Se hizo el silencio. Como no iba a hacerse ante la contemplación de aquello. Paco, que así decía llamarse (y de apellido debería ser simplemente “me”, y así conjuntaría “pacomé” que es a lo que invitaba su miembro) desabotonó su bragueta y dio libertad condicional al preso, la justa y necesaria para que este se desahogara. Se aproximó a la gran mesa y extrajo con cuidado aquella monumental verga, extendiéndola cual liebre muerta a la vista de todas.
Todos los derechos pertenecen a su autor. Ha sido publicado en e-Stories.org a solicitud de Antonio Pérez Ruiz.
Publicado en e-Stories.org el 27.03.2013.
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