Fernando Egui

El Elemento Distractor

"Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir
 la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad."
H.P. Lovecraft
 
 
Me es preciso determinar cierta información inherente a mis estudios en el área filosófica. Como es sabido, la Filosofía puede llegar a generar una chispa de confusión en nuestro intento de atar ideas y conjeturas inmersas en aquellas teorías, en aquel mar de sentencias. Por tanto he decido aislarme algunos días, en función de conectar las aristas de mi estudio, y así terminar el libro que estoy escribiendo.
 
La editorial me ha presionado de tal manera que me veo en la obligación de dedicar varios días a la culminación de mi proyecto.
 
Por tal motivo he convencido a mi esposa de no molestarse por el hecho de que mi retiro se vea excusado algunos días, en favor de aquella obligación. Me costó bastante convencerla, pero resolví en persuadirla.
 
Le pedí encarecidamente que esos días no fuese molestado, ya que dispondría mi entera concentración a conciliar los datos y argumentos de tan importante investigación.
 
Conseguir su aprobación para mi retiro de seis días, con la determinante de no ser ni siquiera llamado por teléfono hasta vencerse ese plazo, no me fue tarea fácil.
 
Dispuse una maleta con lo necesario para pasar algunos días en nuestra acogedora casa de veraneo, apartado en las montañas de P*** en las afueras de la ciudad.
 
Aquella casa contaba con las comodidades acordes para cualquier visitante. A decir verdad, mis exigencias no alzaban mayores necesidades que los requerimientos básicos para subsistir algunos días: algo de sana comida, agua, artículos de aseo personal y mucho, mucho café.
 
La característica de aquellas montañas, para bien de mi requisito mayor, era el inmenso silencio en el que estaban sumidas. La antítesis de la ruidosa ciudad en la que vivíamos mi esposa y yo. Silencio perfecto para mi enfoque.
 
La razón de aquella pesquisa ocuparía mis completos intereses en los días próximos por lo que me presté muy reiterativo y enfático en solicitar, en carácter de favor, que no fuese interrumpido bajo ningún concepto. Ninguno.
 
Me alejé así de la ciudad y me interné en aquella casa entre las montañas.
 
Estos últimos días me había dado a la tarea de investigar ciertos temas de interés, y la lectura nocturna inconscientemente alimentaba mi fatiga.
 
Desde mi llegada, mis esfuerzos en la soledad de aquella casa, se vieron comprometidos en la fijación de mi estudio entre libros, cuadernos y anotaciones.
 
Dormía muy poco. Mi voraz ingesta de café me ayudaba a permanecer despierto, recordando mi escaso descansar en mi apartado retiro; confinado por entero al curso de  mi investigación.
 
Mis ojos han permanecido abiertos más tiempo que los de cualquier otro hombre, que  haya dejado de cerrarlos en favor alguno. Retirado yo en estas montañas no he dado casi  tregua a mi visión.
 
He comido poco. He dormido solo entre ratos...
 
La razón de mi investigación excusaría en un futuro el logro de lo que en este viaje me he propuesto. Resumiendo mis esfuerzos en lo que sería mi mejor libro, mi obra maestra.
 
Así se me iban las horas, leyendo y escribiendo, desde el primer día que llegué a la casa de la montaña. Incesante investigaba inmerso en el silencio de aquellas enormes y mudas serranías.
 
Antagónicamente, aborrecible es todo aquello que se infiltra en nuestra concentrada y productiva ocupación. 

En el transcurrir de mis investigaciones y prolongadas lecturas, una afección decidió visitarme. 
 
El párpado de mi ojo izquierdo empezó a temblar desde el primer día de mi llegada, entorpeciendo la labor que mi interés ambicionaba. Al principio me pareció algo de poca importancia pero su posterior agudeza se extendió con el pasar de los días.
 
En repetidas ocasiones me vi obligado a dejar a un lado la laptop e ir a la cocina para prepararme más café.
 
Ese condenado párpado no paraba de temblarme; recordándome la existencia del cansancio. Día tras día. Hora tras hora. Allí, tan cerca y tan molesto que muchas veces golpeé mi rostro intentando detenerle.
 
Me preguntaba por qué me temblaba tanto. Era muy molesto. Me había puesto de mal humor en los días sucesivos. Mi proyecto avanzaba con pasos lentos por causa de aquel párpado y su independencia nerviosa.
 
Cada vez se hacía más agudo su vibrar. Interrumpía mi investigación.
 
Apartado en mi búsqueda ante mis estudios, aquel involuntario temblequeo de mi párpado se volvió, en definitiva, mi enemigo.
 
En mi desesperación muchas veces grité, aventando hojas al piso, tumbando todo lo sobrepuesto en mi escritorio.
 
Aborrecible eres Elemento Distractor 
que interrumpes mi labor y entorpeces mi empresa.
¡Aléjate de mi atención!
No seduzcas mis sentidos para apartarme de mi enfoque.
¿Por qué me visitas?
¡Aléjate de mi atención!
Ve a seducir a otro. Vete lejos de mi alcance. Vete lejos de mis ganas.
Ya deja de perturbarme.
Eres un intruso que molesta y distrae. Advenedizo.
Dispersas mis ideas.
¡Aléjate de mi atención!
 
No existía ruido alguno en aquella casa, pero el maldito párpado, en su afán de sacarme de mi estado de tranquilidad, me desconcentraba con su molesta vibración. 
 
Parecía tener vida propia.
 
Ese párpado se burlaba de mí. Definitivamente era mi enemigo. No me dejaría terminar con mi libro. Me acechó desde la primera noche. 

Párpado maldito por qué interfieres en mi función. Por qué no te vas lejos de estas montañas y vibras lejos de mí...
 
No he terminado siquiera la mitad de lo que me había propuesto y mi plazo se acaba. Intento concentrarme pero, esa titilación malsana me saca de mi perspectiva. Me tiembla. No para. Me levanto de la silla y busco algo de comer día tras día, pero él, no deja de temblar. Mi rostro le sigue. Progresivamente mi párpado izquierdo se ha adueñado de mi rostro y le ha impuesto seguir el curso de su intervención.
 
Trataba de pensar en otra cosa. Pero no podía. Los días transcurrían y debía terminar aquel libro. Mi párpado actuaba así en intermitencia. Sí, a veces cesaba. A veces me dejaba trabajar, otras... temblaba. Ya no recordaba la normalidad de mi ojo izquierdo. Cobraba vida y luego cesaba.
 
Hasta que una noche, en el espacio rutinario de mis estudios y conjeturas escritas, mi párpado izquierdo decidió no parar de temblar. Esta vez con más intensidad. Descontrolado. Mi desesperación llegaba al máximo. Mi exacerbación por aquello efervecía cada vez más y más. No dejaba de temblar.  Muchas veces mi rostro se veía movido por aquel palpitar, pero esta vez más, mucho más. Mi boca también se movía involuntariamente y mi cuello se contracturaba. Mi situación empeoraba. Mi cabeza parecía tener vida propia. El desespero se hacía en mí como un hongo en la oscuridad.
 
En la mayoría de las ocasiones perdía el enfoque de mi visión. Se nublaba todo ante mis ojos y no encontraba otra salida que no fuese el recostarme en un sillón, cerrando mis ojos, apartado e inquieto. Inmóvil. Frustrado. Pero esta vez más. Mucho más.
 
Grité de nuevo:
 
Aborrecible eres Elemento Distractor que interrumpes mi labor y entorpeces mi empresa.
¡Aléjate de mi atención!
No seduzcas mis sentidos para apartarme de mi enfoque.
¿Por qué me visitas?
¡Aléjate de mi atención!
Ve a seducir a otro. Vete lejos de mi alcance. Vete lejos de mis ganas.
Ya deja de perturbarme.
Eres un intruso que molesta y distrae. Advenedizo.
Dispersas mis ideas.
¡Aléjate de mi atención!
 
En aquellos episodios, mi vista se nublaba casi por completo. Así también mi correcto análisis se tornaba nublado; perdiendo el contexto de mis registros, impidiéndome seguir con la estructura de mi trabajo e incluso con  la estabilidad de mi cordura y la comprensión de mi entorno.
 
¡No aguanto más! ¡No puedo controlarlo!
 
Embotado por mi desespero, abrí una de las gavetas del escritorio, tomé una navaja suiza que estaba guardada allí y comencé a cortar, con su afilada hoja, mi párpado izquierdo superior.
 
Apreté como nunca mis mandíbulas y gemí por algunos segundos.
 
Dudé en terminar de hacerlo por un instante, pero aquel pedazo de piel temblaba ya cortado sobre mi ojo, salpicando sangre. Cada segundo que pasaba podía sentir con más intensidad ese titilar que me aturdía.
 
Con los dedos de mi mano izquierda pude estirar el párpado cortado, para terminar de removerlo con aquella afilada y precisa herramienta.
 
Arranqué aquel pedazo de piel en mi ojo. Aquella molestia. Así le dí muerte a mi enemigo. Estaba ahora, dolorosamente salvado.
 
La mitad de mi rostro estaba lleno de sangre. Me invadía una profunda dolencia ocular pero, al menos, no volvería a desesperar por aquel párpado.
 
Tomé un trozo de tela y la mojé con agua del grifo. La coloqué en mi ojo descubierto y me recosté para intentar olvidarme del dolor.
 
Desperté luego de varias horas. El dolor había cesado considerablemente. Decidí ir al espejo más próximo aún sosteniendo aquel pañuelo húmedo que tapaba mi ojo izquierdo, el cual me picaba un poco.
 
Difícilmente pude regresar al baño; con cuidado, retiré el pañuelo ensangrentado. 
 
Pude ver en el espejo que mi ojo izquierdo estaba completamente al descubierto; el párpado inferior apenas se asomaba. La cuenca se pronunciaba mientras el ojo izquierdo lagrimaba, involuntario, viéndome fijamente. Mi rostro se había transformado en algo terrible. Luego de algunos minutos mis procesos ciliares dejaron de segregar lágrimas y mi ojo descubierto se tornó seco. Veía borroso a través de él. Pero al menos ya no temblaba. Al menos así podría concentrarme nuevamente y terminar aquello por lo que vine a retirarme.
 
Regresé a mi escritorio. Ordené aquel desastre, testigo de mi aparente acierto. Paradójicamente me sentí sanado de mi reciente enfermedad distractora. En la proximidad de aquel cuarto de estudio habían hojas de papel salpicadas de sangre, regadas por doquier. Finalmente pude resolver acomodando aquello para encontrarme con el pedazo de piel que tanto desespero me causó. Aquel pedazo de párpado allí, inerte, pálido e inútil. Tomé la navaja suiza de nuevo y clave su hoja contra él. Lo examiné minuciosamente durante algunos minutos. Llegué a insultarlo también. Luego lo boté en el cesto de la basura, con una expresión de satisfacción en mi horrendo nuevo rostro.
 
Limpié la navaja suiza y la guardé en la gaveta de donde la saqué.
 
Me dispuse entonces a adentrarme nuevamente en el enfoque de mi investigación ya sin ninguna distracción cercana. Reacomodé las cosas frente a mí y, decidido, volví a concentrarme en los análisis de mi investigación.
 
Por algunos minutos mi alma volvió a sosegarse y la tranquilidad regresó a mí. Mis ideas retomaron su curso. Olvidé el dolor en mi ojo y el trabajo fluyó de nuevo.
 
Al rato, un ruido extraño llegó a mis oídos... Me turbó. Otra vez sonó el ruido y luego otra vez más. Ahora el ruido me invadía, Se acercaba. Mi desespero volvía a embargarme. Algo había entrado a la casa. Algo que arrastraba su andar. Me encolericé. Mi respiración se tornó más rápida. Trataba de enfocar mi vista en la lectura de mis apuntes. Empecé a sentir un dolor profundo en mi ojo izquierdo. Podía sentir la brisa fría en él. Se me dificultaba moverlo. Me ardía. Intenté no prestarle atención pero el ruido se acercaba y mi vista se tornaba gris así como mi paciencia. El ruido se acercaba.
 
Abría la gaveta y saqué la navaja suiza en mi afán de enfrentar aquel elemento distractor; aquel agente perturbador. Mi ojo enrojecido me ardía. Sentí unos pasos cercanos a la puerta. Se abriría. Me preguntaba qué podría esconderse detrás de aquella puerta. Mi visión se había tornado borrosa, incluso en mi otro ojo sano. No logro concentrarme, me siento muy aturdido.
 
Grité de nuevo:
 
Aborrecible eres Elemento Distractor que interrumpes mi labor y entorpeces mi empresa.
¡Aléjate de mi atención!
No seduzcas mis sentidos para apartarme de mi enfoque.
¿Por qué me visitas?
¡Aléjate de mi atención!
Ve a seducir a otro. Vete lejos de mi alcance. Vete lejos de mis ganas...
 
La puerta se abrió de golpe y en ese mismo instante me lancé sobre aquel elemento distractor, empuñando la navaja; la clavé en aquello que no veía; varias veces, cegado por la ira y el desespero, mientras que en cada ciega puñalada seguía gritando:
 
...Ya deja de perturbarme.
Eres un intruso que molesta y distrae. Advenedizo.
Dispersas mis ideas.
¡Aléjate de mi atención!
 
Me encontré sobre un cuerpo. No podía ver bien. Maté a alguien. Solté la navaja y tapé mi ojo izquierdo buscando enfocar mi vista ante aquello. Llevé así mis manos a mi espantoso ojo descubierto para taparlo y lo que vi difusamente, con mi otro ojo, fue lo peor que me pudo ocurrir...
 
***
 
El Blefarosespasmo es una contracción espasmódica involuntaria y repetitiva del músculo orbicular (el músculo circular alrededor del ojo), que provoca posturas y movimientos anormales (distonías).
 
El Blefaroespasmo esencial o primario es bilateral y puede estar acompañado de movimientos involuntarios de cuello, cabeza o boca, que sólo desaparecen mientras el paciente está durmiendo.
 
Suele ser un proceso que avanza de forma gradual, aumentando poco a poco de intensidad y frecuencia.
 
El cierre forzado de los párpados puede derivar en alteraciones visuales.
 
En los casos más severos los espasmos pueden ser frecuentes e invalidantes, ya que los ojos permanecen cerrados la mayor parte del tiempo, dejando al afectado funcionalmente ciego. La existencia de factores desencadenantes como el estrés, la luz, la lectura o algunos estímulos motores, condiciona una fluctuación del cuadro. Es común que los pacientes refieran trucos con los que pueden controlar, al menos parcialmente, el problema para abrir los ojos. Inicialmente su curso es fluctuante y luego de dos a tres años se estabiliza.
 
Fernando de Argensola
Marzo 2013

Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Fernando Egui.
Publicado en e-Stories.org el 27.03.2013.

 
 

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