Llegué y te miré sentada con tu gris
y frío silencio, y como siempre él hablaba
por tí, diciéndome ¡que bella eras!
Las preciosas piedras de tus ojos
y el mármol de tu piel dominaban mis
ojos como un hechizo, y ellos cansados, dejándose retener,
dejándose hipnotizar por tí: por una mariposa de
alitas tristes, una rosa nocturna de verano.
Una mañana en el salón de clases. Una chica bella, inquietante, además callada. Minutos despúes me ví escribiendo este poema. Disfrútenlo.Comentario del autro
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Shalim Franceschi.
Publicado en e-Stories.org el 15.10.2005.
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