Eduardo Dip

Perseguida

La  comenzó a seguir desde que bajó del colectivo 551 en la esquina de la av. Independencia y Rivadavia. Desde ahí todos los viernes caminaba dos cuadras y media hasta Los Alvarez en donde se reunía con un grupo de amigas de la adolescencia para merendar y ponerse al día de lo ocurrido en sus vidas de casadas durante una semana.
Si bien este restobar no estaba en pleno centro, lo que les impedía aprovechar la salida para además pasear y mirar vidrieras, habían elegido este lugar como punto de reunión por su conocida promoción de tortas libre por 7 pesos, y si bien todas mantenían muy bien la línea, ese día era el permitido y se perdían en la variedad de cremas, merengues y chocolates de todo tipo y tamaño.
 
Pero ese viernes, ni bien comenzó a caminar hacia el lugar de encuentro, notó que a una distancia prudente, alguien la seguía.
Si bien al principio disimuló abiertamente su presencia, luego de los primeros cincuenta metros no resistió en voltear para ver a este hombre bien parecido que no le sacaba los ojos de encima, y fingiendo mirar una vidriera de un negocio perdido de calzados femeninos de la calle Rivadavia, le devolvió la mirada.
Al llegar a la calle Salta, aprovechó que debió detenerse por el tráfico y volvió a girar su cabeza para volver a mirarlo.
Verdaderamente era un hombre impactante, con su metro ochenta de altura, físicamente atlético y bien vestido. Pero su rostro serio la hizo pestañear y agitadamente cruzó la calle acelerando el paso, intentando alejarse un poco más de él.
Si bien esta situación la intranquilizaba un poco, lo único que atinaba a hacer era observar desesperadamente a su alrededor buscando alguna cara conocida, y mientras seguía caminando con su paso apurado se dio cuenta que lo mejor era esconderse entre la gente que transitaba por esa vereda, como si así pudiese desaparecer del lugar sin ser vista por nadie.
 
Y así, casi sin darse cuenta, caminó más de lo habitual de lo que lo hacía aquellos días viernes. Fueron dos cuadras más precisamente, y ese hombre que se le había acercado demasiado, hasta que en la puerta del hotel alojamiento de la calle Jujuy la tomó de la mano, la besó suavemente en los labios, y le dijo:
- Mi amor, ¡Cuánto esperé este momento- y la volvió a besar
- Yo también lo deseaba mi vida. ¡Si no fuera por las chicas que me van a cubrir! ¿Tendríamos que hacerles un regalito, no?

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Eduardo Dip.
Publicado en e-Stories.org el 04.08.2012.

 
 

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