con mis brazos y mis manos acaban en sus pechos. Aprieto mi
miembro contra su culo gordo y le digo:
- No se preocupe señora, todo irá bien –
Nada más lejos de la realidad. Su marido se acababa de fugar con la mujer que se ha follado en
su cama de matrimonio.
Pero yo tengo mi premio.
Mi amigo me ha quitado la novia pero yo me he follado a su madre.

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Juan Carlos González Martín.
Publicado en e-Stories.org el 17.09.2011.

 
 

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